Colección Teatro
EDITORIAL
SUDAMERICANA
Después de “La historia del zoológico", "El sueño
norteamericano" "¿Quién teme a Virginia Woolf?" y "Tiny
Alice", Edward Albee prosigue en "Delicado equilibrio" su
corrosiva, despiadada indagación de los conflictos y tensiones que asechan
bajo la apacible convivencia suburbana en Estados Unidos o en cualquier otra
sociedad avanzada contemporánea. Los gestos son más mesurados y el lenguaje
dramático más depurado y suelto que en "¿Quién teme a Virginia Woolf
?", pero la angustia íntima se ha quintaesenciado hasta el aullido de
terror absoluto, desesperanzado, y la solidaridad y la compasión se han
evaporado dejando apenas rutina y vacío.
Traducción de Lucrecia
Elena Castagnino de Mathé
Revisión de Alberto
Vanasgo
EDITORIAL SUDAMERICANA
buenos aires
PRINTED IN ARGENTINA IMPRESO EN LA ARGENTINA Queda hecho el
depósito que previene la ley 11.723. © 1969, Editorial Sudamericana Sociedad
Anónima, calle Humberto l9 545, Buenos Aires.
© 1966 by Edward Albee, Atheneum, N. York
Título del original en inglés:
"A delicate balance"
Para John Steinbeck
con afecto y admiración
PRIMERA REPRESENTACIÓN
12 de setiembre de 1966, en el Martin Beck Theatre, de la
ciudad de Nueva York.
Jessica Tandy
como Agnes
Hume Cronyn
como Tobías
Rosemary Murphy
como Clara
Carmen Mathews
como Edna
Henderson Forsythe
como Harry
Marian Seldes
como Julia
Dirigida
por Alan Schneider
LOS PERSONAJES
Agnes: Una
elegante mujer al finalizar sus cincuenta años de edad.
Tobías: Su
marido, unos años mayor.
Clara: La
hermana de Agnes, varios años más joven.
Julia: La
hija de Agnes y Tobías, 36 años, facciones angulosas.
Edna y Harry Muy del tipo de Agnes y Tobías.
LA ESCENA - El cuarto de estar de una casa de las afueras
amplia y bien ubicada. Época actual.
ACTO PRIMERO
En la biblioteca-living. Agnes sentada en una silla, Tobías
ante un estante examinando botellas de licor.
Agnes
(habla en general con suavidad, con una
leve insinuación de sonrisa en su cara: ni sardónica, ni triste... pensativa,
tal vez). — Lo que me parece más asombroso aparte de mi propia creencia,
que siempre me ha sorprendido por el simple hecho de no resultarme desagradable
en absoluto, la creencia de que yo podría muy fácilmente — como dicen ellos —
perder la razón algún día, no porque sospeche que me pueda suceder, o que esté
cerca...
Tobías
(habla casi de la misma manera). — No
hay mujer más cuerda en el mundo, Agnes. (Golpetea
las botellas.)
Agnes.
— ...porque no soy de esa clase; simplemente que no está más allá de lo
posible... una suave liberación de las amarras, que deja el globo a la deriva
— y yo creo que eso es lo más importante: ir a la deriva ... llegar a ser un
extraño para... el mundo, totalmente... desligada de todo, porque nunca lo veo
como algo violento, sólo un dejarse ir a la deriva — ¿qué estás buscando,
Tobías?
Tobías,
— Todos nos volveremos locos antes que tú. El anís.
Agnes
(con una breve risa feliz). —
Gracias, querido.
Pero nunca podría hacerlo — irme a la deriva — porque ¿qué
sería de ti? Como decía, lo que encuentro más sorprendente, al margen de
aquella especulación — y a veces me pregunto, también, si no soy la única que
lo admite: no que yo pueda volverme loca, sino que cada uno de nosotros piensa
que podría serlo — ¿por qué se te ha ocurrido tomar anís?
Tobías
(lo considera). — Pensé que podía ser
agradable.
Agnes
(frunce la nariz). — Es pegajoso.
Prefiero el coñac. Se supone que es saludable... la especulación o la
aceptación supongo, de que si a uno se le ocurre que puede estarlo, entonces no
lo está; pero nunca me he sentido muy reconfortada por eso; yo entiendo que si
puedo pensar que algún día, o más probablemente una tarde temprano — algún
oscuro otoño —, puedo volverme totalmente loca, bien, es algo que entonces
podría ocurrirme. (Risa franca.) Algún otoño oscuro: Tobías está sentado ante
su escritorio, y de pronto, levanta la vista de todas esas horribles cuentas y
ve a su Agnes, loca como una cabra, masticando las cintas de su vestido...
Tobías
(sirviendo). — ¿Coñac?
Agnes.
— Sí; Agnes — sentada junto al fuego —, con su boca llena de cintas, su mente
flotando, a la deriva; nada se puede hacer por la pobre inútil más que ponerla
en un manicomio en alguna parte, vender la casa, mudarse a Tucson, por
ejemplo, y echarse al solcito, a languidecer y vivir hasta los cien años. (Él le da a ella su coñac.) Gracias,
querido.
Tobías
(le besa la frente). — El coñac
también es pegajoso.
Agnes. — Sí, pero es más agradable. Siéntate a mi lado, ¿eh?
Tobías
(se sienta; levanta su copa). — Por
mi loca dama, arrastrando sus cintas.
Agnes
(se sonríe). — Y, por supuesto, no he usado el vestido con cintas desde
que Julia se volvió a casar. ¿Estás cómodo?
Tobías.
— Por ahora sí.
Agnes.
— Lo que me parece más asombroso — aparte de mi temor, teóricamente saludable —,
no, no temor, qué tonta soy, de mi saludable especulación de que yo pueda
llegar, algún día, a ser una carga para ti... Lo que me parece más asombroso en
este mundo, con todos los años que tengo,... es Clara.
Tobías
(intrigado). — ¿Clara? ¿Por qué?
Agnes.
— Que alguien, sea o no la hermana de uno, pueda ser tan... Bueno, no quiero
usar una palabra inconveniente, porque estamos muy cómodos aquí, ¿no?
Tobías
(sonríe en guardia). — Puede ser.
Agnes.
— Como dice el refrán, lo único más agudo que el colmillo de una serpiente es
la ingratitud de una hermana.
Tobías
(levantándose y yendo hacia una silla).
— El refrán no es así.
Agnes.
— Debería serlo. ¿Por qué te cambias?
Tobías.
— Se está poniendo incómodo.
Agnes
(cortante a medias). — Cuando las
papas queman es mejor irse, ¿eh? ¿No es así?
Tobías
(sin hacerle caso). — No soy tan
joven como lo fue cualquiera de nosotros en alguna época.
Agnes
(brindando).— Yo soy tan joven como
el día en que me casé contigo — aunque sé que no lo parezco — porque eres muy
buen marido... la mayor parte del tiempo. Pero yo estaba hablando de Clara. O
estaba empezando a hacerlo.
Tobías
(sacudiendo la cabeza con sabiduría).
— Sí, estabas empezando.
Agnes.
— Si quisiera hacer una lista de todas mis cargas — si tuviera un cuaderno bien
grueso y un mes por delante que perder — tendría que poner entre las que más
pesan sobre mis hombros, con la posible excepción de los problemas de Julia
con sus casamientos, tus... debe ser algo instintivo, creo yo, o reflejo, eso
más bien, tus reflejos de defensa ante todo lo que Clara...
Tobías
(muy amablemente, pero hay hielo debajo).
— No sigas, Agnes.
Agnes
(risa breve). — ¿Me vas a tirar algo?
¿La copa? Dios mío, espero que no... Ese espantoso anís desparramado por todas
partes.
Tobías
(paciente). — No.
Agnes
(desafiándolo serenamente). — ¿Qué,
entonces?
Tobías
(mirando su mano). — Me quedaré
sentado tranquilamente...
Agnes.
— ... como siempre...
Tobías.
— ... sí, y quisiera que te disculparas con tu hermana por lo que, debo
confesarte, considero en verdad una gran...
Agnes.
— ¡Disculparme! ¿Con ella? ¿Con Clara? Me he pasado la vida pidiendo disculpas
por ella; no haré ahora más grande mi humillación pidiéndole disculpas a ella.
Tobías
(imitando burlonamente un epigrama).—
¿No se le pide disculpas a aquellos por los cuales se debe pedirlas?
Agnes
(guiñando el ojo lentamente). —
Redondo.
Tobías.
— Es breve, pero una de las reglas del aforismo...
Agnes.
— Creí que era un epigrama.
Tobías
(leve sonrisa). — Un epigrama es
generalmente satírico, y tú...
Agnes.
— ... y yo soy rigurosamente seria. ¿No es eso?
Tobías.
— Me temo que sí.
Agnes.
— Volviendo específicamente de Clara a... a sus efectos ¿qué harías si yo
perdiera un tornillo...?
Tobías
(se encoge de hombros). — Ponerte en
un manicomio en alguna parte, vender la casa y mudarme a Tucson. Languidecer
al calor del sol y vivir para siempre.
Agnes
(considera sus palabras). — Humm, te
apuesto a que lo harías.
Tobías
(amistosamente). — Apúrate, sin
embargo.
Agnes.
— Oh, haré la prueba. No será una simple paranoia, sin embargo, ya sé lo que es
eso. He tratado tan intensamente... Bueno, tú sabes lo poco que cambio; Dios
mío, ni siquiera puedo levantar la voz, a no ser ante un hecho muy tremendo, y
me doy cuenta de que tanto la alegría como la tristeza elaboran sus...
maravillas en mí, mucho más... llanamente, lentamente, más adentro, que en los
demás: un bronceado de sol más que una quemadura. No hay montañas en mi vida...
Ni tampoco grietas. Es un terreno amable, onduloso... verde, querido, gracias a
ti.
Tobías
(despuntando un cigarro). — Se hace lo que se puede.
Agnes
(pequeña risa). — Es nuestro lema. Si alguna vez nos vamos barranco abajo, o
necesitamos una divisa, o juntamos las cosas, debemos hacer que se ponga eso en
latín —se hace lo que se puede— sobre tus chaquetas, y encima de la chimenea;
tal vez, podamos ponerlo también sobre la ropa blanca...
Tobías.
— ¿Crees que debería ir al cuarto de Clara?
Agnes
(silencio: luego con dureza, firme). — No. (Tobías se encoge de hombros,
enciende su cigarro.) Ya bajará, o no.
Tobías.
— ¿Hacemos lo que podemos?
Agnes.
— Por supuesto. (Silencio.) Así que no va a ser una simple paranoia. La
esquizofrenia, por otra parte, es mucho más probable, aun teniendo en cuenta su
improbabilidad. Creo que se la puede producir químicamente... (Sonríe.) Si
todo lo demás fallara; si la cordura, tal como es, llegara a hacerse demasiado
pesada. Hay momentos en que pienso que sería tan... adecuado, si uno pudiera
tomar una píldora, o darse una inyección, incluso... y alejarse, nada más...
Tobías
(con bastante sequedad). — Deberías
tomar drogas, querida.
Agnes.
— Oh, pero eso es momentáneo; hasta la afición a las drogas es la repetición de
una tranquilidad momentánea. Me interesa la paz... no un simple alivio. Y no
soy compulsiva además... como algunos... como nuestra querida Clara, digamos.
Tobías.
— Sé buena, ¿quieres?
Agnes.
— Creo que me gustaría vivirlo totalmente... aun ante la posibilidad de que no
pudiera... regresar. ¿No sería algo terrible, acaso, haberlo provocado,
inducido, si es que no iba a suceder naturalmente, y la esperanza estuviera
allí? Con sorpresa en su voz.) ¿Y si no se puede regresar? ¿Por qué pusiste mi coñac
en una copa de licor?
Tobías
(levantándose y yendo hacia ella). — Oh... Lo siento...
Agnes
(tendiéndole su copa; él la toma). — Esta noche no estoy para beber; lo que
quiero es respirar: mi nariz metida en la copa, con todo lo maravilloso ahí
adentro, y en un gran silencio.
Tobías
(alcanzándole una nueva copa de coñac).—
Yo pensé que Clara estaba mucho mejor esta noche. No vi ninguna necesidad de
que le dieras un levante tal.
Agnes
(fastidiada).— Clara no estaba mejor
esta noche. ¡Francamente, Tobías!
Tobías
(aferrándose a su convicción). — Me
pareció que lo estaba.
Agnes
(poniéndole fin al asunto). — Bueno,
no estaba nada mejor.
Tobías.
— Pero...
Agnes
(tomando su nueva copa). — Gracias.
He decidido, considerando todos los pro y los contra, que no me haré inyectar
ningún tipo de locura, que todos estos años en que nos hemos soportado
mutuamente las tretas y las chifladuras nos han hecho merecedores, a cada uno,
de la compañía del otro. Y te prometo que tendré buenos pensamientos,
saludables, positivos, para evitar la locura, si llega a presentarse... sin que
la invite.
Tobías
(sonríe).— ¿Quieres decir que no tengo esperanzas de ir a Tucson?
Agnes.
— Ninguna esperanza.
Tobías
(tristemente irónico). — Hélas...
Agnes.
— Solo te quedan esperanzas de llegar a ser aún más viejo de lo que eres en
compañía de tu segura esposa, tu cuñada alcoholista y las ocasionales visitas
de nuestra melancólica Julia. (Algo triste.) Eso es lo que te queda, mi querido
Tobías. ¿Es suficiente?
Tobías
(un poco triste, también, pero con
calidez).— Lo será.
Agnes
(feliz). —Nunca dudé que así sería. (Oye algo y dice agriamente.) Oye. (Clara
ha entrado.)
Agnes.
— ¿Viene alguien?
Tobías
(la ve a Clara, incómoda, apartada de
ellos). — Ah, por fin llegaste. Le decía a Agnes hace solo un momento...
Clara
(a la espalda de Agnes, un discurso
ensayado, sobrellevado y odiado). — Tengo que pedirte disculpas, Agnes; lo
siento mucho.
Agnes
(sin mirarla; con sorpresa irónica).
— ¿Qué es lo que sientes mucho, Clara?
Clara.
— Te pido disculpas porque mi naturaleza es tal que despierta en ti toda la
fuerza de tu brutalidad.
Tobías
(con el fin de aplacar). — Bueno,
miren, creo que podemos dejar de lado todas... estas cosas.
Agnes
(se levanta de su silla y se dirige hacia
la salida).— Si vienes a comer a cualquier hora, si cuando tratas de decir
buenas tardes y acaso los colores del otoño no estaban preciosos hoy, solo
balbuceas vocales y si se te huele el vodka desde la otra punta de la
habitación, y no vuelvan a decirme, ninguno de ustedes dos, que el vodka no
deja olor en el aliento: si lo estás esperando, si con fastidio y tristeza no
estás esperando sino eso, entonces ¡huele!, si tales condiciones existen...
persisten ... entonces la reacción de alguien que se siente agobiada por su
amor no es brutalidad — aunque sería excusable, ¡créeme! — no es brutalidad de
ningún modo, sino el aspecto amargo del amor. Si rezongo, es porque quisiera
no tener que hacerlo. Si soy hiriente es porque no soy nada más nada menos que
humana y si se me puede acusar una vez más de exagerar las cosas permíteme
recordarte que es mi forma de ser y no lo que importa. Te pido disculpas por
hablar con claridad. Tobías, tengo que llamarla a Julia. ¿Hay una hora de diferencia
o dos?... Nunca me acuerdo.
Tobías
(seco). — Tres.
Agnes.
— Ah, es claro. Bueno, sé considerado con Clara, querido. Ella se siente...
ofendida. (Sale. Un breve silencio.)
Tobías.
— Oh, bien.
Clara.
— Nunca sé si aplaudir o llorar, o más bien qué es lo que se apreciaría más, o
esperan más que haga.
Tobías
(con tristeza, más bien). — Eres una
grandísima tonta.
Clara
(tristemente). — Sí. ¿Por qué quiere
llamarla a Julia?
Tobías.
— ¿Tomas rápido un brandy, antes de que vuelva?
Clara
(ríe apenas). — Nada de rápido; será
uno en público. Llena el balón hasta la mitad y lo sorberé como una señora... y
cuando ella se deslice de nuevo hasta aquí, yo estaré tirada en el suelo
haciendo equilibrios con la copa sobre mi frente. Eso le dará ocasión para
tirar otro párrafo y para tus ineficaces "sosiéguense ahora".
Tobías
(sirviéndole brandy en el balón). —
Eres realmente una grandísima tonta.
CLARA. — ¿Julia se está divorciando otra vez?
Tobías.
— Caramba, no lo sé.
Clara
(toma su copa). — Es nada más que tu
hija. Gracias. Imagino, por todo lo que he... observado, que es tiempo de
volver a casa. (Espontáneamente.)
¿Por qué no matas a Agnes?
Tobías
(muy espontáneamente). —Oh, no, no
podría hacer eso.
Clara.
— Algo mejor aún, ¿por qué no esperas a que Julia se separe y vuelva aquí
confundida y de mal humor, y entonces tomas un revólver y nos haces saltar a
todos la tapa de los sesos... primero a Agnes, por supuesto con todo respeto,
después a la pobre Julia y por último a mí, si tienes la amabilidad?
Tobías
(amable, triste). — ¿Realmente
quieres que te pegue un tiro?
Clara.
— Quiero que primero se lo pegues a Agnes. Después yo lo pensaré.
Tobías.
— Es que debería ser un acto pasional, hay que perder la cabeza y todo eso.
Dudo que pueda andar por ahí con el revólver echando humo, y con Julia gritando,
encerrada en su cuarto, mientras espero a que te decidas si quieres o no que te
mate.
Clara.
— Pero si no la matas a Agnes... ¿cómo podré saber si quiero vivir? (Incrédula.) ¿Un acto pasional?
Tobías
(algo herido). — Claro... sí.
Clara
(se ríe). — Oh, Dios mío, eso sí que
es cómico.
Tobías
(igual). — Lo lamento.
Clara
(risa amistosa). — Oh, Tobías,
querido, soy "yo" quien lo lamenta; lo que pasa es que no te veo en
el papel, eso es todo; desaforado, actuando como un loco, moviéndote por
reflejos... ¿Puedes verte a ti mismo, acaso, enfrente del juez, predecible e
impasible Tobías? "Todo se puso negro, señor Juez. En cierto momento yo
estaba sentado en mi sillón, cómodamente, bebiendo mi..." ¿Qué es eso? Tobías. — Anís.
Clara.
— "Anís" ¿En serio? ¿Es anís?
Tobías
(levemente cortante). — A mí me gusta.
Clara
(frunce la nariz). — Es pegajoso.
"Yo estaba ahí, señor Juez, sentado en mi sillón, tomando mi anís... y
cuando quise acordarme... estaban todos tirados por ahí, en distintos cuartos,
con las cabezas saltadas, y el revólver todavía en mi mano... Yo... yo... no
recuerdo nada, Usía." ¿Puedes imaginártelo?
Tobías.
— Por supuesto, con todas ustedes muertas y sus sesos desparramados en la
alfombra, nadie podrá decir que no fue un acto pasional.
Clara.
— Déjame para el final. Una brisa puede levantarse y remover las cenizas...
Tobías.
— ¿De quién es eso?
Clara.
— De nadie, creo. Solo que suena como si lo fuera.
Tobías.
— ¿Por qué no vuelves con esos... con esos... alcohólicos no sé qué?
Clara
(seria a medias). — No me gusta la
gente...
Tobías.
— ¿Cómo les llaman?
Clara.
— Anónimos.
Tobías.
— ¡Ah, eso! ¿Por qué no vuelves ahí?
Clara
(bruscamente y más bien de mal modo).—
¿Por qué no te metes en tus propios asuntos?
Tobías
(ofendido). — Discúlpame, Clara.
Clara
(lo besa).— Debo volver porque...
Tobías.
— Sería lo mejor.
Clara
(le extiende su copa; él vacila). —
Sé un buen cuñado; es sólo la primera copa la que no debo tomar.
Tobías
(sirviéndole). — Yo pensé que era
mejor.
Clara.
— Gracias. (Se acuesta en el suelo,
balancea su copa sobre su frente, la pone al lado de ella, etc.) Quieres
decir que Agnes creyó que era lo mejor.
Tobías
(amablemente y con calma). — No, yo
también pensé que sería lo más conveniente.
Clara.
— Ya te lo dije: no son como nosotros; no tengo nada en común con ellos. Cuando
te dedicabas a los negocios, antes de transformarte en un hacendado que se
pasea por ahí en pantalones de montar, confundiendo al jardinero...
Tobías
(herido). — Nunca he hecho nada semejante.
Clara.
— Antes de que sucediera todo eso... (Sonríe
levemente.) Dulce Tobías. .. cuando te pasabas todo el día en la ciudad...
con tus amigos de la oficina, tus indistintos aunque no necesariamente
similares amigos... ¿Qué tenías en común con ellos?
Tobías.
— Bueno, todo... (Quizá algo a la
defensiva pero más... vagamente.) Nuestros negocios; estábamos todos en
eso, y además éramos amigos aparte de los negocios, en los clubs, también, en
nuestro... nuestro medio, supongo.
Clara.
— Humm, humm ¿Pero qué tenías en común con ellos? Incluso Harry, tu mejor
amigo... entre todos los demás, según crees; quiero decir, no conociste a todo
el mundo... ¿Vas a abandonar el anís?
Tobías
(sirviéndose brandy). — No sirve para
mucho tiempo. ¿Te parece bien?
Clara. —
A mí no me importa. Tu mejor amigo... explícame, querido Tobías, ¿qué es lo que
tienes en común con él, humm?
Tobías
(suavemente). — Por favor, Clara. ..
CLARA. — ¿Qué es lo que realmente tienes en común con tu
mejor amigo?... A no ser la
coincidencia de haber engañado a sus respectivas esposas el mismo verano con
la misma mujer... ¿o chica?... mujer... ¿Qué otra cosa con excepción de eso? Y
no es una gran distinción. Creo que ella lo pasó bien todo ese mes de julio.
Tobías
(más bien tenso). — Si me perdonas,
Clara, la práctica en común difícilmente sea...
Clara.
— Pobre chica, o mujer, o lo que fuera, ese caluroso y húmedo mes de julio. (Duramente.) La distinción hubiera
consistido en no hacerlo: haber sido el único o los dos únicos en no hacerlo
entre los muchos, demasiados y, oh, Dios mío, similares, que tuvieron a esa
pobre cosa... extraña, ese mes de julio seco y, oh, tan húmedo.
Tobías.
— ¡Por favor! ¡Agnes!
Clara
(más tranquila). — Por supuesto, tú tuviste a la loca una sola vez, ¡en tanto
que Harry! ¡El buen amigo Harry, me lo dijeron las malas lenguas, se mantuvo
arriba mucho más y la tuvo dos veces con un tercer intento no tan caliente en
la casilla del jardinero, con el estiércol o lo que sea y las macetas de
naranjos...
Tobías
(con calma). — Cállate la boca.
Clara
(se para, enfrenta a Tobías: suavemente).
— Muy bien. (Se vuelve a acostar.)
¿Cómo se llamaba?
Tobías
(un poco triste). — No me acuerdo.
Clara
(se encoge de hombros). — No importa;
ella ya no cuenta. (Con más viveza.)
¿Le darías a tu amigo Harry tu camisa, como dicen?
Tobías
(aliviado por haber cambiado el tema).
— Supongo que lo haría. Es mi mejor amigo.
Clara
(de buen modo). — ¿Eso te entristece
mucho?
Tobías
(la mira un instante, luego). — No;
un poco, no mucho.
Clara.
— No tienes a nadie que te acompañe a escuchar a Bruckner; nadie a quien
decirle que estás harto del golf; nadie a quien admitirle — de cuando en cuando
— que de pronto tienes miedo y no sabes por qué.
Tobías
(algo sorprendido). — ¿Miedo? No.
Clara
(pausa; sonrisa). — Muy bien.
¿Quieres saber qué pasó la última vez que subí las escaleras que llevan a ese
absurdo club de alcoholistas y por qué no volví nunca más? ¿Qué es lo que no
tengo en común con toda esa gente?
Tobías
(sin demasiado entusiasmo). — Por
supuesto.
Clara
(se ríe entre dientes). — Pobre
Tobías. "Por supuesto". ¿Me enciendes un cigarrillo? (Tobías duda un momento, luego le enciende
uno.) Con esto tengo todo. (Él le
alcanza el cigarrillo encendido; ella está todavía tirada en el suelo.) Lo
que necesito. Algo para fumar, algo para tomar y una buena superficie dura.
Gracias. (Se ríe un poco de lo que ha
dicho.)
Tobías
(se para al lado de ella). — ¿Estás a
gusto?
Clara
(levanta sus brazos, uno con el
cigarrillo, el otro con la copa de brandy; es una invitación casual; Tobías la
mira durante un momento y luego se aleja un poco). — Mucho. ¿Te acuerdas de
aquella primavera en que me fui, cuando estaba verdaderamente enferma con esta
pócima, y tomaba como la célebre esponja? ¿Les causó muchas molestias? ¿Por lo
que tú y Agnes me instalaron en ese departamento cerca de la estación y Agnes
fue tan buena viniéndome a ver? (Tobías
suspira intensamente). Perdón.
Tobías
(rogando un poco). — ¿Cuándo todo
eso... quedará en el pasado... y será olvidado?
Clara.
— Cuando todas las frustraciones hayan sido consumadas, y admitidas. Cuando la
memoria se haga cargo y pueda corregir los hechos y los haga tolerables. Cuando
Agnes esté acostada en su lecho de muerte.
Tobías. — ¿Sabes que Agnes tiene... un control tan
extraordinario que no la he visto llorar desde... hace muchísimo tiempo, por
nada del mundo?
Clara.
— Avísame cuando venga. Haré como si estuviera borracha. Suponte que tú estás
muy enfermo, Tobías, tan enfermo como lo estuviste antes del estómago, pero
supón, también, que tu interior es todo verde y hediondo y revuelto y que los
ojos te duelen y que estás medio sordo y que la cabeza se te parte y tienes una
neuritis periférica y ya ni puedes caminar y además odias.
Odias con la misma enfermedad verde y apestosa en que sientes
se han convertido tus entrañas... Te odias a ti mismo y a todo el mundo. Odias
y ¡oh, Dios mío! lo que quieres es amor, a-m-o-r, desesperadamente — un poco de
confort y refugio es lo que realmente pides, por supuesto — pero continúas
odiando y te das cuenta — por una especie de desapego que te divierte, según
crees — que cada día te pareces más a un animal... gruñes y arrebatas las cosas
y las ocultas y te olvidas de dónde las has ocultado, como los perros
no-muy-inteligentes y empiezas a lavarte menos, prefieres que te laven, y una o
dos veces has llegado a ensuciarte en tu cama y te quedas acostado porque no
puedes levantarte. Suponte todo eso. ¿No te gusta, no es verdad, Tobías?
Tobías.
— No sé por qué... insistes en que yo...
Clara.
— Quieres saber a qué se parece ser un alcoholista, ¿no es cierto, niño?
Tobías
(triste). — Sí, por supuesto.
Clara.
— Suponte todo eso. Hasta que el tipo con el que consumes tus botellas te
empieza a llevar a los buenos A.A.* Y te sientas ahí, en el club de los
alcoholistas y ves cómo... los mejores — no recuperados, porque cuando se es una
vez un alcoholista se lo es para siempre. Y es mejor que lo recuerdes o estás
perdido la primera vez que pases por un bar — ves cómo los mejores se levantan
y cuentan sus historias.
*
A.A. Alcoholistas anónimos. Institución privada que ayuda a la rehabilitación
de los alcoholistas (N. del T.).
Tobías
(sabia y tristemente). — Una vez que
has caído... puedes levantarte sólo a medias... pero nunca... realmente,
volver a pararte. Siempre se desciende.
Clara
(amablemente, como a un niño). —
Bueno, así es la vida, nene.
Tobías.
— Eres una grandísima, rematada tonta.
Clara.
— Pero no soy una alcoholista. No lo soy ahora y nunca lo fui.
Tobías
(moviendo la cabeza). — Todas las
promesas... todas las ocasiones...
Clara.
— Sería mucho más simple si yo lo fuera. Una alcoholista. (Se levanta y sobreactúa durante esto.) Así una noche cualquiera, un
mes cualquiera, en algún momento, yo había tomado un Martini — como un test —
para ver si podía, pero dada mi pasmosa autodisciplina se transformaron en tres
y me sentí... más bien desafiante y agradablemente suelta y desapegada y un
poco más grande que la vida, y todavía no gruñía. Por lo que caminé, más o
menos derecha, directamente hasta el frente del cuarto del salón y enfrenté a
mis semejantes y los miré de arriba abajo, a todos debatiéndose
esforzadamente, perseverancia y culpa fracasando y tratando de nuevo y
perdiendo... Y tuve un momento de piedad y disgusto y casi lloré, pero no lo
hice — como mi hermana, como mi hermana, por Dios — y me escuché a mí misma
diciendo con mi voz de cuando era niña, y había un montón de yos diferentes en
ese momento: "yo soy una alcohólica". (Con voz aniñada.) "Mi nombre es Clara y soy una
alcohólica". (Directamente a Tobías.)
Inténtalo tú.
Tobías
(más bien vago pero no aniñado). — Mi
nombre es... mi nombre es Clara y soy una alcoholista.
Clara.
— Una alcohólica.
Tobías
(más vagamente). — Una alcohólica.
Clara.
— "Mi nombre es Clara y soy una... alcohólica". Bueno, ya sabes, se
suponía que yo debía seguir, decir lo mala que yo era y que no quería serlo y
Cómo Sucedió Eso y Qué Es Lo que Yo Quería Que Pasara y
Que Ellos Me Ayudarían a Ayudarme a Mí Misma... Pero yo me
quedé ahí parada durante... diez minutos tal vez, y luego hice una reverencia;
hice mi pequeña reverencia de niña y sobre mis pequeños pies de niña retrocedí
hasta mi silla.
Tobías
(después de una pausa, con embarazo).—
¿Se rieron de ti?
Clara.
— Bueno, un agnóstico en lo más sagrado de lo sagrado no se granjea mucha
camaradería, algo de protección, quizá. Oh, no me entiendas mal, ellos se
sintieron atrapados por el vaudeville. Pero la única dama fue muy atenta. Se
acercó a mí, después, y me dijo: "Has dado el primer paso, querida".
Tobías
(con esperanzas). — Eso fue muy
amable de su parte.
Clara
(divertida). — No dijo el primer paso
hacia dónde, por supuesto. Cordura, locura, revelación, auto- decepción...
Tobías
(sin brindar gran ayuda). — Se
cambia, algunas veces... no importa qué...
Clara
(con una risa animada). — Confío en
ti, Tobías... Una frase brillante para cada ocasión. Pero me agarró eso, el
aplauso, la presencia del escenario... ese comienzo; ningún chiquillo escolar
recibió más estrellas de oro por no haber faltado nunca a clase. Yo fui; Dios
mío, yo lo hice.
Tobías.
— Pero dejaste de ir.
Clara.
— Hasta que supe... (Agnes entra sin que
se den cuenta ni Tobías ni Clara.) ... lentamente por ser una estudiante
lenta en mi primera juventud, supe... que no era, ni lo había sido nunca... una
alcoholista... ni una alcohólica, tampoco. Eso era lo que no tenía en común con
esa gente. Que ellos eran alcoholistas y yo no lo era. Que yo sólo era una
borracha. Que ellos no podían evitarlo; y yo podía y no quería. Que ellos eran
enfermos y yo simplemente... una voluntaria.
Agnes.
— He hablado con Julia.
Tobías.
— ¡Ah! ¿Cómo se encuentra?
Agnes
(caminando al lado de Clara). — Dios,
qué copa más rara para servir una bebida suave. Tobías, tienes un sentido del
humor apacible, después de todo.
Tobías.
— Vamos, Agnes...
Clara.
— No tiene sentido del humor.
Agnes
(más bien torpemente). — Bueno, no
puede ser brandy; Tobías ya es grande y sabe hacer las cosas mucho mejor que...
Clara
(con dureza y balanceando su copa). —
Brindo por ti, dulce hermana; bebo por... no por tu salud... por tu
persistencia, con este buen y fuerte brandy, áge inconnu.
Agnes
(tranquila, sonrisa tensa, ignorando a
Clara). — Te serviría de mucho, mi querido Tobías, si yo me fuera, si
desapareciera. Entonces no quedaría ninguna mujer a tu lado, sólo Clara y
Julia... ni siquiera personas; te serviría de mucho.
Clara
(gran mofa). — ¡Pero yo no soy una
alcohólica, nena!
Tobías.
— Ella... ella puede beber... un poco.
Agnes
(hay verdadera pasión en lo que dice, lo
notamos bajo la calma). — ¡No lo toleraré! ¡No te aguantaré! (Con más suavidad, pero con los labios
tensos.) Dios mío. ¡No me importaría en absoluto que llenaras tu bañera con
eso, te metieras adentro y te ahogaras! Más bien deseo que lo hagas. Me daría
tranquilidad de conciencia saber que puedes hacer algo bien, hasta el fin. Si
quieres suicidarte... entonces ¡hazlo totalmente!
Tobías.
— Por favor, Agnes...
Agnes.
— ¡Lo que no puedo soportar es el egoísmo! A
aquellos que quieren matarse... y se toman toda la vida para hacerlo.
Clara
(perezosa y con repugnancia). — Tu
mujer es una perfeccionista; es muy difícil convivir con ellos, con esa clase
de personas.
Tobías
(a Agnes, con cierto tono de ruego).—
Clara no es una alcoholista, según dice; puede tomar un poco.
Clara
(declaración infantil, pero sin hablar
como una niña). — ¡Yo no soy una alcohólica!
Agnes.
— Eres muy considerada. Todos vamos a descansar más tranquilamente sabiendo
que lo haces a propósito; que los vómitos y las lágrimas, el alma barrosa, las
caídas y las ausencias, los cigarrillos apagados sobre el mantel, las llamadas
del club para que vayamos por favor a buscarte... todo eso es... voluntario,
que podrías evitarlo si quisieras. (Con
severidad, pero suavemente.) Si no eres una alcoholista, entonces no
tienes perdón.
Clara
(ibid). — Bueno, no lo he tenido
durante mucho tiempo, ¿no es verdad, querida?
Agnes
(sin mirar a ninguno de los dos). —
Cuando uno empeora con la bebida, se es un alcoholista. No hay cosa más simple.
CLARA. — ¿Y quién puede decirlo?
Agnes.
— ¡Yo!
Clara
(una letanía). — Si hemos de vivir
aquí, de la caridad de Tobías, debemos estar sujetos a la voluntad de su
esposa. Si se nos pide, a la muerte de nuestro padre...
Agnes
(dando punto final). — Esas son las
reglas fundamentales.
Clara
(una sonrisa triste). — ¿Y, Tobías? (Pausa.) ¿Nada? (Pausa.) ¿Son esas las reglas fundamentales? ¿No dices nada?
¿Demasiado... establecidas? ¿Demasiado... rotundas? (Amablemente.) Perfecto. (Dirigiéndose
a Agnes.) Muy bien, entonces, Agnes, tú ganas. Seré una alcoholista. (La sonrisa demasiado dulce.) ¿Qué van a
hacer al respecto?
Agnes
(mira a Clara durante un momento, luego
decide que ella, Clara, no está en el cuarto con ellos. Agnes ignorará los
comentarios de Clara hasta la próxima indicación. Tobías hará lo mismo
también, pero con incomodidad). — Tobías, te vas a sentir desdichado al
saberlo, supongo; o te perturbará, seguramente, pero Julia vuelve a casa.
Clara
(risa breve). — Como es natural.
Tobías. — ¿Y qué más?
Agnes
— Lo deja a Douglas, lo cual no me sorprende.
Tobías.
— ¿Pero Julia no era feliz? Nunca me dijiste nada al respecto.
Agnes.
— Si fuera feliz no tendría que volver a casa. Dios sabe que yo no la quiero
aquí. Es decir, será bienvenida, por supuesto...
Clara.
— Según lo programado, una vez cada tres años...
Agnes
(cierra sus ojos durante un momento para
seguir ignorando a Clara). — ... Este es su hogar. Nosotros somos sus
padres, los dos. Y tenemos nuestras obligaciones para con ella, y yo ya he
llegado a una edad, Tobías, en que desearía que estuviéramos siempre solos tú y
yo... sin nadie que dependa de nosotros... o nadie más.
Clara
(vivaz pero con firmeza). — Bueno, yo
no me voy a ir.
Agnes.
— ...pero si ella y Doug han terminado, y no estoy sugiriendo que ella tenga
razón, entonces su lugar adecuado es éste, así como para otros no lo es.
Clara.
— Uno, dos, tres, cuatro, largaron.
Tobías.
— Bueno, me gustaría hablar con Doug.
Agnes
(como si se esperara de ella la respuesta
opuesta),— Me gustaría que lo hicieras. ¡Si hubieras hablado con Tom o con
Charlie! Incluso con Charlie,.. o con... mm.
Clara.
— ¿Phil?
Agnes
(sin reconocer la ayuda de Clara).—
...con Phil, hubiera servido de algo. Si has decidido hacer valer tus derechos,
por fin, demasiado tarde, supongo...
Clara.
— Te condenan si lo haces, y te condenan si no lo haces.
Agnes.—
...Julia podría, en última instancia, llegar a creer que su padre se preocupa y
eso puede ser que le sirva de consuelo, si no de ayuda.
Tobías.
— Yo voy... voy a hablar con Doug.
Clara.
— ¿Por qué no lo invitas a venir acá?, y ya que estás en eso, traes a todos los
demás.
Agnes
(con cierto reproche). — Y puedes
hablar con Julia, también, cosa que no haces muy seguido.
Tobías.
— Bueno.
Clara
(con un irónico sonsonete). — A Phil le gustaba jugar. A Charlie le gustaban los muchachos. A Tom le atraían las mujeres. A Douglas...
Agnes
(volviéndose hacia Clara). — ¿Quieres
acabar con eso?
Clara.
— ¡Oooooh, estoy aquí, después de todo, al menos existo!
Agnes.
— ¿Por qué no te vas de vacaciones, Clara, ahora que Julia vuelve otra vez a
casa? ¿Por qué no te
vas a Kentucky o Tennessee y visitas las destilerías?... ¿Por
qué no te encierras en tu cuarto o buscas un bar que tenga un departamento en
el fondo...
Clara.—
¡Oh! Agnes, ¿por qué no te mueres? (Agnes
y Clara se miran desafiantes y contenidas.)
Tobías
(habla más o menos para sí mismo, sin
levantarse de su sillón). — Si yo le encontrara la vuelta, yo podría, si
viera alguna razón, o si hallara la oportunidad. Si yo pudiera... comunicarme
con ella y decirle "Julia...", pero después ¿qué le podría decir?
"Julia..." Nada, después.
Agnes
(dejando de mirar a Clara, habla sin
mirar a ninguno de los dos). — Si no amamos a alguien... si nunca hemos
amado...
Tobías
(corrigiéndola suavemente). — No;
puede haber silencio, incluso habiendo amado.
Agnes
(más curiosidad que otra cosa). —
¿Realmente quieres verme muerta, Clara?
Clara.
— ¿Desearlo? Sí. ¿Quererlo? No lo sé; es probable, aunque lo lamentaría si
fuese así.
Agnes.
— Recuerda el colmillo de la serpiente, Tobías.
Tobías
(recordando). — La gata que yo tenía.
Agnes.
— ¿Humm?
Tobías.
— La gata que yo tenía.., cuando era..., bueno, un año, más o menos, antes de
encontrarte. Era muy vieja; la había tenido conmigo desde que era chico; debía
tener quince años o más. Era una gata de albañal. Creo que no le gustaba mucho
la gente; cuando alguien venía... se levantaba y se mandaba mudar. Yo le
gustaba; o más bien cuando me quedaba a solas con ella podía ver que se ponía
contenta; se sentaba sobre mis piernas. No sé si era feliz, pero estaba
contenta. Agnes. — Sí.
Tobías.
— Realmente, no sé cómo ocurrió eso. Ella... un día, la gata... bueno, un día
me di cuenta que yo no le gustaba más. No, no es así justamente; un día me di
cuenta que ya no le gustaba más, desde hacía algún tiempo. Una tarde yo estaba
solo en casa, y de pronto tuve conciencia de que no estaba, no solamente de que
no estaba en ese cuarto conmigo, sino que no había estado en ningún otro
cuarto conmigo, ni mirándome mientras me afeitaba... por ahí... durante... no
podría decir desde hacía cuanto tiempo. No se había ido, comprenden; bueno,
se había ido pero no se había escapado. Yo sabía que estaba por ahí; recuerdo
que a veces la descubría por momentos debajo de una silla, o saliendo del
cuarto, pero solo cuando me di cuenta de que algo había ocurrido le pude dar
algún sentido a lo que yo había... había notado. Yo no le gustaba más.
Simplemente eso.
Clara.
— Bueno, la gata era vieja.
Tobías.
— No, no era eso. Yo ya no le gustaba más. Entonces traté de imponerme.
Agnes.
— ¿Qué quieres decir?
Tobías.
— Me encerraba en una pieza con ella, la levantaba y la obligaba a sentarse en
mis rodillas; la hacía quedarse cuando no quería hacerlo. Pero no dio
resultado; ella me soportaba, pero se libraba apenas podía y se iba.
Clara.
— Tal vez estaba enferma.
Tobías.
— No, no lo estaba. La llevé al veterinario. Yo ya no le gustaba más. Una noche
— lo recuerdo bien ahora — la tenía en mi cuarto conmigo, sobre mis rodillas...
por quinta vez esa tarde y estaba allí, dándome la espalda, sin ronronear, no
quería hacerlo, y yo lo sabía: yo sabía que ella esperaba solo el momento de
poder bajarse y entonces dije: "Maldita seas, si yo no te gusto;
¡maldición, quieres acabar con esto! Yo no te he hecho nada". Y la
zamarrié; puse mis manos en su cuello y la zamarrié; y me mordió; fuerte; y
chilló. Y entonces le pegué. Le pegué con la mano abierta, le di un golpe justo
en la cabeza. ¡Yo... yo la odiaba!
Agnes.
— ¿Le hiciste mucho mal?
Tobías.
— Sí, bueno, no mucho;... debo haberla golpeado en la oreja; meneó la cabeza
bastante durante un día o dos y... ¿te das cuenta?, no había ninguna razón.
Ella y yo habíamos vivido juntos y habíamos sido, bueno, ya ves, amigos y... no
había ninguna razón. Y yo la odiaba por eso. Yo la odiaba, bueno, supongo que
debido a que se me acusaba de algo... de fracasar. Pero, yo no había sido cruel
deliberadamente; si la había descuidado, bueno, mi vida era... Lo sentí mucho.
Sentí tener un... sentí ser juzgado. Ser traicionado.
Clara. — ¿Y
qué hiciste?
Tobías.
— Yo había vivido con ella; yo había hecho... todo lo posible. Y... y si es
que había alguna responsabilidad en la que fallé... bueno... yo ya no podía
hacer nada. Y ella me estaba acusando.
Clara.
— ¿Sí, y entonces qué hiciste?
Tobías
(desafiante y con desprecio por sí mismo).
— Hice que la mataran.
Agnes
(corrigiéndolo amablemente). —
Hiciste que la durmieran. Ella estaba vieja. Hiciste que la durmieran.
Tobías
(corrigiéndola). — Hice que la
mataran. La llevé al veterinario y él la llevó a... la llevó adentro y (levantando la voz) ¡le dio una inyección
y la mató! ¡Yo hice que la mataran!
Agnes
(después de una pausa). — Bueno, ¿qué
otra cosa podías hacer? Era lo único que te quedaba; no había... encuentro
entre ustedes.
Tobías.
— Hubiera podido insistir un tiempo más. Hubiera podido continuar durante todo
el tiempo que viven los gatos, viviendo de ese modo. Hubiera podido ponerme un
cilicio, y encerrarme con ella en la casa haciendo penitencia. Por algo. ¿Por
qué? ¡Dios lo sabe!
Clara.
— Tal vez hiciste lo mejor. Si la alternativa es desagradable hay que hacer la
elección menos... fea.
Tobías.—
¿Fue la menos fea? (Se quedan todos en
silencio.)
Agnes
(mirando hacia la ventana). — ¿Fue
eso un auto en la puerta?
Tobías.
— "Si no queremos a alguien... si nunca hemos querido a nadie..."
Clara
(con una risa breve y abrupta).— ¡Oh,
acaba con eso! "El amor" no es el problema. Tú la amas a Agnes y
Agnes la ama a Julia y Julia me ama a mí y yo te amo a ti. Todos nos amamos;
sí, nos amamos unos a los otros.
Tobías.
— ¿Sí?
Clara
(con algo de desprecio). — Sí; desde
las profundidades de nuestra autocompasión y de nuestra mezquindad. ¿Qué cosa
sino amor?
Tobías.
— ¿El error?
Clara
(riéndose). —Muy posiblemente: amor y
error. (Llaman a la puerta; Agnes va a
abrir.)
Agnes.
— ¿Edna? ¿Harry? ¡Qué sorpresa! Tobías, son Harry y Edna. Pasen. ¿Por qué no se
sacan sus...? (Harry y Edna entran.
Parecen un poco incómodos, tensos para ser amigos tan íntimos.) Tobías. — ¡Edna!
Edna.
— Hola, Tobías.
Harry
(restregándose las manos; intenta
disimular). — ¡Bueno! ¿qué tal?
Tobías.
— ¡Harry!
Clara
(demasiado sorprendida).— ¡Edna! (Imita el tono ronco de la voz de Harry.)
¡Hola, qué tal, Harry!
Edna.
— ¿Qué tal, querida Clara? (Con cierta
timidez.) Hola, Agnes.
Harry
(algo distante). — Buenas tardes...
Clara.
Agnes
(interviniendo exactamente cuando se
inicia un leve silencio). — Siéntense. Justamente estábamos tomando una
cordial... (Con un tono de voz
curiosamente alto.) ¿Han estado... dando una vuelta? ¿Humm, por el club?
Harry
(Ignora la pregunta de Agnes). — Me
gusta este cuarto.
Agnes.
— ¿Fueron al club?
Clara
(exagerada, pero no sin amabilidad).
— ¿Cómo está el viejo Harry?
Harry
(autocompasión). — Bastante bien,
Clara, no tan bien como uno quisiera pero...
Edna.
— Harry ha estado sintiendo otra vez sus ahogos.
Harry
(hablando en general). — A veces no puedo respirar... solo por
un momento.
Tobías
(uniéndose a los demás). — Bueno, dos
partidos de tenis, y ya sabes.
Edna
(como si no pudiera recordar algo). —
¿Qué le has hecho al cuarto, Agnes?
agnes
(mira a su alrededor con cierta
aprensión, después con alivio).— ¡Oh!, saqué las cosas de verano.
Edna.
— Por supuesto.
Agnes
(insistiendo en lo mismo, con una sonrisa
tensa). — ¿Han estado en el club?
Harry
(a Tobías). — Le estaba diciendo a
Edna que tendríamos que hacer encuadernar los libros, en cuero,
Tobías.
— ¿Ah, sí? (Silencio breve.)
Clara.
— La pregunta —a no ser que me esté volviendo sorda por el alcohol —era: (Con acento sureño.) ¿"Han estado
ustedes dos en el club"?
Agnes (nerviosa, encubriendo una disculpa). — ¡Me lo preguntaba solamente!
Harry
(dudando). — ¿Por qué?... no, no.
Edna
(ibid). — Bueno, no, no, Agnes...
¿Por qué?
Agnes.
— Me lo preguntaba porque pensé que habían caído por aquí volviendo de allá.
Harry.
— ...No, no...
Agnes. — ...O tal vez que teníamos una reunión y me había confundido de
día...
Harry.
— No, estábamos... estábamos sentados en casa.
Edna
(con cierta condolencia). — Agnes.
Harry
(mirándose las manos). — Solo...
sentados en casa.
Agnes
(con vivacidad, pero a falta de otra cosa
mejor para decir). — Bueno.
Tobías.
— ¡Me alegro que hayan venido! ¡Con o sin fiesta!
Harry
(aliviado).— ¡Qué bueno verte,
Tobías!
Edna
(todo sonrisas). — ¿Cómo está Julia?
Clara.
— Pregunta equivocada. (Levanta su copa.)
¿Puedo tomar un poco de brandy, Tobías?
Agnes
(le echa una mirada salvaje a Clara,
luego se dirige nuevamente a Edna). — Me temo... que está por volver a
casa.
Edna
(desilusionadamente).— Oh... ¿De
nuevo? ¡No puede ser!
Tobías
(alcanzándole un vaso a Clara, intenta
ser banal). — No podemos tenerla casada, pienso yo.
Edna.
— ¡Oh, Agnes, qué lástima!
Harry
(más incómodo que apesadumbrado). —
Pero, es una pena. (Silencio.)
Clara.
— ¿Por qué vinieron?
Agnes.
— ¡Por favor! ¡Clara! (Dirigiéndose nuevamente
a ellos, tranquilizándolos.) Estamos encantados de que estén aquí; estamos
encantados de que hayan venido a sorprendernos.
Tobías
(rápidamente).— ¡Por cierto! (Harry y Edna intercambian miradas.)
Harry
(con mucha tristeza y en forma extraña).
— Estábamos... sentados en casa... solamente sentados en casa... Edna. — Sí...
Agnes
(con un suave reproche). — Estamos
encantados de verlos.
Clara
(entrecerrando los ojos). — ¿Qué
pasó, Harry?
Agnes
(cortante). — ¡Clara! ¡Por favor!
Tobías
(sobresaltándose un poco, sacudiendo la
cabeza). — Clara...
Edna
(tranquilizándolo). — Está bien,
Tobías.
Agnes.
— No veo por qué hay que interrogar a la gente cuando vienen amistosamente...
CLARA (pequeña victoria). — Harry quiere decirte algo,
hermanita.
Edna.
— ¿Harry?
Harry.
— Nosotros... bueno, estábamos sentados en casa...
Tobías.
— ¿Puedo servirte una copa, Harry?
HARRY (sacude la cabeza).—
...Yo... nosotros pensábamos ir al club, pero... está, está tan lleno los
viernes por la noche...
Edna
(con un tenue hilo de voz, tratando de
ayudarlo,
con
calma). — ...Con la reunión de canasta y los preparativos para el
baile de mañana...
Harry.
— ... No queríamos hacer eso, y yo me sentía ... cansado y no queríamos hacer
eso...
Edna.
— ... Harry ha estado cansado toda esta semana.
Harry.
— ... De modo que comimos en casa, y pensamos que podíamos quedarnos...
Edna. — ... Y descansar.
Agnes.
— Por supuesto.
Clara.
— Shhhhht.
Agnes
(con algo de malicia). — ¡No me hagas
shhht!
Harry.
— Por favor. (Espera un momento.)
Tobías
(amable). — Sigue, Harry.
Harry.
— Así que estábamos sentados y Edna trabajaba en ese bordado que está
haciendo...
Edna
(pensativa y con vaguedad).— ...Mi
petit point...
Harry. — ... Y yo estaba leyendo en francés; lo sé bastante bien, ahora, no
el acento, sino el... vocabulario. (Silencio
breve.)
Clara
(con tranquilidad). — ¿Y entonces?
Harry
(la mira, soñadoramente como si no
supiera qué es lo que estaba contando). — ¿Mmmmm?
Clara
(amablemente). — ¿Y entonces?
Harry
(mira a Edna). — Yo... yo no sé muy
bien lo que pasó entonces; nosotros... nosotros estábamos muy... todo estaba
muy tranquilo y estábamos completamente solos... (Edna comienza a llorar, silenciosamente. Agnes lo nota, los demás no;
Agnes no hace nada.) ... Y luego... no pasó nada, pero... (Edna está llorando más abiertamente ahora.)
...No pasó nada en absoluto, pero...
Edna (llorando abiertamente; dice alzando la voz).— Tuvimos... miedo. (Sollozo
abierto; nadie se mueve.)
Harry
(asombro tranquilo, confusión). — Nos
sentimos asustados.
Edna
(en medio de sollozos). —
Estábamos... atemorizados.
Harry.
— No había pasado nada... pero estábamos realmente asustados. (Agnes tranquiliza a Edna, que está
sollozando angustiadamente. Clara
vuelve a acostarse lentamente sobre el piso.)
Edna.
— Nos sentíamos... aterrorizados.
Harry.
— Teníamos miedo. (Silencio; Agnes
tranquiliza a Edna. Harry está tieso. Con un aspecto muy inocente, casi
infantil.) Era como estar perdidos: muy jóvenes otra vez, en la oscuridad,
y perdidos. No había nada... ninguna cosa... de qué tener miedo, pero...
Edna
(lágrimas, histeria silenciosa). —
Estábamos asustados... Y no había ningún motivo. (Silencio en el cuarto.)
Harry
(con tono positivo, pero con un leve desafío). — No nos podíamos quedar ahí, y
entonces vinimos. Ustedes son nuestros mejores amigos.
Edna
(llorando suavemente ahora). — En
toda nuestra vida.
Agnes
(la tranquiliza y la rodea con sus brazos).
— Vamos, vamos, Edna.
Harry
(con cierto tono de disculpa). — No
podíamos ir a ningún otro lado, por eso vinimos aquí.
Agnes
(respira profundamente, se controla).
— Bueno, nosotros... ustedes hicieron muy bien... por supuesto.
Tobías.
— Seguro.
Edna.
— ¿Puedo irme a la cama, ahora? ¿Por favor?
Agnes
(pausa: luego sin comprender del todo).—
¿A la cama?
Harry.
— No podemos volver allá.
Edna.
— Te lo pido por favor.
Agnes
(distante). — ¿A la cama?
Edna.
— Estoy tan... cansada.
Harry.
— Ustedes son los mejores amigos que tenemos en todo el mundo, ¿no es verdad,
Tobías?
Tobías
(algo aturdido; mecánicamente). — Por
supuesto que lo somos, Harry.
Edna
(parándose y saliendo). — ¿Puedo? (Llora un poco nuevamente.)
Agnes
(con un millón de cosas que se le cruzan
por la cabeza, desechándolas para lograr mantener el control). — Por...
supuesto que puedes. Está... está el cuarto de Julia y... (Pasa su brazo alrededor de Edna.) Ven conmigo, querida. (Llega hasta el umbral de la puerta; dirige
a Tobías una pregunta que no tiene respuesta.) ¿Tobías?
Harry
(se levanta, comienza a seguir a Edna,
más bien automáticamente). — ¿Edna?
Tobías
(confundido). — ¿Harry?
Harry
(sacudiendo su cabeza).—No teníamos
otro lugar a donde ir. (Sale detrás de
Agnes y Edna. Clara se levanta, observa a Tobías mientras él se queda durante
un momento mirando al suelo. Silencio.)
Clara
(con una corta y triste risa entre
dientes). — Me estaba preguntando cuándo iba a comenzar... cuándo iba a
empezar.
Tobías
(abstraído; prestándole atención sólo
después
de
un momento). — ¿Empezar? (Con tono de voz más fuerte.) ¿Empezar? (Pausa.) ¿Qué cosa?
Clara
(levanta su brazo hacia él). —
¿Todavía no lo sabes? (Risita entre
dientes.) Ya lo sabrás.
telón
Acto Segundo
Escena Primera
La misma escenografía; la tarde siguiente, antes de comer.
Julia y Agnes están solas. Agnes sentada, Julia quizá caminando de un lado a
otro.
Julia
(rabia y autoconmiseración: tono de voz
demasiado elevado). — ¿Piensas que me gusta? ¿Crees eso?
Agnes
(sin rogar). — ¡Julia! ¡Por favor!
Julia.
— ¿¡Lo crees!? ¿Crees que me divierto con eso?
Agnes.
— ¡Julia!
Julia.
— ¿Crees que siento cierto tipo de... agradable martirio? ¿Lo crees?
Agnes.
— ¿Quieres callarte?
Julia.
— ¿¡Qué te parece!?
Agnes.
— ¡La casa está llena de gente!
Julia. — ¡Sí! ¡Y qué hay con eso! Vuelvo a casa: mi cuarto está repleto con
Harry y Edna. No tengo ni lugar para guardar mis cosas...
Agnes
(aplacándola). — Ellos se van a mudar
al cuarto de Tobías, y él va a dormir conmigo...
Julia
(refunfuñando). — Eso es distinto.
Agnes.
— ¿Qué es lo que dijiste, jovencita?
Julia.
— Dije que eso estaría muy bien.
Agnes. —
No dijiste nada de eso. Dijiste que...
Julia.
— ¿Qué están haciendo aquí? ¿Ya no tienen más casa? ¿Bajaron las acciones sin
que yo lo sepa? Puede ser que yo haya estado algo desvinculada, pero...
Agnes.
— Déjalo como está.
Julia
(entre dientes; histeria controlada).
— ¿Por qué están aquí?
Agnes
(preocupada; echando la cabeza hacia
atrás; con calma). — Porque están... asustados. ¿Sabes lo que es eso?
Julia
(incrédula). — Ellos están... ¿qué?
Agnes
(manteniendo bajo su tono de voz). —
Están asustados. Así que... ¿vas a dejar las cosas como están?
Julia
(ofendida). — ¿Asustados de qué?
¿Harry y Edna? ¿Asustados?
Agnes.
— No sé... no lo sé todavía.
Julia.
— Y bien, ¿no has hablado con ellos sobre eso? Quiero decir, por amor de
Dios...
Agnes
(tratando de mantenerse calma). — No.
No lo he hecho.
Julia.
— ¿Qué han hecho: se han quedado en su cuarto todo el día, ¡en mi cuarto!? ¿No
bajaron? ¿Se han encerrado?
Agnes.
— Sí.
Julia.
— Sí, ¿qué?
Agnes.
— Sí, se han quedado arriba en su cuarto todo el día.
Julia.
— Mi cuarto.
Agnes.
— Tu cuarto. Por última vez, déjalo así.
Julia
(adoptando casi el mismo tono de voz;
pero no lo hace; con mucha amabilidad ahora). —No, yo...
Agnes.
— ¿Sí?
Julia.
— Lo siento, mamá, lamento los chillidos.
Agnes.—
Soy demasiado vieja — por lo que recuerdo — para recordar cómo es ser una
hija; si mis pobres padres, en sus paraísos separados, me perdonan; pero estoy
segura que es mucho más simple que ser una madre.
Julia
(algo cortante). — Dije que lo sentía
mucho.
Agnes
(más para su propia diversión que por
algún otro motivo). — No recuerdo si alguna vez le pedí a mi madre eso. A
veces desearía haber nacido hombre.
Julia
(sacude la cabeza; con mucho aplomo).
— No es para tanto.
Agnes.
— Sus preocupaciones son tan simples: dinero y muerte, haciendo que los fines
se encuentren, hasta que ellos encuentran el fin. (Con gran burla de sí misma y exageración.) Si supieran lo que es...
ser una esposa; una madre; una amante; un ama de casa; una enfermera; una
anfitriona; una agitadora; una pacificadora, la que dice las verdades, una
embaucadora...
Julia
(toca un violín invisible; canta). —
Da-da-di; da-da-da.
Agnes
(se ríe suavemente).—-Acaba de salir
un libro, me parece, un libro nuevo de uno de los treinta millones de
psiquiatras que ejercen en este país nuestro. Un libro que opina que los sexos
se están revirtiendo o llegando a parecerse entre sí demasiado, de todos modos.
Es un libro para ser leído y no creído, porque perturba nuestros sentimientos
de bienestar. Si el libro tiene razón, y pienso que la tiene, entonces yo no
sería mejor como hombre... ¿No es cierto?
Julia
(sobria, aunque hablando irónicamente;
sacudiendo la cabeza). — Sí. Es evidente.
Agnes
(con preocupación exagerada). — ¡Oh!
No hay dónde descansar la preocupada cabeza... o lo que sea. (Extendiendo el brazo; con amor, aunque un
poco grandilocuente.) ¿Cómo estás, querida?
Julia
(algo brusca).— ¿Qué?
Agnes
(con la mano aún extendida; algo forzada).
— ¿Cómo estás, querida?
julia
(juntando energías).— ¿Cómo está tu
querida hija? Bueno, es lo que estaba tratando de decirte, antes de que me
cerraras la boca con Harry y Edna escondidos ahí arriba, y...
Agnes.
— ¡Está bien! (Pausa.)
Julia
(esforzándose por controlarse). — Voy
a tratar de decírtelo, mamá, una vez más, antes que te transformes en un
hombre...
Agnes.
— Yo trataré de escuchar todo lo que tengas que decirme, pero si siento que mi
voz cambia, en mitad de tu... perorata, tendrás que perdonar mi prerrogativa
masculina, si empiezo a sentirme incómoda, miro mi reloj o hago tintinear las
monedas en mi bolsillo... (Ve a Julia que
se dirige hacia la arcada mientras Tobías entra.) ... ¿A dónde te crees que
vas?
Julia
(con la cabeza baja, refunfuñando).—
...Véte directamente al infierno.
Tobías
(intenta ser vivaz). — Bueno, bueno,
¿qué es lo que está pasando aquí?
Julia
(justo enfrente de él; con fuerza). —
¿Harás que se calle la boca?
Tobías
(alelado). — ¿Que yo haga... qué?
Agnes
(yendo hacia la arcada). — Bueno, ahí
tienes, Julia; ahora tu padre puede dejar el cuarto, tranquilamente, creo. (Besa a Tobías en la mejilla.) Hola,
querida. (A Julia.) Tu madre ha
llegado. ¡Háblale a él! (A Tobías.)
Tu hija está necesitando consuelo, o que le pongan los ojos amoratados. No sé
qué recomendarte.
Tobías
(confundido). — ¿Harry y Edna...
acaso, han...?
Agnes
(saliendo). — No, no lo han. (Sale.)
Tobías
(detrás de ella, con vaguedad). —
Bueno, yo pensé que quizá... (A Julia,
más bien tímido.) ¿A qué se debía todo eso?
Julia.
— Como se dice: no tengo la menor idea.
Tobías
(deseando que pase).— Oh.
Julia
(con cierta frialdad). — ¿Los diarios
de la tarde?
Tobías.
— Oh, sí; ¿los quieres?
Julia.
— ¿Alguna buena noticia?
Tobías
(esperanzadamente). — Mi hija está en
casa.
Julia
(sin entregarse). — ¿Ninguna otra?
Tobías.
— Discúlpame. (Suspira.) No; pequeñas
guerras, grandes ansiedades, nuestros queridos republicanos tan aburridos como
siempre, un nido de marihuana para adolescentes no lejos de aquí... (Con cierta extrañeza.) Nunca fumé
marihuana... En toda mi vida.
Julia.
— ¿Quieres un poco?
Tobías.
— Entonces no se acostumbraba.
Julia.
— ¿Qué diablos quieren Harry y Edna?
Tobías
(rascándose la cabeza). — Déjalo
estar.
Julia.
— ¿No trataron de hablarles, hoy? Quiero decir...
Tobías
(no está incómodo, pero tampoco cómodo).
— Bueno, no; no habían bajado cuando salí para el club y...
Julia.
— ¿Siempre el viejo golf?
Tobías
(sorprendentemente de mal modo). — No
me cargues, Julia. Te lo prevengo.
Julia
(nerviosamente amable). — Yo tampoco
nunca fumé marihuana. ¿No soy una buena chica, como las de antes?
Tobías
(pensando en otra cosa). — Ni eso, ni
tonta.
Julia
(explotando de rabia, sin histeria).
— ¡Dios mío! ¿Para qué diablos volví a casa y por qué? ¿Saben lo que son
ustedes dos? Despreciables, mezquinos...
Tobías.
— ¡Ten cuidado! (Silencio; con más
suavidad, pero muy en serio.) Hay algunos... momentos, en que todo se
junta... demasiado.
Julia
(nerviosamente). — Seguro, seguro.
Tobías
(sin abandonar el tono anterior). —
Algunas veces, cuando debemos ser Agnes y Tobías y no simplemente, mamá y
papá. ¿Estamos de acuerdo? Otras veces, cuando no se van a permitir ciertas
cosas. ¿Qué estás haciendo ahora, mordiéndote las uñas?
Julia
(sin entregarse). — Se me rompió una.
Tobías.
— Hay ciertos momentos, en que todo resulta demasiado. ¡No sé qué diablos están
haciendo Harry y Edna sentados en ese dormitorio! Clara está tomando, ella y
Agnes se llevan como un par de... de...
Julia
(suavemente). — ¿Hermanas?
Tobías.
— ¿Qué? ¡Ese maldito gobierno que me ha hecho algunas deducciones y ahora tú!
Julia
(con la cabeza alta, desafiante). —
¿Y ahora yo? ¿Cierto?
Tobías.
— Esta no es la primera vez, como ya sabes. No es la primera vez que has vuelto
con uno de tus benditos matrimonios fracasados. ¡Cuatro! ¡Cuéntalos!
Julia
(rabiosa). — Ya sé bien en cuántos
matrimonios me he metido, tú...
Tobías.—
¡Cuatro! ¿¡Piensas volver aquí, y refugiarte como si tuvieras quince años y te
sintieras incomprendida cada vez!? ¡Ya tienes treinta y seis, por el amor de
Dios!...
Julia.
— ¡Y tú cien años! ¡Con facilidad!
Tobías.
— ¡Treinta y seis! ¡Cada vez! Arrastrando tu... tu —iba a decir tu orgullo— tu
matrimonio con los pies como si fuera una muñeca andrajosa. Tú, tú llenas toda
la casa con tus lamentos.
Julia
(rabiosa).— ¡Yo no pedí volver a esta
casa!
Tobías.
— Perteneces aquí. (Los dos respiran
pesadamente, por último, después de un pequeño carraspeo; Tobías habla con
cierta indiferencia.) Bueno. Ahora que he descargado sobre mi única hija
el... disgusto de mis años declinantes, voy a mezclar un Martini muy fuerte y
muy bueno. ¿Me acompañas?
Julia
(con cierta sabiduría). — Cuando yo
era una niña muy pequeña, bueno, cuando yo era una niña pequeña: después de
haberme repuesto de la quemadura que sufrí a los dos años, al tener, de
repente, un hermano, que en paz descanse, cuando aún era una niña pequeña, yo
creía que eras un portento, un santo, un sabio, un papito, que eras de todo. Y
después, a medida que pasaron los años y llegué a mi... adolescencia, algo angulosa...
Tobías
(parado delante del mueble del comedor; despreocupado).
— ¿Cinco a una? ¿O más?
Julia.
— Y después, a medida que pasaban los años, —pobre viejo— te hundiste en la
nada, y temo que hayas quedado ahí, muy amable, pero ineficaz, esencial,
gris... sin relieve.
Tobías
(mezclando las bebidas, casi sin
escuchar).— Mmm, mmm...
Julia.
— ¡Y ahora has cambiado otra vez, monstruo marino, carnero! ¡Hombre
desagradable, violento, absolutamente humano! Sí, como sabes hacerlo, cinco
medidas por una, o más.
Tobías.
— Lo hice cerca de siete, creo.
Julia.
— Tus transformaciones me asombran. ¿Cómo puedo haber cambiado tanto? ¿O
realmente eres tú el que ha cambiado? (Él
le alcanza una copa servida.) Gracias.
Tobías
(mientras los dos se sientan). — Le
dije a Agnes que iba a hablar a Doug... Si es que crees que eso puede servir
de algo.
Julia, —
¡Mi Dios, papá, esto es lo que se llama un buen Martini! ¿Realmente quieres
hablar a Doug? No llegarás a nada: con los compulsivos uno puede ir a algún
lado — o tener por lo menos la ilusión de que uno va — con los jugadores, con
los vagos, los libertinos...
Tobías. — ... de este mundo...
Julia. — ... Sí, uno puede tener la ilusión porque ellos andan atrás de
algo, del pozo de apuestas: hacer saltar la banca, encontrar el muchachito,
montarse la muchacha... detrás de alguna cosa.
Tobías. —
¿Tú los eliges?
Julia
(embarazada). — ¿Yo los elijo?
Tobías. — ¿Mmmm?
Julia. —
¿Los elijo? Yo creía que era alrededor del año 1606, más o menos, cuando las
hijas se iban con cualquier hombre que los padres pensaran que iba a mantener
mejor el feudo o algo así. "El amor vendrá después".
Tobías
(gruñendo). — Bueno, puede ser que te
hayan empujado con Charlie...
Julia. —
Pobre Charlie.
Tobías
(comenzando a fastidiarse). — Bueno,
por Dios, si lo extrañas tanto...
Julia. —
¡No lo extraño! Bueno, sí, lo extraño, pero de otra manera. Porque se parecía
tanto a lo que Teddy hubiera podido ser.
Tobías
(rabia sorda y pena). — Tu hermano no hubiera crecido para ser un vago.
Julia
(con una sonrisa amarga). — ¿Quién
puede decirlo?
Tobías
(mirándola duramente).— ¡Yo! (Pausa. Clara aparece en la arcada.)
Clara.
— ¿Es gin lo que huelo? (Julia la ve,
corre hacia ella con ambos brazos extendidos, las dos se abrazan.) ¡Querida!
Julia.
— ¡Oh, mi dulce Clara!
Clara.
— Julia. Julia.
Julia
(con una semiironía condenatoria). —
Debo decirte que el comité de bienvenida estaba más bien escuálido sin ti, y
papá que había salido...
Clara.
— Oh, vamos. (A Tobías.) Dije, ¿es
que estoy oliendo gin?
Tobías
(sin levantarse). — Es gin.
Clara
(elogiando a Julia). — Bueno, yo
diría que no se te ve tan mal para ser una amputada cuádruple. ¿Vas a
prepararme un... cualquier cosa que sea, Tobías? (A Julia.) Además, querida, se está transformando más bien en un
hábito, ¿no es verdad?
Julia
(sonrisa forzada). — Sí, supongo que
sí.
Clara
(se da cuenta de que Tobías no se mueve).— Entonces me lo prepararé yo misma.
Tobías
(levantándose; con desgano). —
Siéntate, Clara. Yo lo haré.
Clara.
— No quiero cargarte con otra cosa más por ahora (Hablando en general.) Bueno, hoy tuve toda una aventura. Fui a la
ciudad, pensando en que iba a sacudirlos un poco, de modo que traté de
comprarme una mokini.
Julia
(divirtiéndose).— ¡No puede ser!
Tobías
(parado al lado del mueble del comedor, y
en tono desaprobatorio). — ¿De verdad, Clara?
Clara. —
Sí. Me metí en una de esas "cómo-se-llaman" y me fui directamente a
la sección trajes de baño, como le dicen, y me busqué una vendedora del tipo de
maestra de 1890, que me preguntó qué podía hacer por mí. (Julia se ríe.) Tuve ganas de decirle "No mucho,
querida"...
Tobías. —
Estás segura de que no preferirías un...
Clara. — Sí, estoy segura. Pero dije, "¿qué tal? Estoy
buscando una malla de baño mokini".
Julia. —
¿Sabes? Las están usando en la costa. Yo hubiera podido...
Clara. —
No importa. Apúrate, Toby. "¿Un qué, señorita?" me dijo, lo que no
supe si tomar como un cumplido o no. "Una malla mokini", le dije.
"No sé qué quiere decir", dijo después de un ahogo. "Oh, seguro
que lo sabe", le dije, "sin la parte de arriba, hasta la cintura, es
lo último, da mucha libertad". "Oh, sí", dijo ella, mirándome
como si estuviera viendo a la madama local por primera vez, "Esas".
Entonces echó realmente un bufido. "Temo que no tengamos... de esas".
Julia. —
¡Yo te hubiera podido traer una!... (Piensa
un poco.) Si hubiera sabido que volvía a casa.
Clara. —
"Bueno, en ese caso" le dije, "¿tiene trajes de dos
piezas?". "Esos sí", dijo ella, "de esos sí tenemos".
Y empezó a meterse debajo del mostrador, y yo dije entonces, "compraré
solo la parte de abajo de uno de esos".
Julia. —
¡No, no me digas!
Clara. —
Sí que lo hice. Ella salió de abajo del mostrador, se ajustó los anteojos y
dijo, "¿Qué ha dicho usted?"
Tobías. —
¿Te lo llevo, o vienes a tomarlo acá?
Clara. —
Tráemelo. Yo dije. "Dije que voy a comprar la parte de abajo de uno de
estos", Ella pensó durante un minuto y después dijo, con una voz glacial.
"¿Y qué vamos a hacer con la parte de arriba?" "Bueno", le
dije "¿por qué no los conservan? Quizá las mallas de baño sin la parte de
abajo estén de moda el año que viene". (Julia se ríe abiertamente.) Entonces la pobre y dulce cosa me echó
una mirada que no puedo decir si era en Fa menor o si pensaba mandarme de
vuelta a casa con una carta para mi mamá, y dijo, un poco como de lejos,
"Creo que debe hablar con el encargado". Y desapareció de allí.
Tobías
(alcanzándole a Clara su Martini,
levemente divertido). — De todos modos, ¿qué estabas haciendo, comprando un
traje de baño en octubre?
Julia.
— ¡Por favor, papá!
Clara.
— No, deja, es una pregunta de hombre. (Bebe.)
Diablos, qué Martini excelente.
Tobías
(continúa junto a ella, más bien severo).—
La verdad no te lleva a ninguna parte. ¿Por qué?
Clara.
— ¿Por qué? Bueno... (Piensa.) ...quizá
me vaya de viaje a algún lado.
Tobías.
— Eso le va a gustar a Agnes.
Clara
(asiente con la cabeza). — Como pocas
cosas. Lo que quise decir era que quizá Toby iba a llegar un buen día, cargando
folletos de viaje, se iba a sacar la corbata y anunciaría que estaba harto
hasta de aquí, del norte, del este, de los suburbios, de la gran vida gris y
regulada consumiéndose ante sus ojos — pobre Toby — y que se había comprado una
isla en Paraguay...
Tobías.
— ... que no tiene mar.
Clara.
— ... Sí, bien lejos, que se compró esa isla y que nos va a llevar a todos ahí,
a través de lo que fuera y que nos iba a construir un enorme refugio, para todos
nosotros. Llevarnos lejos, a donde uno siempre está
bien y es feliz. (Observa
a Tobías, quien mira su copa, estremeciéndose un poco.)
Julia
(ella también). — ¿lo harías, papá?
Tobías
(levanta la vista, ve que las dos lo
miran y se estremece aun más). — Es... es demasiado tarde o algo parecido.
(Corto silencio.)
Clara
(para animar un poco). — O tal vez, simplemente, lo que yo
quería era una malla mokini. (Pausa.)
¿No? Bueno, entonces... Quizá sea más complicado aún. Quiero decir, Clara no
podría encontrarse un hombre para ella aunque tratara de hacerlo y aquí viene
Julia de regreso a su hogar, después de las guerras...
Tobías
(contradiciéndola serenamente). — Tú
podrías encontrar un hombre.
Clara
(con cierta amargura). — Sin duda, he
encontrado a varios, por breves temporadas, y ninguno que fuera mío.
Tobías
(a Julia, totalmente espontáneo). —
Julia, ¿no crees que tía Clara podría encontrar un hombre para ella?
Julia
(didáctica). — No me gusta el tema.
Clara. — ... Y acá viene Julia de regreso a su hogar, después de las
guerras, con cuatro corazones púrpuras...
Julia.
— ¿Por qué no tomas otra copa y acabas con eso?
Clara
(mira su vaso vacío, se encoge de hombros).
— Muy bien.
Julia
(más bien a la defensiva). — Yo he
abandonado a Doug. No nos hemos divorciado.
Clara.
— ¡Todavía! ¿Estás cocinando una segunda tanda, Tobías? (Dirigiéndose nuevamente a Julia.) Pero has vuelto a casa, ¿no es
así? ¿Y no es lo que hiciste con los demás?
Julia
(levantando los hombros), — ¿A qué
otro lugar puedo ir?
Clara.
— Este es un mundo muy grande, nena. Hay hoteles, ciudades nuevas. La casa de
tus padres es el camino más rápido a Reno que conozco.
Julia
(condescendiente). — Has tenido mucha
experiencia en estos problemas, Clara.
Clara.
— De espectadora. Buenos asientos, justo a cinco metros de distancia,
observadora objetiva. (Con acento tejano
o parecido.) ¡Lo juro! Si yo no la quisiera tanto a mi hermana, diría que
ella te hace enganchar para tener el placer de que vuelvas.
Julia y Tobías (juntos)¡De
acuerdo! ¡Ya basta de eso!
Clara
(durante el silencio que sigue). — Discúlpenme. Lo siento... mucho. (Aparece Agnes a través de la arcada.)
Agnes
(si ha escuchado algo no da indicación de
ello). — "Ellos" me han dicho en la cocina... "Ellos"
me han dicho que estamos por comer, dentro de un segundo. ¿Están tomando un
cóctel? Creo que uno me sentaría bien. (Coloca
su brazo alrededor de Julia al pasar al lado de ella.) Es uno de esos días
en que todo está al revés. Pero estamos todos juntos... lo que ya es algo.
Julia.
— Unos pocos de nosotros.
Tobías.
— ¿Ni una palabra de... (Señala el techo.)
...allá arriba?
Agnes.
— No. Yo caí arriba —bueno, eso no tiene mucho sentido, ¿no es verdad?— Yo
estuve arriba y llamé a la puerta del cuarto de Harry y Edna, y Julia, y
después de un momento escuché que Harry decía: "Todo está bien, estamos
muy bien". Yo no tuve el... bueno, sentí una mezcla tan rara de incomodidad
e irritación y... aprensión, supongo, y... fatiga... que no insistí.
Tobías.
— ¿Pero no han salido de allí? Quiero decir, ¿no han comido nada o alguna otra
cosa?
Agnes.
— ¿Quieres hacerme... esa cosa, un Martini, por favor? Me dijeron:
"Ellos" me dicen que mientras todos nosotros habíamos salido a hacer
nuestras diferentes cualquier-cosa-que-sea, Edna bajó, les pidió que les
hicieran sándwiches, los que fueron llevados hasta la puerta cerrada y luego
entrados.
Tobías.
— Bueno, mi Dios, quiero decir...
Agnes
(más bien recitativa). — No se saca
nada con forzar la situación, ellos son nuestros más queridos amigos; ya nos
hablarán cuando sea el momento.
Clara
(mirando a través de su copa). —
Vislumbré algo de eso anoche; pensé que me había dado cuenta.
Agnes
(tan graciosa). — Lo que vemos en el
fondo de nuestras copas es, a menudo, basura.
Clara
(espía en su copa con curiosidad
exagerada).
— ¿Realmente? ¿Será verdad?
Tobías
(alcanzándole una copa a Agnes). —
¿Dijiste que querías uno?
Agnes
(con sus ojos todavía sobre Clara). —
Sí, lo dije, gracias.
Clara.
— He estado tratando de descubrir, sin mayor éxito, por qué la señorita Julia,
que está aquí, ha vuelto a casa.
Agnes.
— Me imagino que Julia está en casa porque desea estarlo y además, es donde
debe estar, si así lo quiere.
Tobías.
— ¿Eso es lógico, no es verdad?
Agnes.
— ¿También tú?
Julia.
— ¡Está en contra de todo!
Agnes.
— ¿Quién? ¿Tu padre?
Julia.
— ¡Doug!
Agnes.
— No tienes por qué hacer un circo de esto; cuéntamelo después, cuando...
Julia.
— La guerra, el matrimonio, el dinero, los chicos...
Agnes.
— ¡No necesitas decir eso!
Julia.
— ¡Tú! ¡Papá! ¡El gobierno! Clara, si él la hubiera conocido... ¡En contra de
todo!
Clara.
— Bueno, creo que yo le hubiera caído bien; yo también estoy en contra de todo.
Agnes
(a Julia). — Estás cansada; vamos a
hablar sobre eso después...
Julia
(enferma de disgusto).— ¡Ya he
hablado de eso! ¡No he hablado de otra cosa!
Agnes
(entrometiéndose con calma). — Estoy
segura que aun nos queda más por hablar.
Julia.
— No hay nada más que hablar.
Agnes
(con los dientes apretados). — Hay
mucho más y me lo dirás después, cuando estemos a solas. No has venido a
buscarnos después de tu cuarta debacle...
Julia.
— ¡Él se oponía! ¡Y eso es todo! ¡Se opone a cualquier cosa!
Agnes
(después de un breve silencio). —
Quizá después de comer.
Julia.
— ¡No! ¡No quizá después de comer!
Tobías.—
¡Todas ustedes! ¡Cállense! (Silencio.)
Clara
(chata; a Tobías). — ¿Vamos a tener
nuestros dividendos o no? (Silencio;
después con una amable disculpa irónica.) "Todas las familias felices
son parecidas". (Harry y Edna
aparecen en la arcada, con los abrigos puestos o en el brazo.)
Harry
(un poco incómodo). — Bueno.
Clara
(bonhomía exagerada). — ¡Bueno, miren
quién está aquí!
Tobías
(incómodo). — Harry, justo a tiempo
para un Martini...
Harry.
— No, no, estábamos por... ¡Julia, ya estás aquí!
Edna
(conmiseración cariñosa). — Oh,
Julia.
Julia
(con valentía, amablemente). — ¿Cómo
están?
Agnes
(poniéndose de pie). — Hay justo
tiempo para tomar una copa antes de comer, si mi marido se apura un poco...
Harry.
— No, nosotros nos íbamos... Nos vamos a casa ahora.
Agnes
(con alivio que surge a través de la
sorpresa). — ¿Oh? ¿Sí?
Edna.
— Sí. (Pausa.)
Agnes.
— Bueno. (Pausa.) Si podemos
servirles de algo, nosotros...
Harry.
— A... a traer nuestras cosas. (Silencio.)
Nuestra ropa y cosas.
Edna.
— Sí.
Harry.
— Vamos a estar de vuelta en... bueno, después de comer, de modo que no...
Edna.
— Dentro de una o dos horas. Nos va a tomar un buen rato. (Silencio.)
Harry. — Nosotros nos vamos a
arreglar solos... No se molesten. (Empiezan
a salir, como una tentativa, después ven que los demás simplemente los siguen
mirando. Salen. Silencio.)
Julia
(controlándose pero cercana a las
lágrimas).— ¡Quiero de nuevo mi cuarto! ¡Quiero mi cuarto!
Agnes
(compuesta, helada, de pie en la arcada).—
Creo que la comida está servida...
Tobías
(ausente). — Sí.
Agnes.
— Si es que alguno de ustedes tiene estómago para comer.
telón
Escena Segunda
La misma escenografía, después de comer, esa misma noche.
Agnes y Tobías, de un lado, Agnes de pie; Tobías sentado; Julia en otro
extremo, no los mira.
Julia
(una afirmación, que no está dirigida a
ninguno de ellos). — Esta fue, sin duda, la comida más desagradable a la
que me ha tocado asistir.
Agnes
(parece satisfecha). — ¿Qué dijiste?
(No hay respuesta.) Vamos, ¿qué has
querido decir? ¿El ragout no fue de tu agrado? ¿La Isla Flotante se hundió?
Fíjate en lo que dices, porque tu padre se siente orgulloso de sus vinos...
Julia.—
¡No! ¡Tú! ¡Sentada ahí! Como una combinación... de papa... y "no
discutamos eso"; "Clara, quédate quieta"; "No, Tobías, la
mesa no es el lugar apropiado"; "¡Julia!" ...¡Niñera! ¡Como una
niñera!
Agnes.
— Cuando uno se acuesta con chicos...
Julia.
— Alguna vez descubriré quién crees que eres.
Agnes
(helada). — Ya lo sabrás... algún
día.
Julia.
— No, ¡eres más bien como un sargento con sus reclutas! "Harán esto, no
dirán aquello".
Agnes.
— "Mantenerse en forma". ¿Has oído esa expresión? La mayoría de las
personas la entienden mal, creen que significa cambio, cuando no es así.
Conservación. Cuando mantenemos algo en forma, conservamos su forma — si nos
sentimos orgullosos o no de esa forma es otro asunto—; la preservamos que se
haga otra cosa. No intentamos lo imposible. Lo mantenemos. Sostenemos.
Agnes
(con calma). — Yo... mantendré esta
familia en forma. Yo la mantendré; la sostendré.
Julia
(con burla). — Pero no intentarás lo
imposible.
Agnes
(una sonrisa). — Los mantendré en
forma. Si soy un sargento... que así sea. Ya que nadie... realmente quiere
hablar sobre tu último... desorden marital, sino que en realidad solo quieren
hablar alrededor de eso, usarlo como una excusa para todo tipo de pequeñas
venganzas horrorosas... creo que por lo menos podemos mantener la mesa...
limpia de eso.
Julia
(saludo sarcástico, sin levantarse).
— Sí, señor.
Agnes
(razonable). —Y si grito, simplemente es para que se me escuche... por
encima del terrible estrépito de las intimidades y las rabietas... de todos
ustedes. ¿No soy un ogro, no es cierto?
Tobías
(no se muestra ansioso por discutir).
— No, no; muy... razonable.
Agnes.
— Si soy porfiada en algunas cosas (Justo
cuando la boca de Julia se abre para hablar.) Si soy una autoritaria, como
Julia hubiera dicho, ¿no es así, querida? En verdad, ¿no estabas por decirlo?
Si porfío respecto a algunos puntos como modales, oportunidad, tacto — las
gracias, casi me ruborizo al decirlo — es simplemente porque soy la única
integrante de esta... familia, razonablemente feliz, que ha sido bendecida y
cargada con la capacidad de ver objetivamente una situación mientras estoy
dentro de ella.
Julia
(sin importarle realmente). — ¿Qué
hora es?
Agnes
(un poco más dura ahora). — La doble
facultad de ver, no solo los hechos, sino también sus implicaciones...
Tobías.
— Casi las diez.
Agnes
(con cierta irritación hacia los dos).—
...La perspectiva más alejada como también la más próxima. Hay un equilibrio
que debe ser mantenido, después de todo, aunque ustedes se balanceen, sin
preocuparse, o sin cuidarse, creyendo que están a nivel de la tierra... por
derecho divino, me imagino, aunque difícilmente sea así. Y si yo debo ser el
punto de apoyo... (Se da cuenta que
ninguno de ellos está escuchándola realmente y dice entonces con el mismo tono.)
... Creo que voy a pedir el divorcio. (Sonríe
al ver que sus palabras no han producido ningún efecto.)
Tobías
(que recién se da cuenta). — ¿Pedir
qué? ¿Un qué?
Agnes.
— No temas; estaba haciendo una prueba, simplemente. Todo se da por sentado y
nadie escucha.
Tobías
(frunciendo la nariz). — ¿Pedir el
divorcio?
Agnes.
— No, no; Julia lo ha hecho por todos nosotros. Ni siquiera la separación; eso
está asegurado, y en plena vida: la pérdida... gradual de la intensidad, las
preocupaciones privadas, las sustituciones. Nos volvemos alegóricos, querido
Tobías, a medida que envejecemos. La individualidad a la que nos aferramos tan
intensamente termina en el capricho; nos vemos repetidos a nosotros mismos por
aquellos a los que ponemos en juego, ya sea por reflejo o por rechazo, por
honor o por falta. (Dirigiéndose a sí
misma, realmente.) Yo no soy una tonta; realmente no lo soy.
Julia
(hojeando una revista; con evidente falta
de
interés,
pero sin ser ofensiva). — ¿En qué está Clara?
Agnes
(dirigiéndose hacia Tobías, le coloca una
mano sobre su hombro). — De ningún modo lo soy, realmente.
Tobías
(levantando la vista, con cariño). —
No; por supuesto que no.
Agnes
(sorprendentemente poco amable, a Julia).—
¿Cómo puedo saber lo que está haciendo Clara?
Julia
(ella también con el mismo tono). —
Bueno, tú eres el punto de apoyo y todo lo demás por aquí, la doble visión, el
gran acto de equilibrio... (Deja que vaya
decayendo el tono de su voz.)
Agnes (un poco triste; mirando hacia otro lado).— Me atrevería a decir que Clara está en su cuarto.
Julia
(aniñada). — Por lo menos ella tiene
uno.
Agnes
(dando vuelta para enfrentarla; con mucha
dureza). — Bueno, ¿por qué no te vas arriba, corriendo, y pides que te
devuelvan tu bendito cuarto? ¡Te metes adentro y haces una barricada! ¡Pon un
escritorio delante de la puerta! ¡Y ya que estás en eso, toma el revólver de
Tobías! ¡Ármate! (Estrépito de acordeón;
Clara aparece en la arcada llevándolo colgado.)
Clara.
— ¿Barricadas? ¿Revólveres? ¿Realmente? ¿Tan pronto?
Julia
(riéndose a pesar suyo).— ¡Oh,
Clara...!
Agnes
(no se divierte). — ¡Clara, quieres
dejar ese maldito artefacto!
Clara.
— "Se rieron cuando me senté a tocar el acordeón". ¿Dejarlo? ¡No, no
lo haré! Esta va a ser una noche festiva, de acuerdo a como huele, y la hermana
Clara quiere desempeñar su papel, pagar su parte, por así decirlo...
justificarse.
Agnes.—No
vas a tocar ese instrumento espantoso aquí adentro, y... (Pero el resto de lo que quiere decir es sofocado por el acorde del
acordeón.) ¡Tobías! (Calma.) Haz algo.
Tobías
(él también riéndose entre dientes).
— Oh, por favor, Agnes...
Clara.
— ¿Así que... (Otro acorde.)... debo
esperar? ¿Debo comenzar ahora? ¿Una polca? ¿Qué prefieren?
Agnes
(glacial, pero a Tobías). — Mi
hermana no es lo que se llama una holgazana. ¡Las cosas que ha aprendido desde
que dejó la cuna! Torpeza, ingratitud, embriaguez e incluso... esto. Se ha
transformado también en una virtuosa del acordeón.
Clara
(con un tono nasal en su voz). — Mamá
solía decir: "Clara, muchacha"... Ella tenía un tío llamado Clara,
por eso siempre me llamaba: Clara, muchacha...
Agnes
(perdiendo la paciencia). — Eso no es
exacto.
Clara.
— "Clara, muchacha", acostumbraba a decir, "cuando tengas que
enfrentar al mundo, y saltes de la cuna, o te empuje tu hermana..."
Agnes
(despacio, pero ardiendo). —
Mentiras. (Los ojos le brillan.) Ella
te mantuvo a su lado, te permitió de todo... ¡te toleró! Aguantó tus
inmundicias, tu "femineidad emancipada". (A Julia, exageradamente dulce.) Incluso durante su adolescencia, tu
tía Clarita tenía sus propias y muy especiales costumbres, era muy... adelantada.
Clara
(riéndose). — Tenía un novio, lo
mismo que tú, salvo que no me acosaban los adecuados remordimientos sociales,
cada vez. (A Julia.) Tu mami sacudió
sus partes pudendas un par de veces antes de conocer al viejo Toby, ¿sabes?
Tobías.
— ¿Tus qué?
Agnes
(majestuosamente). — Mis partes
pudendas.
Clara
(protestando un poco). — Puedes
presentarte en tu vejez como si te hubieras olvidado de todo, si así lo
quieres, pero... recuerda tan solo...
Agnes
(rabia sorda). — No soy una vieja. (Piensa de pronto; a Tobías.) ¿Lo soy?
Tobías
(no sirve de ayuda; con gran despliegue).—
Bueno, eres mi vieja... (Agnes casi dice
algo; cambia de idea, sacude su cabeza, ríe suavemente.)
Clara
(un acorde). — Bueno, ¿qué quieren
que toque?
Julia
(apagada). — Resérvalo para Edna y
Harry.
Clara. —
¿Que lo reserve para Edna y Harry? ¿Para ellos? (Acorde.)
Agnes
(amable). — Por favor.
Clara. —
Está bien; me voy a quitar la carga. (Se
saca el acordeón.)
Agnes. —
Yo me atrevería a decir... (Se detiene.)
Tobías. —
¿Qué?
Agnes. —
No. Nada.
Clara
(con media sonrisa). — Estamos
esperando ¿no es así?
Clara. —
Esperando. El cuarto; el consultorio del médico. Bella despreocupación;
intensivo estudio de las espantosas cortinas; concentración en la revista Field
and Stream; esperando la bi-op-sia. * (Mira
a uno por uno.) ¿No es cierto? ¿Saben lo que quiere decir?
{
* Juego de palabras intraducible. Clara dice bi-op-see o sea bi-op-ven, que en
castellano no tiene traducción posible. (N. del T.).}
Julia
(más bien desafiante). — ¿Qué pasa
con Harry y Edna?
Clara
(como un eco; con media sonrisa). — No
queremos hablar de eso.
Agnes. —
Si ellos regresan...
Clara. -- ¿¡Sí!?
Agnes
(cierra sus ojos durante un momento).
— Si ellos regresan... nosotros... (Se
estremece.)
Clara.
— Solo tienes dos posibilidades, hermanita.
O los haces entrar o los dejas afuera.
Agnes.
— Oh, qué fácil es desde la platea.
Tobías
(mirando por la ventana). — No
haremos nada de eso, creo. Ni hacerlos entrar ni echarlos.
Clara.
— ¿Oh?
Tobías
(con un sentimiento de desnudez). —
Bueno, sí, acaban de... pasar.
Clara.
— Como lo han estado haciendo... todos estos años.
Agnes.
— Bueno, lo sabremos bastante pronto. (Con
no demasiado placer.) Están de vuelta.
Tobías
(se levanta, va hacia la ventana con ella).—
¿Sí?
Julia.
— Creo que me voy arriba...
Agnes.
— ¡Tú te quedas aquí!
Julia.
— Quiero ir a mi...
Agnes.
— ¡Ese cuarto es de ellos! Por el momento.
Julia
(con desagrado). — Una de las cosas
que opina Doug, tal vez te interese saberlo, es que cuando tú y todos los de tu
índole vuelen por el aire con una atómica china, la tierra será un lugar mucho
más agradable.
Clara.
— ¿"índole", no es una palabra amorosa?
Tobías
(desilusionado).— ¡Oh, vamos!
Clara,
— Por cierto, va a ser un mundo mucho menos poblado.
Agnes
(seca). — Sabes elegir muy bien,
Julia.
Julia
(retrocediendo a la inseguridad). —
Eso es lo que dice él.
Agnes.
— Siempre lo ha dicho. ¿Te incluye en mi índole, también? ¿Estarás con nosotros,
cuando el "hongo fatal" se presente, como dicen esos sucios
muchachos? ¿Vamos a tener el placer?
Julia
(después de una pausa; tanto una amenaza como una promesa). — Estaré aquí
mismo.
Tobías.
— ¡Agnes!
Julia.
— ¿Quieres saber otras cosas que dice?
Agnes
(pacientemente). — No, Julia.
Julia.
— ¿Tú, papá?
Tobías
(disculpándose un poco). — No... no
en este momento, Julia.
Julia
(desafiante). — ¿Y tú, Clara?
Clara.
— ¡Bueno, vamos! Tú sabes que me gustaría oírte — me encantaría — pero Toby y
Agnes tienen una invasión entre manos y...
Agnes.
— No tenemos nada por el estilo.
Clara.
— ...y sería mejor que lo reservaras para Harry y Edna, también.
Agnes.
— Eso no les interesa a Edna y Harry.
Clara.
— Los mejores amigos.
Agnes.
— ¿Tobías?
Tobías
(se para de mala gana.) ¿Dónde...?
¿Qué quieres que haga con todo esto? ¿Con todo...?
Agnes
(encaminándose hacia la arcada). —
¡Bueno, por Dios! Yo lo haré. (Salen.)
Julia
(mientras Clara se dirige al aparador).
— ¿Qué... qué es lo que quieren? Harry y Edna.
Clara
(sirviéndose algo para tomar).— ¿Mmmmm?
Julia.
— Vas a volverla loca a mamá. Harry y Edna: ¿qué es lo que quieren?
Clara.
— Socorro.
Julia
(breve pausa). — ¿Cómo?
Clara
(leve sonrisa). — Confort (Se da cuenta de que Julia no comprende.)
Calor. Un cuarto especial con un velador o con la puerta entreabierta de modo
que se pueda mirar hacia el hall desde la cama y ver que la puerta de mami está
abierta.
Julia
(sin enojo; perdida). — Pero ese es
mi cuarto.
CLARA. — Es... el cuarto. Dio la casualidad de que estabas en
él. Eres una visita como cualquier otra, ahora. (Se escuchan conversaciones entremezcladas que provienen del hall.)
Julia
(quejándose algo). — Pero yo conozco
ese cuarto.
Clara
(cortante, pero amable). — ¿Has
vuelto a casa para siempre, ahora? (Julia
la mira.) ¿Vas a quedarte en casa para siempre, de vuelta del mundo? ¿Para
pena y tranquilidad de tus padres? ¿Has vuelto para ocupar mi lugar?
Julia
(desesperación sorda).— ¡Esta es mi
casa!
Clara.
— ¿Este... reducto? ¿Sí? (Placenteramente
asombrada.) ¡Vas a presentar una demanda por tu antro! Bueno, no sé cómo lo
van a tomar. No somos una nación comunal, querida (Edna aparece en la arcada sin que la vean); dando, pero no
compartiendo, yendo y viniendo pero sin mostrarse amistosa.
Edna.
— Hola.
CLARA (amistosa pero
sin darse vuelta para mirarla). — ¡Hola! (Nuevamente a Julia.) Nosotros sumergimos nuestras verdades y
tenemos nuestras puestas de sol sobre aguas tranquilas. (Entra, Edna.)
Edna.
— Sí.
Clara
(dirigiéndose nuevamente a Julia). —
Vivimos con nuestras verdades en el traste y examinamos toooodaaaas las
interpretaciones de toooodaaaas las irnplicaciones, como si no viviéramos para
otra cosa, bendito sea Dios. (Se da
vuelta hacia Edna.) ¿Crees que podemos caminar sobre las aguas, Edna? ¿O
crees que nos hundimos?
Edna
(seca). — Nos hundimos.
Clara,
— Tendríamos que desarrollar branquias. ¿Cierto?
Edna.
— Cierto.
Julia.
— No te vi entrar.
Edna.
— Entramos con el coche por el fondo. Harry está ayudando a Agnes y a Tobías a
subir las valijas.
Julia
(con un leve tono catedrático). —
¿Querrás decir que Agnes y Tobías lo están ayudando a Harry?
Edna
(cansada). — Como quieras. (A Clara.) ¿En qué estaban ustedes dos?
Clara.
— Creo que Julia esta vez ha vuelto definitivamente a casa.
Julia
(molesta e incómoda). — ¡Por Dios,
Clara!
Edna
(más bien como si Julia no estuviera en
el cuarto). — ¿Oh? ¿Es tan grave el asunto?
Clara.
— Siempre dije que lo haría, por último.
Julia
(en voz baja, a Clara). — Este es un
problema familiar.
Edna
(mirando en torno). — Sí, pero no sé
si Agnes y Tobías lo han visto con tanta claridad. Me gustaría que Agnes
volviera a tapizar esa silla.. . Quizá ahora...
Julia
(explotando). — Bueno, ¡por qué no
llamas al tapicero! ¡Ya que están viviendo aquí!
Clara
(divertida y tranquila). — Todo queda
en familia.
Edna.
— Ya no eres una niña, Julia, estás en camino a los cuarenta, y no has
ayudado... con tus matrimonios... con tus pavadas...
Julia
(harta, temblando de rabia). — ¡En
esta casa! ¡eres una huésped!
Edna
(deja que pase un momento, agrega con calma).
— ...Y si has decidido... (Pensativa.)
¿Volver para siempre?... Entonces se trata de algo que le concierne a bastantes
per. .
Julia.
— ¡¡Tú eres una huésped!!
Clara
(con calma). — Como tú.
Edna.
— ... a bastantes personas... cuyas vidas se ven... alteradas aunque no
necesariamente trastornadas, por tus acciones. Clara, ¿dónde encarga Agnes que
le tapicen los muebles? Acaso emplea...
Julia.
— ¡No!
Edna
(estricta, suave y con fuerza).—
¡Buenos modales, jovencita!
Clara
(cortante). — Julia, ¿por qué no le
preguntas a Edna si quiere tomar algo?
Julia
(abre la boca para convidarla, durante un
segundo).— ¡No! (A Edna.) Aquí
no tienes derechos...
Edna.
— Tomaré un coñac, Julia. (Julia se queda
inmóvil, Edna continúa; precisa y cortante.) Mi marido y yo somos los
mejores amigos de tus padres. Y somos además tus padrinos.
Julia.
— ¡¿Eso te da derechos?!
Clara
(sonríe). — Algunos.
Edna.
— Algunos derechos y responsabilidades. Varios.
Clara
(al ver a Harry en la arcada). —
Hola, Harry; entra. Julia está por prepararnos algo para tomar. Qué es lo
que...
Harry
(restregándose las manos; muy cómodo).—
Yo lo haré; no te molestes, Julia.
Julia
(corre hacia el aparador, pone su espalda
con
tra
él, extiende sus brazos protegiéndolo, curiosamente perturbada y asustada por
algo).— ¡No! ¡No te acerques! ¡No des ni un paso!
Harry
(pacientemente, adelantándose un poco).—
Vamos, Julia...
Julia.
— ¡No!
Edna
(sentada, distendida). — Déjala,
Harry. Ella quiere hacerlo.
Julia.
— ¡No quiero hacerlo!
Harry
(firme). — Entonces lo voy a hacer
yo, Julia.
Julia
(de pronto como una niñita; llorando).—
¿¡Mamá, mamá!?
Edna
(sacudiendo la cabeza; no sin amabilidad).—
Verdaderamente...
Julia.
— ¿¡Mamá!?
Clara
(en la forma en que una enfermera le
habla a un paciente perturbado). — ¿Julia? ¿Me dejas que lo haga yo? ¿Puedo
prepararlo yo?
Julia
(chillando). — ¡Nadie se acerque!
¡Ninguno de ustedes!
Clara
(levantándose).— Vamos, Julia.
Harry.
— Oh, vamos, Julia...
Edna.
— Déjala, Harry.
Julia.—
¡Mamá! ¡Papá! ¡Socorro! (Entra Agnes.)
Agnes
(dolorida). — ¿Julia? ¿Estás
gritando?
Julia.—
¡Mamá!
Agnes
(muy consciente de los demás). — ¿Qué
te pasa, querida?
Julia
(fuera de sí misma, al ver que no
despierta ninguna simpatía). — ¡Ellos! ¡Ellos quieren!
Edna.
— Olvídalo, Julia.
Harry
(risa breve y condescendiente). — Sí,
por el amor de Dios, olvídate.
Julia.
— ¡Ellos quieren!
Agnes
(amable, pero protectora).— Tal vez,
sea mejor que vayas arriba.
Julia
(aún semihistérica).— ¿Sí? ¿¡A dónde!? ¿¡A qué cuarto!?
Agnes
(paciente). — Ve a mi dormitorio,
recuéstate.
Julia
(con una risa desagradable).— ¡Tu
dormitorio!
Edna
(calma). — Puedes recostarte en
nuestro cuarto, si lo prefieres.
Julia
(mujer atrapada, acorralada). — Tu
cuarto! (A Agnes.) ¿Tú cuarto? ¡¡El
mío!! (Mira a uno por uno, encuentra solo
caras expectantes.) ¡¡El mío!!
Harry
(se encamina hacia el aparador). —
Dios.
Julia.
— ¡No te acerques a eso!
Agnes.
— Julia...
Julia.
— ¡Es que yo quiero!
Clara
(sonrisa triste). — ¿Qué quieres,
Julia?
Harry.
— Jesús.
Julia.—
¡¡Yo quiero... lo que es mío!!
Agnes
(desapasionada al parecer; después de una
pausa). — Bueno, entonces, querida, vas a tener que decidir qué es eso,
quieras o no.
Julia
(pausa; aterrorizada; sale corriendo de
la habitación).— ¿Papá? ¡¿Papito?! (Un
silencio; Harry va hacia el aparador y comienza a preparar las bebidas.)
Agnes
(como si no hubiera pasado gran cosa).—
Caramba, creo que es la primera vez que recurre a su padre en... desde su
infancia.
Clara.
— ¿Cuando solía magullarse las rodillas?
Agnes
(risa breve). — Sí, volvía a casa
sangrando. Yo pensaba que era torpe, pero una o dos veces se me cruzó el
pensamiento de que era religiosa.
Edna.
— ¿Que rezaba sobre el pedregullo? ¿Haciendo
penitencia?
Agnes
(se ríe entre dientes, pero esto encubre
otra cosa). — Sí. Teddy acababa de morir, creo, y era una... época
irreal... para muchos de nosotros, para mí. (Pena demostrada claramente.) Pobre chiquito.
Edna.
— Sí.
Agnes.
— Era una época irreal: yo pensaba que Tobías me había dejado de querer — o
más bien — que se había cansado de mí, cuando Teddy murió, como si él hubiera
sido el lazo.
Harry.
— ¿Quieres tomar algo, Edna?
Edna
(mirando a Agnes más bien soñadora).—
Mmmmm — mmmmm.
Agnes
(sin ser explicativa, realmente sin
dirigirse a ninguno de ellos). — Ah, las cosas que puse en duda, entonces:
si yo era amada ¡si yo amaba, por lo tanto! Si Teddy realmente había vivido, mi
razón, ya ves. Si Julia iba a estar con nosotros durante mucho tiempo. Creo...
creo que pensé que Tobías me fue infiel entonces. ¿Lo fue, Harry?
Edna.
— Oh. Agnes.
Harry
(sin sutileza).— ¡Vamos, Agnes! ¡Por
supuesto que no! ¡No!
Agnes
(levemente divertida). — ¿Lo fue,
Clara? ¿Ese verano caluroso, con las rodillas de Julia llenas de sangre y
Teddy muerto? ¿Mi marido... me engañó?
Clara
(mira a Agnes con firmeza, levanta su
copa para brindar por ella; luego). — Me agarraste, hermana.
Agnes
(un amén).—Y con eso basta.
Edna.
— Pobre Julia.
Agnes
(se encoge de hombros).—Julia es una
tonta;
¿Quieres prepararme algo, Harry, ya que estás haciendo el
papel de Tobías? ¿Un whisky?
Harry
(le alcanza a Edna una copa). — Por
supuesto. ¿Y tú, Clara?
Clara.
— ¿Por qué no?
Agnes
(con una sonrisa demasiado dulce). —
Clara podría contarnos tantas cosas, si quisiera, ¿no es así, Clara? Clara,
que observa todo desde afuera, ha visto tanto, nos ha visto a todos nosotros
con tanta claridad, ¿no es así, Clara? No te llamas así porque sí.
Clara
(previniéndole amablemente). — No
sigas, hermana.
Agnes (levanta los ojos hacia Edna y Harry; con
precisión y no con demasiada amabilidad). — ¿Qué es lo que quieren ustedes?
Harry (después de una pausa y una mirada a Edna).
— No sé qué quieres decir.
Edna
(parece confundida). — Eso mismo.
Agnes
(entrecerrando los ojos). — ¿Qué es
lo que realmente... quieren?
Clara.
— ¿Se lo vas a contar, Harry?
HARRY. — Yo no... no sé qué quieres decir, Clara. ¿Querías
whisky?, ¿no Agnes?
Agnes.
— Ya lo dije.
HARRY (poco amable).
— Sí, pero no me acordaba.
Edna
(entrecerrando también los ojos). —
No le hables a Harry de esa manera.
Agnes
(está por atacar, después lo piensa mejor).—
Lo... lo siento, Edna. Me olvidé que son ustedes... gente muy asustada.
Edna.
— ¡No te burles de nosotros!
Agnes.—Mi
querida Edna, no me estoy burlan...
Edna.
— ¡Sí que lo estás! ¡Te estás riendo de nosotros!
Agnes.
— Te aseguro, Edna...
Harry
(dándole a Agnes una copa, con cierto
desagrado).— Acá tienes.
Agnes.
— Yo, yo te lo aseguro.
Clara
(colgándose su acordeón). — Creo que
es el momento de tocar un poquito de música, ¿no les parece, chicos? Voy a
entonar algo tirolés, un poquito yo también, ahora, si alguien...
Agnes
(exasperada).— ¡No queremos música,
Clara!
Harry
(horrorizado y divertido). — ¿Tú, tú
qué? ¡¿Vas a tocar algo en tirolés?!
Clara
(como si juera la cosa más natural del
mundo). — Bueno... seguro.
Edna
(seca). — Va a mostrar su talento.
Harry
(continúa sin creer). — ¿¡En
tirolés!?
Clara
(enfática; aniñada).— ¡Sí! (Tobías ha aparecido en la arcada.)
Harry.
— ¡Toca como los tiroleses!
Clara
(con brío). — ¿Qué te gustaría
escuchar, Harry? ¿Unos acordes de "Llévame a la casa verde y tírame al
suelo..."?
Agnes.
— ¡Clara!
Tobías.
— Yo... yo me pregunto si alguno de ustedes, antes del concierto, no querría
tomarse el trabajo de explicarme por qué, mmmm, mi hija está arriba, con un
ataque de histeria.
Clara.
— Envidia, muchacho; ella no canta, ni nada. (Un acorde.)
Tobías.—
¡Por favor! (A los demás.) ¿Y bien?
¿Ninguno de ustedes va a decírmelo?
Agnes
(controlada). — ¿Qué, qué es lo que
estaba haciendo, Tobías?
Tobías.
— ¡Ya te lo dije, está histérica! sus casamientos, querido: en cada uno de
ellos, el temor, la felicidad, el sexo, el final, las infidelidades...
Tobías
(asintiendo; habla con suavidad). —
Está bien, Agnes.
Agnes
(mueve la cabeza). — Oh, mi querido
Tobías... me han pasado muchas más cosas que a ella. Me veo a mí misma...
envejeciendo cada vez, veo pasar mi propia vida. No, no tengo tiempo para eso
ahora. A medianoche, tal vez. (Sonrisa triste.) Cuando todos estén
acostados... durmiendo seguros. Entonces reconfortaré a Julia y me sentiré
perdida una vez más.
Clara
(para quebrar un silencio incómodo).
— Les he dicho, hay demasiados mártires aquí.
Edna
(observándose un padrastro en un dedo).
— Uno por cada uno de nosotros.
Agnes
(seca). — Es lo usual (Una mirada a Clara.) Aunque creo que
algunos no lo son tanto y otros han conocido a Job. Los desahuciados son los
más crueles de todos: de esa manera soportan sus cargas.
Clara.
— Si entrevistaras a un camello, admitiría que ama su carga.
Edna
(abandonando el padrastro). — Me
gustaría que dejaran de pelearse entre ustedes.
Harry.
— ¡Sí, qué diablos! ¿Vamos a tomar algo, Tobías?
Tobías
(desde lo hondo de su pensamiento).—
¿Hummm?
Harry.
— ¿Qué puedo prepararte, viejo?
Clara
(algo complacida). — Edna, acabas de
decir realmente lo que pensabas.
Tobías
(confundido respecto dónde está). —
¿Qué es lo que puedes prepararme a mí?
Edna.
— A veces... lo hago.
Harry.
— Bueno, lo que quieras; para eso estoy aquí.
Edna
(con calma). — Cuando un ambiente no
es lo que debería ser.
Tobías.
— Oh, claro; whisky.
Agnes
(sonrisa tensa).— ¿Y tú puedes decirlo?
Clara
(un acorde; después).— ¡Largamos!
Agnes.
— Termínala, Clara, querida. (A Edna.)
Dije: ¿y tú eres la más indicada para decirlo?
Edna
(a Agnes; con calma, firme). —
Debemos ayudar cuando podemos, mi querida; esa es la... responsabilidad, la
doble exigencia de la amistad... ¿no es así?
Agnes
(ligeramente dogmática). — Sí, pero,
cuando se nos pide.
Edna
(sacude la cabeza, sonríe amablemente).
— No. No solamente. (Lo que dice lo
escuchan todos.) Me parece a mí, a nosotros, que ya que estamos viviendo
aquí. (Silencio, Agnes y Tobías miran
desde Edna a Harry.)
Clara. —
¡Ese es mi tono! (Un acorde, después comienza
a cantar tirolés, a un compás ump-pa. Julia aparece en la arcada, sin ser vista
por los demás, su pelo está en desorden, su cara surcada por las lágrimas;
tiene el revólver de Tobías, pero no apuntando a nadie, sino torpemente y hacia
el suelo.)
Julia
(solemne y lacrimosamente). — Échalos
de aquí, papito, échalosdeaquí, échaíosdeaquí, échalosdeaquí, échalosdeaquí...
(Todos ven a Julia y al revólver simultáneamente;
Edna abre la boca pero no se atemoriza; Harry retrocede un poco; Tobías se
encamina lentamente hacia Julia.)
Agnes.
— ¡Julia!
Julia.
— Sácalos de aquí, papito...
Tobías
(encaminándose hacia ella, lenta y calmamente,
hablando con voz tranquila). — Está bien, Julia, nena; dámelo ahora...
Julia.
— Sácalos de aquí, papito...
Tobías
(como antes). — ¡Vamos, Julia!
Julia
(con calma, le da el revólver a Tobías,
asiente). — Échalos, papito.
Agnes
(con suave intensidad). — Habría que
darte unos latigazos, jovencita.
Tobías
(habla tanto para Julia como para Agnes).—
Bueno, basta... ahora.
Julia.
— ¿Lo harás, papito¿ ¿O me lo das de nuevo?
Agnes
(se dirige a Julia; sonrojándose). —
¿Cómo te atreves a entrar aquí de ese modo? ¡Cómo te atreves a avergonzarme a
mí y a tu padre! ¡Cómo te atreves a asustar a Edna y a Harry! ¡Cómo te atreves
a entrar aquí de esa manera!
JULIA (a Harry y Edna;
venenosa). — ¿Se van a ir?
Agnes.
— ¡Julia!
Tobías
(suplicando). — Julia, por favor...
Julia.
— ¡¿Van a irse?! (Silencio, todos los
ojos sobre Harry y Edna.)
Edna
(por último; curiosamente despreocupada).—
¿Irnos? No, no nos vamos a ir.
Harry.
— No.
Julia
(a todos). — ¿¡Ven¡?
Harry.
— Bajando de esa forma con un revólver...
Edna
(transformándose en Agnes). — Vuelves
a tu nido desde tu último desastre, desposeída, y de pronto desposeyendo;
echando la casa abajo a gritos, destruyendo el orden...
Julia.
— ¡Háganla callar!
Edna.
— ...Testaruda, malvada, muchacha malcriada...
Julia.
— Tú no eres mi... ¡No tienes derecho!
Edna. —
Nosotros tenemos derechos aquí. Nos corresponde.
Julia.
— ¡Madre!
Agnes
(intentando). — Julia...
Edna. —
Nosotros pertenecemos aquí, ¿no es verdad?
Julia
(con triunfante desagrado).— ¡¡Para
siempre!! (Breve silencio.) ¿No han
venido a quedarse para siempre? (Breve
silencio.)
Edna
(va hacia ella, con tranquilidad, la
abofetea).— Si es necesario. (A
Tobías y Agnes, con calma.) Perdón; el deber de una madrina. (Lo siguiente lo dice con calma, casi
desafiante, dirigido a sí misma más que a los demás.) Si hemos llegado a un
punto... si estamos en casa una tarde y el... el terror viene... desciende...
si de pronto... necesitamos... vamos adonde se nos espera, adonde sabemos que
se nos quiere, no solo adonde queremos; venimos adonde la mesa ha sido tendida
para nosotros en esa oportunidad... adonde la cama está preparada... y
calentada... y está lista por si la precisamos. No somos... transeúntes...
como algunos.
Julia.
— ¡No!
Edna
(a Julia). — Tú debes... ¿cuál es la
palabra? ... Coexistir, mi querida. (A
los demás.) ¿No es lo que debe hacer? (Silencio;
calma.) No debe. Esto es lo que ustedes entienden por amistad... ¿no es
cierto?
Agnes
(pausa; por último, con calma). — Han
venido a vivir con nosotros, entonces.
Edna
(después de una pausa; calma). — Y
bien, sí; es lo que hemos hecho.
Agnes
(calma mortal; un suspiro). — Bueno,
entonces. (Pausa.) ¿Quizá sea el
momento de irse a la cama, Julia? Ven arriba, conmigo.
Julia
(una niña confundida). — ¿M-mamá?
Agnes.
— Ajá; déjame que te peine y te frote la espalda (pasa el brazo por sobre el hombro de Julia, la lleva hacia afuera. Al
salir) y nos consolaremos... y resolveremos... y nos quedaremos dormidas,
¿Tobías? (Sale con Julia, silencio.)
Edna.
— Bueno, creo que es hora de ir a la cama.
Tobías
(vago, preocupado). — Claro, sí; sí,
por supuesto.
Edna
(ella y Harry se han levantado con una
leve sonrisa). — Conocemos el camino. (Mientras
ella y Harry se acercan a la arcada.) La amistad es algo así como el
matrimonio, ¿no es cierto, Tobías? ¿Para lo mejor y para lo peor?
Tobías
(ibid). — Seguro.
Edna
(con una cierta exigencia). — No
hemos venido a un lugar equivocado, ¿no es cierto?
Harry
(pausa; tímido). — No nos hemos
equivocado, ¿eh, Toby?
Tobías
(pausa; amable, triste). — No. (Sonrisa triste.) No; por supuesto que
no.
Edna.
— Buenas noches, querido Tobías. Buenas noches, Clara.
Clara
(con media sonrisa). — Buenas noches,
a los dos.
Harry
(con una palmada cariñosa a Tobías, al
pasar). — Buenas noches, viejo.
Tobías
(los mira mientras los dos salen). —
Buenas... buenas noches, a los dos. (Clara
y Tobías solos; Tobías aún sostiene el revólver.)
Clara
(después de un intervalo). — Casa
repleta, Tobías, cada cama y cada armario.
Tobías
(sin moverse). — Buenas noches,
Clara.
Clara
(levantándose, dejando su acordeón).
— ¿Vas a quedarte levantado, Tobías? ¿Como un sereno, vigilando? Yo lo he
hecho. ¿Las respiraciones de los otros, lentas y pesadas, mientras uno está en
el hall tranquilo? ¿Y el calor... especial, y la... penetración... de una
casa... dormida? ¿Cuando la casa está durmiendo? ¿Cuando las personas están
dormidas?
Tobías.
— Buenas noches, Clara.
Clara
(cerca de la arcada). — ¿Y las diferencias? ¿Las diferentes
respiraciones y el frío, cuando cada cama está despierta... durante toda la
noche... muy quieta, con los ojos abiertos, mirando la oscuridad? ¿Conoces eso?
Tobías.
— Buenas noches, Clara.
Clara
(un poco triste). — Buenas noches,
Tobías. (Sale, mientras cae el telón.)
ACTO TERCERO
Las siete y media de la mañana siguiente; la misma
escenografía. Tobías está solo sentado en una silla, con pijama, una robe y
zapatillas. Despierto. Entra Agnes con un salto de cama que podría pasar por un
vestido para recibir. Sus movimientos son suaves, su tono amable.
Agnes
(al verlo). — Ah, ¿estás ahí?
Tobías
(sin mirarla a ella sino a su reloj; hay
muy poca emoción en su voz). — Las siete y media de la mañana y todo está
en orden... supongo.
Agnes.
— Tan raro.
Tobías.
— ¿Hmmmmm?
Agnes.
— Estuvo un extraño anoche en mi habitación.
Tobías.
— ¿Quién?
Agnes.—Tú.
Tobías.
— Ah.
Agnes.
— Fue agradable tenerte ahí.
Tobías
(leve sonrisa). — Hmmmm.
Agnes. —
Le temps perdu. Nunca entendí eso. Perdu quiere decir perdido, no
simplemente... pasado, pero fue agradable tenerte ahí, aunque recuerdo cuando
eso era una constante, ¡con qué facilidad yo me dormía, acompasando mi
respiración a la tuya, y si nos sentíamos cariñosos! Ah, qué espléndido copo de
algodón era eso. Pero anoche —qué tristeza, qué pena — tú eras un extraño, y
yo me quedé despierta.
Tobías. —
Lo siento.
Agnes.
— ¿Estabas completamente dormido?
Tobías.
— No.
Agnes.
— Yo me dormía un poco, después me despertaba, tu presencia tan poco familiar,
señor. Yo podría acostumbrarme a ella nuevamente.
Tobías.
— ¿Sí?
Agnes.
— Así creo.
Tobías.
— No tuviste tu charla con Julia, tu canción de cuna de toda la noche.
Agnes.
— No; no quiso que me quedara. "Busca tu propia casa" es lo que me
dijo. ¿Te quedaste abajo mucho tiempo?
Tobías.
— ¿Cuándo?
Agnes.
— Después... antes de venir a acostarte.
Tobías.
— Un poco. (Se ríe suavemente, tristemente.) Por poco me fui a mi cuarto... por
costumbre... por error, más bien; pero después me di cuenta que tu cuarto es mi
cuarto porque tu cuarto es el de Julia, porque el cuarto de Julia es...
Agnes.
— ... sí. (Va hacia él, le aprieta las
sienes.) Y yo estaba despierta cuando dejaste mi cuarto otra vez.
Tobías
(amable reproche). — Podrías haberlo
dicho.
Agnes
(curiosa). — No lo hice por timidez.
Tobías
(sorprendido agradablemente).— ¡Hmmmm!
Agnes.
— ¿Fuiste al cuarto de Clara?
Tobías.
— Nunca voy a su cuarto.
Agnes.
— ¿Fuiste a verla a Clara para hablar?
Tobías.
— Nunca voy a ver a Clara.
Agnes.
— Siempre envidiamos a alguien a quien no debemos envidiar, estamos celosos de
aquellos que tienen mucho menos que nosotros. Tú y Clara se entienden tanto,
hablan tan a gusto.
Tobías.
— Nunca voy a verla a Clara por la noche ni hablo con ella a solas... solo
públicamente.
Agnes
(pequeña sonrisa). — En lugares
públicos... como este. Tobías. —
Sí.
Agnes. —
Nunca lo has hecho.
Tobías.
— ¿Cómo?
Agnes.
— ¿Nos desagrada la felicidad? Manufacturamos tanto de nuestra propia
desesperación... un pueblo tan ocupado como somos.
Tobías.
— Somos un país altamente moral: asumimos que hemos cometido grandes errores.
Descubrimos las cosas.
Agnes.
— Voy a empezar a extrañarte de nuevo, cuando te mudes de mi cuarto... si es
que lo haces. Había dejado de extrañarte, creo.
Tobías
(riéndose entre dientes). — Oh, eres
una mujer honesta.
Agnes.
— Bueno, se necesita una... en cada hogar.
Tobías.
— Es muy raro... estar abajo en un cuarto donde han estado todos y ya se han
ido... muy tarde, después que el calor también se ha ido, la calefacción y los
cuerpos: una o dos horas antes de que el sol aparezca, la calefacción empieza
de nuevo. Esta noche sobre todo, los cigarrillos aún en los ceniceros, un
extraño olor metálico. Los olores de un cuarto no se mezclan, muy tarde, cuando
ya no hay nadie y creo que el silencio contribuye... y la falta de los cuerpos.
Cada... cosa resalta en su lugar.
Agnes.
— ¿Qué decidiste?
Tobías. — Y
cuando uno baja... si uno lo hace, a las tres o cuatro de la madrugada, y uno
ha dejado una o dos luces encendidas — por si alguien vuelve tarde —, supongo,
pero ¿quién podría hacerlo? La hostería está repleta, se es más bien...
semejante a Dios, si uno puede suponerlo. Mirarlo todo, reconstruirlo, con un
desapego tal... verse a uno mismo, verte a ti, a Julia... mirar todo...
imaginarse todo nuevamente, observar.
Agnes.
— ¿Juzgar?
Tobías.
— No; eso es estar adentro. Observar. Y si uno toma una o dos copas...
agnes
(algo sorprendida). — ¿Tomaste?
Tobías
(asiente). — Y si uno toma una copa o dos, muy tarde, en medio del
silencio, cansado, la mente... queda en libertad.
Agnes.
— ¿Sí?
Tobías.
— Y uno observa su propia mente mientras razona con una suerte de...
complacencia, y al mismo tiempo con tristeza, porque uno sabe que cuando el día
llegue comenzarán las presiones, y toda la visión interior no valdrá un
comino.
Agnes.
— ¿Qué decidiste?
Tobías.
— Uno puede sentarse y observar. Uno puede tener... tan claramente una imagen,
ver a cada uno moverse a través de su propia jungla... una visión interior de
todas las razones, de todas las necesidades.
Agnes.
— Está bien. ¿Y qué has decidido?
Tobías
(sin quejarse). — ¿Por qué está tan
sucia la habitación? ¿No podemos tener mejores sirvientes, alguna ayuda que...
ayude?
Agnes.
— Ellos la pasan mejor que nosotros, eso es todo. Son un juicio de nuestros
hábitos, algo que nos recuerda que estamos fuera de ritmo, por eso les pagamos
tanto... tanto. No se debe ser ni sirviente ni amo, ¿recuerdas?
Tobías.
— Recuerdo cuando...
Agnes
(tomándolo al vuelo). — ... eras muy
joven y vivías en tu casa y los sirvientes estaban levantados siempre que tú lo
estabas: a las seis de la mañana para tu desayuno cuando lo querías o a las
cinco cuando volvías borracho a casa, y a los diecisiete años, cuando lavaban
tus vómitos del auto, sin decírselo a nadie; robando exactamente lo justo cada
mes, mediante arreglos con los proveedores para mantenerles una entrada decente;
generaciones de ellos: la lavandera, ciega y siempre agonizando, y la cocinera
que cocinaba mejor borracha que sobria. ¿Aquellos sirvientes? ¿Aquellos días?
¿Cuando eras joven y vivías en tu casa?
Tobías
(recuerda). — Hmmmm.
Agnes
(dulce; triste). — Bueno, mi querido,
ahora ya no eres joven y no vives en tu casa.
Tobías
(pregunta triste). — ¿Y dónde vivo?
Agnes
(una respuesta convencional). — La
oscura tristeza. ¿No?
Tobías
(con calma, retórico). — ¿Qué vamos a
hacer?
Agnes.
— ¿Qué decidiste?
Tobías
(pausa; los dos se sonríen). — Nada.
Agnes.
— Bueno, debes decidir algo. Su casa está en desorden, señor. Está repleta a
reventar.
Tobías.
— Sí. Tienes que ayudarme, ahora.
Agnes.
— No, yo no pienso eso.
Tobías
(algo sorprendido). — ¿No?
Agnes.
— No. He estado pensando un poco, anoche, también: mientras tú estabas viendo
todo con tanta claridad acá. Estaba acostada en la oscuridad y... pasé revista
a toda nuestra vida, durante años y años. Hay muchas cosas que hace una mujer:
dar a luz hijos, si es que tiene esa bendición. ¿Bendición? Sí, supongo, aun
con la tristeza. Dirige la casa, en lo que vale la pena:
asegura que haya comida y no solamente cualquier cosa para
comer y ropa de cama decente; se arregla bien; asume cualquier obligación que
se le exija, si está enamorada, o ama; y planifica.
Tobías
(tartamudea; algo incómodo).— Ya lo
sé, ya lo sé...
Agnes. — Y
planifica. Hasta el final; espera estar sola algún día, abandonada con un
ataque al corazón o cáncer, se prepara para eso. Y se prepara antes también
para que los niños se transformen en adultos extraños en lugar de hijos
grandes, se prepara para esta pérdida y para la química del cuerpo, para el
fin de nuestra utilidad, de la cual nos habla la Biblia. ¡Las riendas que
sujetamos! Es un tiro de veinte caballos, y estamos sentadas ahí y observamos
el camino y examinamos los arneses... Si nuestro... hombre está dispuesto. Pero
hay cosas que no hacemos.
Tobías
(levemente desafiante y cortante). —
¿Sí?
Agnes.
— Sí. (Más dura.) No elegimos la
ruta.
Tobías.
— Estás exagerando.
Agnes.
— De ningún modo.
Tobías
(con rabia sorda). — Sí, lo estás
haciendo.
Agnes
(previniéndole calmosamente). — A mí
no me grites.
Tobías.
— ¡Estás exagerando!
Agnes
(tranquila, calma y casi complacida).
— Nosotras seguimos. Dejamos que nuestros... hombres decidan los aspectos
morales.
Tobías
(muy enojado). — ¡Jamás! ¡Nunca en
toda tu vida has hecho tal cosa!
Agnes.
— Siempre, mi querido. Cualquier cosa que decidas... yo haré que funcione; me
haré cargo de ello de modo que nunca veas que ha habido un cambio en ello.
Tobías
(riéndose casi; moviendo la cabeza).
— No. No.
Agnes
(para terminar la discusión). — Así
que tienes que decírmelo.
Tobías
(aún casi riéndose). — Yo sé que
estoy cansado. Sé que casi no he dormido: sé que estuve acá abajo sentado, y
que pensé.
Agnes. — Y
tomaste una decisión.
Tobías.
— Pero no he juzgado. Ya te lo dije.
Agnes
(casi una extraña). — Bueno, cuando
lo hagas... dímelo.
TOBÍAS (frustrado y con
rabia).— ¡No!
Agnes
(fría). — Vas a despertar a toda la
casa.
Tobías
(enojado). — ¡Despertaré a toda la casa!
Agnes.
— No es el momento para que pierdas el control.
Tobías.
— ¡"Voy" a perder el control! He estado sentado aquí... en el frío,
en el frío vacío, he estado sentado aquí solo, y... (La rabia se ha transformado en confusión, queja.) Y he observado
todo, todas las cosas. He pensado en ti y en Julia, y en Clara...
Agnes
(aún fría). — ¿Y en Edna? ¿Y
en Harry?
Tobías
(breve pausa; después rabioso). —
Bueno, ¡por supuesto! ¡Qué te crees!
Agnes
(pequeña sonrisa). — No lo sé. Estoy escuchando. (Julia aparece en la arcada; lleva un salto de cama, sumisa, medio
dormida.)
Julia.
— Buen día. Supongo que no hay... ¿quieren que haga café?
Agnes
(con el mentón alto).— ¿Por qué no lo
haces, querida?
Tobías
(un poco incómodo). — Buen día,
Julia.
Julia
(odiando lo que ha hecho). — Siento
mucho lo de anoche, papi.
Tobías.
— Oh, bueno, vamos...
Julia
(mordiendo lo que dice). — Quiero
decir que siento mucho haberte molestado. (Comienza
a ir hacia el hall.)
Agnes.
— Café.
Julia
(deteniéndose en la arcada; a Tobías).
— ¿No lamentas haberme molestado a mí, también? (Espera un momento, sonríe, sale. Pausa.)
Agnes.
— Bueno, ¿no es agradable que Julia esté haciendo café? ¿No te parece? Si la
cocinera no se ha levantado, ¿no es agradable tener una hija que pueda poner la
pava a hervir?
Tobías
(muy bajo, disgustado). — "¿No
lamentas haberme molestado a mí, también?"
Agnes.
— Ahí tienes un problema con Julia.
Tobías. —
¿Yo? ¡Yo tengo un problema!
Agnes. —
Sí. (Irónicamente amable.) Pero por lo
menos tienes a tus mujeres contigo, rodeándote, con brazos firmes, con apoyo.
Eso debe reconfortarte. La mayoría de los exploradores van solos, no tienen a
sus familias con ellos, para armar las tiendas, cuidar el fuego, alejando a
los... antílopes o a los osos o lo que fuera.
Tobías
(queriendo hablar de eso). — "No
lamentas haberme molestado a mí, también".
Agnes.
— ¿La estás citando?
Tobías. — Sí.
Agnes.
— Dentro de poco tendremos a mi hermana menor con nosotros, otro cargador para
el viaje espantoso. (Irónica.) Clara
nunca perdió ninguna oportunidad de participar en una observación. Pronto
vendrá. Y estaremos todos.
Tobías.
— Y todos se van a sentar y me observarán
cuidadosamente; fumarán sus pipas y revolverán el caldero;
observarán.
Agnes (soñadora; complacida).
— Sí.
Tobías.
— Tú, que tomas todas las decisiones, realmente diriges el juego...
Agnes
(tan paciente). — Esa es una ilusión
que tienes.
Tobías.
—Todos ustedes están sentados aquí, demasiado temprano para... cualquier cosa
en este... estúpido domingo, todos ustedes y... y ¿me atreveré yo? ¿Cuándo es
tanto tu decisión como la mía?
Agnes.
— Cada vez que Julia viene, cada vez que viene regularmente... ¿la mandas de
vuelta? ¿Le dices, "Julia vuelve a casa con tu marido, prueba otra
vez"? ¿Lo haces? No, tú dejas que... todo se deslice. Es su decisión,
señor.
Tobías. — ¡No lo es!
Yo____
Agnes.
— ... y yo debo vivir con eso, resignarme a un matrimonio más, y esperar, y
desear que la maternidad de Julia tenga lugar algún día, en algún matrimonio.
(Breve risa.) Soy casi demasiado
vieja para ser una abuela como había deseado... ser demasiado joven como para
serlo; oh, yo quería eso: la mujer vieja más joven del lugar. Julia, es casi
demasiado vieja para tener un chico sin complicaciones, lo será cuando lo tenga
alguna vez... si se casa de nuevo. Tú hubieras podido empujarla a que
vuelva... si hubieras querido.
Tobías
(incredulidad maravillada). — Es muy
temprano todavía: eso es lo que debe pasar. Jamás escuché tal...
Agnes. — ¡O
Teddy! ¿No es así? ¿Sin titubeos en este caso? ¿Vas a dejar que esto también
pase?
Tobías
(tranquila incomodidad). — Por favor.
Agnes
(sin remordimientos).— ¿Cuando Teddy
murió? (Pausa.) Hubiéramos podido tener otro hijo; hubiéramos podido
intentarlo. Pero no... aquellos meses ¿o fue todo un año?
Tobías.
— ¡No sigas con eso!
Agnes.
— ... creo que duró un año, ¿cuándo te derramabas sobre mi vientre, señor?
"¿Por favor, Tobías? ¿Por favor?" No, ni siquiera lo expresabas: No
quiero tener otro chico, otra pérdida. "¿Por favor? ¿Por favor,
Tobías?" ¿Y yo te guiaba, tratando de retenerte en mí?
Tobías
(torturado).— ¡Oh, Agnes! ¡Por favor!
Agnes.
— "No me dejes ahora, así. No de nuevo, Tobías. ¿Por favor? Yo me puedo
cuidar: no vamos a tener otro chico, pero por favor... no me dejes así."
Ese... amor... silencioso... triste, a disgusto.
Tobías
(tartamudea ininteligiblemente). — No
quería que lo tuvieras...
Agnes.
— ¿Señor?
Tobías
(torpe). — Yo no quería que
tuvieras... ya sabes.
Agnes
(se ríe a pesar de sí misma).— ¡Oh,
eso fue muy considerado de tu parte! Como un par de adolescentes en un cuarto
alquilado o en el auto de la familia. Sin duda que odiabas hacerlo tanto como
yo.
Tobías
(suavemente). — Sí.
Agnes.
— Pero no me dejabas que te ayudara.
Tobías
(ibid).—No.
Agnes
(irónica). — Por lo cual te mudaste,
en cambio, a tu dulce cuarto propio.
Tobías
(suavemente). — Sí.
Agnes.
— La teoría era exacta: que tener media torta es mejor que no tener ninguna.
Que estás corroído por la culpa ¡estúpidamente! y que yo debo sufrir por eso.
Tobías
(ibid). — ¿Sí?
Agnes
(con tranquilidad, tristemente). —
Bueno, fue tu decisión, ¿no es así?
Tobías
(ibid). — Sí.
Agnes. — Y
yo hice todo lo que pude para acatarla. Viví con ella. ¿No es verdad?
Tobías
(pausa; con un ruego). — ¿Qué es lo
que vamos a hacer? ¿Con todo?
Agnes
(con tranquilidad; con tristeza; con
crueldad). — Lo que tú quieras. Naturalmente. (Silencio. Entra Clara, también ella con un salto de cama.)
Clara
(juzga la situación durante un momento).
— Buen día, chicos.
Agnes
(a Tobías, con referencia a Clara). —
Todo lo que puedo hacer, mi querido, es hacerlo por ti... y prever.
Tobías
(opacamente). — Buen día, Clara.
Agnes.
— Julia está en la cocina haciendo café, Clara.
Clara.
— Lo que supongo quiere decir que vaya a mirar cómo Julia muele los granos y
echa el agua, ¿eh? (Saliendo.) Les
digo, esa chica es una verdadera pionera: con la cafetera en una mano y el
revólver en la otra. (Sale.)
Agnes
(sonriéndose un poco). — Clara es una
ayuda en las primeras horas del día... me han dicho.
Tobías
(atreviéndose). — ¿Sí?
Agnes
(pretendiendo no haberse dado cuenta del
tono de él). — Eso es lo que me han dicho.
Tobías
(sacándolo por fin a relucir). — ¿Les
tengo que pedir que se vayan?
Agnes
(leve pausa). — ¿A quién?
Tobías
(desafiante). — A Harry y Edna.
Agnes
(breve risa).— ;Oh! Por un momento
pensé que te referías a Julia y a Clara.
Tobías
(opaco).—No. A Harry y a Edna. ¿Tengo
que echarlos?
Agnes
(reafirmación de un hecho). — Harry
es tu mejor amigo en todo...
Tobías
(impaciente). — Sí, y Edna es la tuya.
¿Y entonces?
Agnes.
— Vas a tener que vivir con eso de las dos maneras: lo hagas o no.
Tobías
(comenzando a enojarse). — ¿Sí? Y bien, ¿entonces por qué en cambio no
las echo a Julia y a Clara? ¿O mejor aún, por qué no los echo a todos juntos?
Agnes.— ¡O
te libras de mí! Eso sería más fácil: librarte de la vieja bruja; entonces
podrías dirigir tu misión y sacar a relucir tu santidad.
Tobías
(con los dientes apretados). — Creo
que estás expresando una opinión, una preferencia.
Agnes.
— Si te libras de mí... no vas a seguir teniendo una vida como la que quieres.
Tobías
(confundido). — Pero esa no es mí...
pero esa no es la única elección que tengo, ¿no es así?
Agnes.
— No me preocupa mucho la elección que tengas, querido, pero me concierne la
elección que hagas. (Julia y Clara
entran; Julia lleva una bandeja con la cafetera, las tazas, el azúcar, la
crema; Clara, una bandeja con cuatro vasos de jugo de naranja.) ¡Oh, aquí
están las ayudantes! ¿Qué haríamos sin ellas?
Julia
(brusca, eficiente). — El café es
instantáneo, me temo; no pude encontrar el café en grano: esa gente debe
haberlo guardado bajo llave antes de acostarse. (No encuentra dónde colocar la bandeja.) Vamos, papito, hazme lugar
en medio de este bochinche, ¿quieres?
Tobías. — ¿P-papito?
Agnes
(comienza a hacer lugar). — Es
cierto: no podemos tomar el café en medio de este mar de vasos de anoche.
Tobías, dame una mano. (Tobías se
levanta, lleva los vasos al aparador, mientras Agnes lleva otros vasos a otra
mesa.)
Clara
(vivaz). — Y yo no tuve que hacer nada. Gracias a Dios por el jugo
de naranja que ya viene preparado.
Julia
(colocando la bandeja). — Ahí tienen;
ahora está mucho mejor, ¿no es cierto?
Tobías
(en medio de una niebla). — Lo que tú
digas Julia. (Julia sirve, ya sabe lo que
los demás se sirven.)
Clara.
— Bueno, ahora yo haré el camarero. ¿Hermanita?
Agnes.
— Gracias Clara.
Clara.
— ¿Julita?
Julia.
— Déjalo aquí, Clara, estoy sirviendo, como ves.
Clara
(la mira un momento, no pone el vaso como
se lo indicó Julia y lo ofrece a Tobías). — ¿Papito?
Tobías
(Asombrado, aprensivo). — Gracias,
Clara.
Clara
(pone el vaso de Julia sobre la chimenea).—
Aquí está el tuyo, hermanita, cuando hayas acabado de jugar a la anfitriona
madrugadora.
Julia
(sirve tensamente; no le lleva el apunte).
— Gracias, Clara.
Clara.
— Ahora; uno para Clarita.
Julia
(continúa sirviendo; sin expresión).
— ¿Por qué no le pones un poco de vodka, Clara? ¿Para empezar el domingo?
Agnes
(se ríe entre dientes complacida).—
¡Julia!
Tobías
(reprobatorio). — ¡Por favor, Julita!
Julia
(levanta la vista hacia él; fría). —
¿Dije algo equivocado, padre?
Clara.
— ¿Vodka? ¿El domingo? ¿A las ocho
menos diez? Bueno, diablos, ¿por qué no?
Tobías
(tranquilamente, mientras ella va hacia
el aparador). — No estás obligada a hacerlo, Clara.
Julia
(echando azúcar en una taza). —
Déjala que haga lo que quiera.
Clara
(sirviéndose vodka). — Sí lo estoy,
Tobías; las reglas del libro para los huéspedes —sea educado. Tenemos a
nuestros amigos y huéspedes como modelo, ¿no es así?— conocemos montones. Los
borrachos se siguen emborrachando, los católicos van a misa, los presuntuosos
presumen. No puede haber cambios, si no, se rompe el equilibrio.
Julia
(ibid). — Y por otra parte, te gusta
tomar.
Clara. — Sí, además, me gusta tomar. Piensa Tobías, qué pasaría si se
cambiaran los esquemas: uno no sabría dónde está parado y el mundo se llenaría
de extraños; eso no daría un buen resultado.
Julia
(no muy amistosamente). — Tráeme mi
jugo de naranja, ¿quieres, por favor?
Clara
(alcanzándoselo). — Oooooh', Julia ha
vuelto por una temporada, creo yo, a instalarse.
Julia
(alcanzándole a Tobías su café). —
¿Padre?
Tobías
(incómodo). — Gracias, Julia.
Julia.
— ¿Madre?
Agnes
(cómoda). — Gracias, querida.
Julia.
— El tuyo está aquí, Clara, sobre la bandeja.
Clara
(piensa un momento, mira el fugo de
naranja de Julia que aún tiene en una de sus manos y tranquilamente lo vuelca
sobre la alfombra). — Tu jugo está aquí, Julia, cuando lo quieras tomar.
Agnes
(furiosa).— ¡Clara!
Tobías
(con un suave reproche). — Por amor
de Dios, Clara.
Julia
(mira el desastre sobre la alfombra; se
encoge
de
hombros). — Bueno, ¿por qué no? Nada cambia.
Clara.
— Además, a nuestros amigos de arriba no les gusta el cuarto; quieren hacer
algunos cambios. (Clara se sienta.)
Tobías
(parado, se balancea sobre sus pies, con
las piernas separadas).— ¡Bueno! ¡Todas ustedes! ¡Siéntense! ¡Cállense la
boca! Quiero hablarles.
Julia.
— ¿Te serví azúcar, madre?
Tobías.
— ¡Cállate, Julia!
Agnes.
— Shhhhhh, mi querida; sí, ya le pusiste.
Tobías.
— Quiero hablarles. (Silencio.)
Clara
(alentándolo algo irónicamente). —
Bueno, sigue, Tobías.
Tobías
(un ruego). — ¿Tú también, Clara? Por
favor. (Silencio. Las mujeres beben su
café o lo miran, u observan el piso. Parecen niños que están por escuchar un
sermón, a desgano, y peligrosos, pero por el momento, se portan bien.)
Bueno. (Pausa.) Bueno, anoche pasó
algo aquí y no me refiero a la historia de Julia con el revólver, ¡cállate,
Julia!, aunque en parte sí me refiero a eso. Quiero decir... (Profundo suspiro.) ...Harry y Edna...
viniendo aquí... (Julia resopla.)
¿Sí? ¿Querías decir algo, Julia? ¿No? Yo bajé y me quedé sentado aquí durante
toda la noche — durante horas — e hice algo que es bastante raro en esta
familia: pensé... algunas cosas.
Agnes
(suave). — Lo siento, Tobías, pero
eso no es justo.
Tobías
(pasándola por alto). — Pensé. Me
senté aquí y pensé en todos nosotros... y en todas las cosas. Bien, Harry y
Edna han venido a nosotros y... nos han pedido ayuda.
Julia.
— Eso no es verdad.
Tobías.
— ¡Cállate!
Julia.
— ¡Eso no es verdad! ¡Ellos no pidieron nada!
Agnes.
— ... por favor, Julia...
Julia.
— ¡Ellos lo dijeron! ¡Entraron aquí y ordenaron!
Clara
(brinda). — Como en familia.
Tobías.
— ¡Pidieron ayuda! Si uno está mendigando y uno tiene orgullo...
Julia.
— ¡Si uno está mendigando, puede no tener orgullo!
Agnes
(la contradice con calma). — No creo
que eso sea cierto, Julia.
Clara.—
Julia no lo puede saber. Pregúntame a mí.
Julia
(inexorable). — ¡Esa gente no tiene
derecho!
Tobías.
— ¿No tienen derecho? ¿En todos estos años? Los conocemos desde hace... ¡por
amor de Dios, Julia, esa gente son nuestros amigos!
Julia
(dura).— ¡Entonces déjalos
instalarse! (Silencio.) Deja que
esos... intrusos se queden.
Clara
(a Julia: dura). — Mira, nena;
¿anoche no escuchaste el mensaje sobre los derechos? ¿No aprendiste nada sobre
intromisión, cuál es la clasificación, quién corresponde o no?
Julia
(a Tobías).— ¡Deja que esa gente se
quede, papá, y yo me voy!
Tobías
(casi desafiándola). — ¿Sí?
Julia.
— No quiero decir yendo y viniendo, papá; ¡quiero decir como miembro de la
familia!
Tobías
(frustración y enojo).— ¡¡Harry y
Edna son nuestros amigos!!
Julia
(del mismo modo).— ¡Son intrusos! (Silencio.)
Clara
(a Tobías, riéndose). — Las crisis
ponen en
evidencia lo mejor de nosotros, ¿no es así, Toby? ¿El círculo
familiar? Julia parada ahí... alegando, chiquilla perpetua y quizá capaz de
hacer una de las de Clara. ¡Y la pobre Clara! Tampoco hay allí mucha ayuda, ¿no
es cierto? Y mírenla a Agnes, a la charlatana Agnes, directora del gallinero y maître
d', y esposa matriculada, callada. Todos cómodos, tomando café, pensando el
menú de la semana, planeando. Pobre Toby.
Agnes
(tranquila, segura). — Gracias Clara;
simplemente estaba esperando, hasta terminar de escucharte y pensé un poco
mientras los escuchaba. Pensé que alguno de nosotros debe sentarse en la
retranca. Y en especial yo: directora del gallinero, esposa matriculada,
enfermera de... medianoche. Y he estado pensando en Harry y en Edna; en las
enfermedades.
Tobías
(después de una pausa). — ¿En qué?
Clara
(después de un trago). — En las
enfermedades.
Julia.
— Oh, por el amor de Dios...
Agnes.
— En las enfermedades, o, si ustedes quieren, en el terror.
Clara
(ríe suavemente entre dientes). —
Unh, hunh.
Julia
(furiosa).— ¡¿Terror?!
Agnes
(imperturbable). — Sí: el terror. O en la peste — son una misma cosa.
Edna y Harry han venido a nosotros — amigos queridos, nuestros mejores amigos,
aunque debemos hacer un juicio al respecto, creo, vinieron hasta nosotros y
trajeron la peste. Ahora, el pobre Tobías se ha quedado levantado toda la
noche, luchando con los problemas morales.
Tobías
(frustración; enojo).— ¡Yo no he
estado... luchando con ningún... problema abstracto! ¡Se trata de personas!
¡Harry y Edna! Son nuestros amigos, ¡maldito sea Dios!
Agnes.
— Sí, pero han traído la peste con ellos y ese es otro asunto. Permítanme
decirles algo sobre enfermedades... las enfermedades mortales; o uno es inmune
a ellas... o uno las combate. Si uno es inmune, uno las ataca resueltamente, uno
trata al paciente hasta que o sobrevive o se muere. Pero si uno no es inmune,
uno se arriesga a contaminarse. Hace diez siglos — e incluso menos — el
tratamiento era muy simple... se los quemaba. Quemar sus cuerpos, quemar sus
casas, quemar sus ropas, y mudarse a otra ciudad, si a uno se le ocurría. Pero
ahora, con la medicina moderna, simplemente se aisla al enfermo; lo ponemos
en cuarentena, se lo destierra — si es que no somos inmunes, o si no somos
santos. De modo que tu vigilia de toda la noche, querido, tu razonar en el
frío, durante horas, tuvo que ver con el paciente y no con la enfermedad. No
son Edna y Harry los que han venido hacia nosotros — no son nuestros amigos —
es una peste.
Tobías
(tranquila ansiedad mezclada con
impaciencia). — ¡Oh, por amor de Dios, Agnes! ¡Son nuestros amigos! ¿Qué
supones que debo hacer? Que les diga: "Miren, ustedes dos no pueden
quedarse aquí, provocan molestias. Ustedes son amigos, y todo eso, pero vengan
aquí limpios". Bueno, yo no puedo hacer eso. No. Agnes, por amor de Dios,
si... si eso es todo lo que Harry y Edna significan para nosotros, entonces...
entonces ¿qué pasa con nosotros? Cuando nos hablamos... ¿qué es lo que queremos
decir? ¿Cualquier cosa? Cuando nos tocamos, cuando prometemos, y decimos... sí,
o por favor... ¿qué pasa con nosotros mismos?... Hemos querido decir, sí, pero
solo si... ¡si se cumple alguna condición, Agnes! Entonces todo... carece de
sentido.
Agnes
(sin comprometerse). — Quizá. Pero la
sangre nos une. La sangre nos mantiene unidos cuando ya no sentimos... un
afecto más profundo por nosotros que por los demás. Yo no te estoy pidiendo que
elijas entre tu familia y... nuestros amigos...
Tobías. —
¡Sí, lo estás haciendo!
Agnes
(con los ojos cerrados). — ¡Estoy
diciendo simplemente, que aquí hay una peste! Y ahora te pregunto: en esta
familia ¿quién está inmune?
Clara
(enuncia un hecho con cansancio). —
Yo lo estoy. Yo ya la tuve. Todavía estoy viva, creo.
Agnes.
— Clara es la más fuerte de todos nosotros: los que siguen caminando cuando
están heridos son a menudo los menos propensos; pero piensa en el resto de
nosotros. ¿Somos inmunes? ¿La peste, querido, el terror instalado en el cuarto
de arriba? Bueno, si lo somos, entonces... ¡adelante con todo! y, si no lo
somos... (Se encoge de hombros.)
Bueno, ¿por qué no contaminarnos, por qué no morir de eso? Estamos condenados a
morir de algo... pronto o dentro de un tiempo. O debemos quemarlos,
desembarazarnos de todo... y esperar la próxima invasión. Tú decides, querido.
(Silencio. Tobías se levanta, camina
hacia la ventana; los demás permanecen sentados. Harry y Edna aparecen en la
arcada, vestidos, pero él sin saco y ella sin tapado.)
Edna
(sin emoción). — Buen día.
Agnes
(pausa breve). — Ah, ya están
levantados.
Clara.
— Buen día, Edna, Harry. (Julia no los
mira; Tobías lo hace, pero no dice nada.)
Edna
(inspiración profunda, más bien como un
recitado).— Harry quiere hablarle a Tobías. Pienso que deberían estar
solos. Quizá...
Agnes,
— Por supuesto. (Las tres mujeres
sentadas se levantan como ante una señal, y comienzan a levantar
las
cosas del desayuno.) ¿Por qué no vamos a
la cocina a hacer un desayuno como la gente?
Harry.
— Bueno, vamos; no, no tienen por qué...
Agnes.
— Sí, sí, queremos dejarlos solos para que charlen, ¿eh? ¿Tobías?
Tobías
(tranquilo). — Hummm... sí.
Agnes
(a Tobías; reconfortándolo). —
Estaremos ahí nomás. (Las mujeres
empiezan a salir.) ¿Dormiste bien, Edna? ¿Pudiste dormir? Yo nunca usé esa
cama, pero sé que cuando. .. (Las mujeres
han salido.)
Harry
(mirándolas salir; se ríe tristemente).
— Viejo, míralas cómo se van. Salieron de aquí bastante rápido. Uno podría
pensar que hay una... (Cambiando de tema,
lo ve a Tobías incómodo; dice amable:) Buen día, Tobías.
Tobías
(agradecido). — Buen día, Harry. (Los dos hombres se quedan parados.)
Harry
(restregándose las manos). — Tú,
ah... ¿sabes qué es lo que me gustaría hacer? ¿Algo que nunca hice en mi vida,
excepto una vez, cuando tenía unos veinticuatro años?
Tobías
(sin tratar de adivinar). — ¿No?
¿Qué?
Harry.
— ¿Tomar un trago antes del desayuno? ¿Te parece bien? (Sonríe descoloridamente, se encamina lentamente hacia el aparador.)
Pues claro.
Harry
(tímido). — ¿Me acompañas?
Tobías
(jovialmente). — Creo que sí, sí. No
hay hielo.
Harry.
— Bueno, entonces solo un poco de whisky; puro.
Tobías.
— ¿Brandy?
Harry.
— No, por Dios, no.
Tobías.
— Whisky, entonces.
Harry.
— Sí. Gracias.
Tobías
(algo opaco). — Bueno, por la
juventud.
Harry.
— Sí. (Bebe.) No sienta mal a la
mañana, ¿no es cierto?
Tobías.
— No, pero yo tomé un poco... antes.
Harry.
— ¿Cuándo?
Tobías.
— Más temprano... oh, a las tres o las cuatro, mientras todos ustedes
estaban... dormidos, o lo que estuvieran haciendo.
Harry
(queriendo parecer casual). — Oh,
¿estabas... despierto, eh?
Tobías.
— Sí.
Harry.
— Yo dormí un poco. (Risa opaca.)
Dios.
Tobías.
— ¿Qué?
Harry.
— ¿Sabes lo que hice anoche?
Tobías.
— No.
Harry.
— Me bajé de la cama y... me metí en la de Edna. Tobías. — ¿Sí?
Harry. —
Ella me retuvo. Me dejó quedarme y después me di cuenta que ella quería, y yo
no... así que volví a mi cama... pero fue divertido.
Tobías
(asiente). — Sí.
Harry.
— A ti... ¿a ti te gusta Edna... Tobías?
Tobías
(incómodo).—-Bueno, por supuesto que
me gusta, Harry.
Harry (pausa). — Ahora, Tobías, respecto de
anoche y de ayer y de nuestra venida aquí ahora...
Tobías. — Yo estuve
levantado toda la noche y pensando, en
eso, Harry, y le hablé a Agnes esta mañana
antes de que ustedes
bajaran.
Harry. — Yo le estaba hablando de eso a Edna, anoche y le
dije "Mira, Edna, qué crees que estamos haciendo".
Harry. —
Lo siento.
Tobías.
— Yo decía, que estuve levantado toda la noche y que estuve pensando, Harry,
que le hablé a Agnes, también, antes de que ustedes bajaran y... Por Dios, no
es muy fácil, Harry... pero podremos hacerlo... si ustedes quieren que lo
hagamos... yo puedo, quiero decir, creo que puedo.
Harry.
— No... Nosotros... nosotros nos vamos, Tobías.
Tobías.
— No sé qué ayuda... no sé cómo...
Harry.
— Dije: que nosotros nos vamos.
Tobías.
— Sí, pero... ¿se van?
Harry
(amable, sonrisa tímida). — Por
supuesto.
Tobías
— Pero, pueden probar aquí... o nosotros podemos, Dios, no sé, Harry. No pueden
volver allí, tienen que...
Harry.
— ¿Tenemos que qué? ¿Vender la casa? ¿Comprar otra? ¿Mudarnos al Club?
Tobías.
— ¡Ustedes vinieron aquí!
Harry
(triste). — ¿Nos quieres aquí,
Tobías?
Tobías.
— Ustedes vinieron aquí.
Harry.
— ¿Nos quieres aquí?
Tobías.—
¡Ustedes vinieron! ¡Aquí!
Harry
(lo dice con demasiada claridad). —
¿Nos quieres aquí? (Sumiso, casi
disculpándose.) Edna y yo... hay... tanto... sucedido, tantas...
desilusiones, evasiones, creo, quizá mentiras... recordamos tanto lo que
deseamos, en una época... es tan poco lo que tenemos ... lo que hemos
conseguido... hablamos, a veces, pero sobre todo... no. No nos...
"gusta". O, seguro, nos gusta... pero siempre he sido un poco tímido,
hosco, sabes... tímido. Y Edna no es... feliz, supongo que es eso. A
nosotros... nos agradan tú y... Agnes, y...bueno, Clara, y Julia también.
Supongo que quiero decir... que te aprecio... y que tú me aprecias, creo, y...
ustedes son nuestros mejores amigos, pero... le dije a Edna, arriba, le dije:
Edna, ¿qué hubiera pasado si ellos hubieran venido a casa? Y no contestó nada.
Y dije: Edna, si hubieran venido a casa de esa manera y aunque nosotros no
tenemos a... Julia y todo lo demás, yo... Edna, yo no los hubiera recibido. (Corto silencio.) Yo no los hubiera
recibido, Edna; ellos no tienen... ellos no tienen derecho. Y ella dijo: sí, ya
lo sé; ellos no tendrían derecho. (Corto
silencio.) Toby, yo no hubiera dejado que te quedaras. (Tímido, incómodo.) Tú... tú no nos quieres
aquí, ¿no es cierto, Toby? Tú no nos quieres aquí.
Tobías
(lo siguiente es un aria. Debe tener todo
el horror y la exuberancia de un hombre que ha mantenido sus emociones
controladas durante demasiado tiempo. Tobías va a llegar hasta el límite de la
histeria y se va a encontrar a sí mismo riéndose a veces, mientras llora, nada
más que por sentirse liberado. En resumidas cuentas, es autenticidad y bravata
al mismo tiempo, un estado de ánimo continuándose en el otro. Trataré de
anotarlo de algún modo). (Suavemente,
como si la palabra le resultara poco familiar). — ¿Quiero? (Igual.) ¿Qué? ¿Qué es lo que quiero? (Risa abrupta; gozosa.) ¿Yo quiero? (Más risas; también un sollozo.) ¡Yo
los quiero aquí! (Le resulta
difícil hablar debido a la risa.) Tú vienes aquí, tú vienes aquí con tu...
mujer, con tu... ¡terror! ¡y me preguntas si los quiero aquí! (Profundas aspiraciones.) ¡Sí! ¡por supuesto! ¡los quiero aquí! ¡He construido
esta casa y los quiero dentro de ella! ¡Quiero tu peste! ¿Traes el terror
contigo? ¡Hazlo pasar! (Pausa,
después, aun más fuerte.) ¡¡Hazlo
entrar! ! ¡Tienes entrada, viejo, no necesitas
llave! ¡Tienes entrada, viejo!
¡Cuarenta años! (Suave ahora; suave y rápido, casi monótono.) No necesitas
pedírmelo, Harry, no tienes que preguntarme nada; ustedes son nuestros amigos,
los mejores amigos que tenemos en el mundo y no tienen que preguntar. (Un grito.) ¿Querer? ¿preguntar? (Suave,
como antes.) Ustedes vienen a comer no es así vienen a tomar un cóctel nos
ven en el club los sábados y hablan mienten y se ríen con nosotros y palmean a
la vieja Agnes y dicen que no saben qué es lo que haría el viejo Toby sin ella
y nos hemos conocido todos estos años y nos hemos querido ¿no es así? (Grito.) ¿No es así? ¿O es que no
nos queremos? (Suave, nuevamente,
con risas y lágrimas.) ¿La amistad no llega a eso? ¿Al amor? ¿Cuarenta años
no cuentan para nada? Hemos hecho lo nuestro juntos, viejo, somos amigos, hemos
pasado buenas y malas juntos. ¿Cómo es ahora, viejo? (Grito.) ¿CÓMO es ahora
muchacho? ¡¿Buena?! ¡¿Mala?! ¡Bueno, sea lo que fuera lo hemos pasado, viejo!
(Suave.) Y no tienes que preguntar. Te aprecio, Harry, sí, de
verdad, no me gusta Edna, pero eso no cuenta para nada, te aprecio mucho; pero
encuentro que mi aprecio tiene sus límites...
¡Pero esos son mis límites! ¡No los tuyos! (Suave.) El hecho de que te aprecie bastante, pero no lo
suficiente... que el mejor amigo del mundo debe ser algo más — y bien —, esa es
mi pobreza. De modo que, trae a tu mujer y trae tu terror, trae tu peste. (Fuerte.)
¡Trae tu peste! (Las cuatro
mujeres aparecen en la arcada, con las tazas de café en las manos y se quedan
paradas observando.) ¡No los quiero
aquí! ¿Lo preguntaste? ¡No! ¡No los quiero! (Fuerte.) ¡Pero por cristo te
vas a quedar aquí! ¡Tienes derecho! ¿Conoces la palabra? ¡Derecho! (Suave.)
Has gastado cerca de cuarenta años, en eso, muchacho; lo
mismo hice yo, y si no es nada, me importa un bledo, tienes derecho a estar
aquí, te lo has ganado. (Fuerte.) ¡Y por
Dios que te lo vas a tomar! ¡Me oyes!
¡Vas a traer tu terror y vas a entrar aquí y vas a vivir con nosotros! ¡Vas a
traer tu peste! ¡Te vas a quedar con nosotros! ¡No te quiero aquí! ¡No los quiero! ¡Pero por Dios... se quedarán! (Pausa.)
¡Quédate! (Más suave.) ¡Quédate! (Suave,
lágrimas.) Quédate. ¿Por favor? ¿Quédate? (Pausa.) ¿Quédate? ¿Por favor? ¿Quédate? (Hay un silencio en la habitación. Harry, torpe, se levanta; las mujeres entran lentamente y se
quedan de pie. La obra es tranquila y apagada desde ahora en adelante.)
Edna
(calma). — ¿Harry, vas a bajar
nuestras valijas? Quizá Tobías quiera ayudarte. ¿Quieres preguntárselo?
Harry
(amable). — Por supuesto. (Va hacia Tobías, quien tranquilamente se
está secando las lágrimas de su cara y lo toma cariñosamente por el hombro.)
¿Tobías? ¿Quieres ayudarme? ¿A bajar las valijas? (Tobías asiente, rodea con su brazo a Harry. Los dos hombres salen. Silencio.)
Edna
(bebiendo su café, algo cansada pero
conversadora).— Pobre Harry; no es un hombre... endurecido, a pesar de
toda su pose. (Se distiende un poco, casi
con resignación.) Él... él vino a mi cama anoche, se metió adentro, y yo...
dejé que se quedara y hablamos. Dejé que él pensara que yo... quería hacer el
amor; a él... a él le gusta, creo, pensar, saber que lo desean, si él... Me
dijo... Él... estaba ahí acostado en la oscuridad conmigo —este hombre— y me
dijo, muy suavemente, y como un chico, más bien: "¿Nos quieren? ¿Nos
quieren, Edna?" Oh, dejé pasar el silencio. "Bueno... tanto como
nosotros los queremos a ellos... creo". (Pausa.) El pelo de su pecho es muy gris... y suave. "¿Los
dejaríamos... los dejaríamos que se quedaran, Edna?" Casi con un susurro.
Después silencio nuevamente. (Amablemente.)
Bueno, espero que le haya dicho a Tobías algo simple, algo que sirva. No
debemos forzar a la suerte, no debemos... probarla. (Pausa. Leve sonrisa.) Es triste llegar al final, ¿no es cierto?
Casi al final; se ha ido tanto más que... que lo que ha quedado y aún no
sabemos, no hemos aprendido... los límites, lo que no debemos hacer... no
debemos pedir, por temor de mirarnos en un espejo. No deberíamos haber venido.
Agnes
(un poco de memoria). — Vamos,
Edna...
Edna.
— Por nuestro propio bien; nuestra propia... carencia. Es triste saber que una
ha pasado por todo, o por la mayor parte, sin... que el único cuerpo que uno ha
envuelto con sus brazos... la única piel que uno ha conocido es la propia, y
está seca... y no tibia. (Pausa,
volviendo al tono levemente tenso de conversación.) ¿Qué vas a hacer,
Julia? ¿Lo seguirás viendo a Douglas?
Julia
(mirando su café). — No he pensado en
eso; no sé; lo dudo.
Agnes.
— Tiempo. (Pausa. La miran.) El
tiempo pasa, supongo. (Pausa. La siguen
mirando.) Para las personas. Todo se hace... demasiado tarde por último.
Uno sabe que sigue pasando... ahí arriba sobre la loma; uno ve el polvo, y
escucha los gritos, y el acero... pero uno espera; y el tiempo pasa. Cuando uno
va con la espada, el escudo... por último... ya no queda nada... solo
herrumbre; huesos y el viento. (Pausa.) Siento mucho lo del café, Edna. Los
sirvientes deben haber escondido los granos, o se los llevaron cuando se
fueron a acostar.
Edna.
— Oooooh. El café y el vino: lo mismo pasa conmigo, no puedo separar lo bueno
de lo malo.
CLARA. — ¿Quiere alguien... además de Clara... tomar algo?
Agnes
(balbucea). — Oh, verdaderamente,
Clara.
Clara.
— ¿Edna?
Edna
(con una breve risa desaprobatoria). — Oh, cielos, gracias, Clara. No.
Clara.
— ¿Julia?
Julia
(la mira; firmemente; lentamente).—
Está bien; gracias. Tomaré algo.
Edna
(mientras Agnes está por comenzar a
hablar; levantándose). — Creo que oigo a los hombres. (Tobías y Harry aparecen en la arcada con las valijas.) Ahora las
vamos a llevar al auto. (Así lo hacen.)
Edna
(placentera, pero algo cansada). —
Gracias, Agnes, han sido ustedes... bueno, simplemente gracias. Pronto los
veremos.
Agnes
(se levanta también con cierta
preocupación en su rostro). — Sí; bueno, no se pierdan.
Edna
(se ríe). — Oh, mi Dios, ¿cómo podríamos? nuestras vidas son... iguales. (Pausa.) Julia... piensa un poco.
Julia
(algo desafiante). — Oh, lo haré,
Edna. Me encanta el matrimonio.
Edna.
— Clara, mi querida, sé buena.
Clara
(con dos copas en sus manos; bravata).—
Bueno, trataré de estarme quieta.
Edna.
— Iré a la ciudad el miércoles, Agnes, ¿quieres venir? (Una pausa más larga de lo necesario, Clara y Julia miran a Agnes.)
Agnes
(solo un poco molesta). — Bueno — no,
no creo, Edna; tengo... tengo tanto que hacer.
Edna
(más fría; triste).— Oh. Bueno...
quizá otra semana.
Agnes.
— Oh, sí; lo haremos. (Reaparecen los hombres.)
Tobías
(algo formal, reservado). — Todo
hecho.
Harry
(leve suspiro). — Todo listo.
Agnes
(yendo hacia Harry, abrazándolo). —
Harry, querido; cuídate mucho.
Harry
(la besa, con incomodidad, en la mejilla).
— Grrr... gracias, Agnes; ¡a ti también, Julia! Sé... sé buena.
Julia.
— Adiós Harry.
CLARA (alcanzándole su copa a Julia). — Adiós, Harry: te
veré por ahí.
Harry
(sonríe, algo tristemente). — Seguro,
Clara.
Edna
(abraza a Tobías). — Adiós, Tobías...
gracias.
Tobías
(tartamudea). — Adiós, Edna. (Breve
silencio.)
Harry
(extiende su mano, toma la de Tobías y la
sacude con fuerza). — Gracias, viejo.
Tobías
(suavemente; tristemente). — ¿Por
favor? ¿Te quedas? (Pausa.)
Harry
(niega con la cabeza). — Te veré en
el club. ¿Está bien? ¿Edna? (Comienzan a
salir.)
Agnes
(después de ellos). — Maneja con
cuidado, ahora. Es domingo.
Las voces de Edna y Harry. — Está bien, Adiós. Gracias.
(Los cuatro juntos en
el cuarto. Julia y Clara se han sentado; Agnes va hacia Tobías; le coloca su
brazo alrededor.)
Agnes
(suspira). — Bueno. Aquí estamos
todos. ¿Estás bien, querido?
TOBÍAS (se aclara la
garganta). — Por supuesto.
Agnes
(rodeándolo aún con el brazo). — A tu
hija le ha dado por beber durante la mañana. Espero que te hayas dado cuenta.
Tobías
(despreocupado). — ¿Oh? (Se aleja de
ella.) Yo tenía uno aquí... por algún lado, uno que tomé con Harry. Oh, ahí
está.
Agnes.
— Bueno, parece que tendré tres bebedores madrugadores ahora. Espero que esto
no se transforme en un club. Tendríamos que sacar licencia, ¿no es así?
Tobías.
— Piensa en ello como si fuera de noche, muy tarde.
Agnes.
— Muy bien, lo haré. (Silencio.)
Tobías.
— Lo intenté. (Pausa.) Fui honesto. (Silencio.) ¿No es cierto? (Pausa.) ¿No lo fui?
Julia
(pausa). — Fuiste muy honesto, papá.
Y lo intentaste.
Tobías.
— ¿No lo intenté, Clara? ¿No fui honesto?
Clara
(alentándolo, triste). — Seguro que
lo fuiste. Y que lo intentaste.
Tobías.
— Perdonen. Les pido disculpas.
Agnes
(para llenar el silencio). — Lo que
encuentro más sorprendente, aparte de la creencia que tengo de que un día...
voy a perder la razón, pero ¿cuándo? Nunca, empiezo a creer, a medida que pasan
los años, o que no lo sabré si pasa, o quizá ya haya pasado, creo que lo que
encuentro más sorprendente es la maravilla de la luz del día, del sol durante
todos los siglos, los milenios — durante toda la historia-- me pregunto si es
por eso que dormimos de noche, porque la oscuridad aún... nos asusta. Dicen que
dormimos para dejar libres a los demonios, para dejar que la mente vague enloquecida;
en nuestros sueños y pesadillas toda nuestra lógica se pierde, es el lado
oscuro de nuestra razón. Y cuando la luz del día vuelve nuevamente... vuelve el
orden con ella. (Se ríe entre dientes con
tristeza.) Pobres Edna y Harry. (Suspira.)
Bueno, se han ido a salvo... y nosotros nos olvidaremos... muy pronto. (Pausa.)
Vengan ahora; podemos empezar el día.
telón
ÍNDICE
Acto primero (viernes a la noche)................... 11
Acto segundo.................................................... 45
Escena primera (la noche del sábado, temprano)… 47
Escena
segunda (tarde, esa misma noche)………... 64
Acto tercero (la mañana del domingo, temprano) 89
SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EL DÍA VEINTE DE NOVIEMBRE DEL AÑO MIL
NOVECIENTOS SESENTA Y NUEVE EN LOS TALLERES GRÁFICOS DE LA COMPAÑÍA IMPRESORA
ARGENTINA S. A., CALLE ALSINA 2049 - BUENOS AIRES.
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