El último barco.
Drama
de César De María.
Para
mi hermana Consuelo.
Escucharé
a los muertos hablar
para que
el mundo no sea como es,
pero debo
besar un rostro vivo
para
vivir mañana todavía.
(Washington
Delgado,
Para
vivir mañana)
Y hay
pescadores negros en alta mar perdidos;
para
ellos eres, patria, la tierra prometida
y
seguirán remando mientras no den contigo.
(Juan
Gonzalo Rose,
Contrapunto de la Patria)
Dramatis personae
Andrés
Barco, 9 años.
Salvador
Barco, 80 años.
Moisés
Barco, 40 años, muerto en un accidente aéreo.
Mamá de
Andrés y viuda de Moisés.
El
profesor de Lenguaje.
La mujer
del sueño.
Futbolistas,
pescadores, voces, vecinos, sombras.
Acción en
una casa modesta de La Victoria, en el mar de Ventanilla, en Pucallpa y en otros
lugares, más o menos definidos.
I
Andrés se
acerca al profesor al salir del colegio.
ANDRÉS
Profesor,
¿esa es su pelota?
PROFESOR
Sí.
ANDRÉS
O sea que
le gusta el fútbol. (Pausa) A mí también.
PROFESOR
Ah.
ANDRÉS
¿Y no le
gusta escribir? Usted es profesor de Lenguaje.
PROFESOR
Sí, me
gusta.
ANDRÉS
Ah. A mí
también. (Pausa)
PROFESOR
¿Quieres
conversar? Ya sé: quieres jugar fútbol.
ANDRÉS
Sí. Yo
jugaba bastante con mi papá. Él me despertaba tempranito, me quitaba la sábana
y decía: ¡arriba las ganas! Y nos íbamos al parque a...
PROFESOR
Pero ya
es hora de irte a tu casa. Ya va a cerrar el colegio. Tu mamá te estará
esperando.
ANDRÉS
Mi mamá
debe estar llorando. Usted no sabe lo que pasó.
PROFESOR
Sí sé,
Andrés. Todos sabemos.
ANDRÉS
¿Y por
eso no me hablan, verdad? Este año nadie me conversa, mis amigos me miran como
bicho raro, no me invitan a jugar con ellos... y mejor, porque mi mamá me ha
prohibido el fútbol.
PROFESOR
¿No te
deja jugar?
ANDRÉS
Si me ve
jugando se pone a llorar. Hasta regaló mi pelota. Si tuviera la mía sería
diferente. (Pausa) ¿Ya se va?
PROFESOR
No. Tú ya
te vas. Yo tengo que corregir exámenes.
ANDRÉS
Yo quería
ser futbolista. Pero ahora que lo veo, creo que voy a ser profesor. ¿Le gusta
ser profesor?
PROFESOR
Todos los
días veo cosas diferentes.
ANDRÉS
Yo
también. Me gusta mirar. Hay una chica que pasa por mi casa todos los días, pero no me habla. Tiene bicicleta. (Silencio)
Mire: la luna salió temprano. Me voy. Si se pone roja y la ve mi abuelo, usted
no sabe... (Sale)
PROFESOR
Claro que
sé, Andrés. Todos sabemos.
II
Música,
viento, risas.
El
mar.
Una
cama flota sobre las olas blancas y azules.
Un
anciano ríe en la cama. Su pijama es también blanquiazul.
Sentada
en una piedra, una joven casi desnuda lo llama con gestos. Sólo lleva un velo
radiante, ligero.
Coquetean.
Risas.
Pájaros. Olas.
La
piedra y la cama se acercan relucientes.
De
repente la mujer desaparece.
Oscuridad
y viento alrededor del viejo desconcertado.
Aparecen
sombras entre las sombras: son futbolistas de pie, rezumando agua marina de los
uniformes.
El
abuelo espantado y feroz se refugia entre las sábanas.
Los
hombres muertos reclaman sin moverse.
ABUELO
¿Qué
quieren? ¿Quiénes son?
HIJO
¿No me
reconoces?
FUTBOLISTA
I
¡Cumple
tu tarea!
HIJO
¿Hasta
cuándo voy a esperar que me devuelvas la vida?
FUTBOLISTA
II
Ya se va
a cumplir un año.
HIJO
Hemos
venido tres veces a verte.
ABUELO
Ya estoy
viejo. Ya no creo en sueños.
FUTBOLISTA
I
Eres un
cobarde.
HIJO
Mal
padre.
ABUELO
¡No me
hables así!
FUTBOLISTA
I
Se cayó
el avión y no hiciste nada.
HIJO
¡A ver si
ahora te atreves!
ABUELO
¡No me
retes! ¡Inútil, yo sí me hubiera salvado!
FUTBOLISTA
II
Hasta las
mujeres fueron a la playa.
HIJO
Y tú no
me buscaste.
FUTBOLISTA
I
Aparecí
yo, comido por los cangrejos.
FUTBOLISTA
II
Y yo, negro
entre algas negras.
FUTBOLISTA
I
Sólo
quedó en el fondo tu hijo.
ABUELO
¿Es mi
culpa? ¿Qué quieren que haga? ¿Para qué?
FUTBOLISTA
I
Si lo
sacas antes del año, lo salvas del infierno.
ABUELO
Y si lo
salvo, ¿vuelven a aparecer?
FUTBOLISTA
I
Jamás.
ABUELO
Pesadillas,
malditas pesadillas. Váyanse. Toda la vida las he aguantado.
FUTBOLISTA
I
¡Más
pesadilla es la muerte!
ABUELO
¡No
molesten! (Pausa) ¡Voy a ir!
HIJO
Construye
un bote. Róbalo. Toca el silbato y apareceré. Encuentra mi cuerpo porque
sino... me friego.
ABUELO
En vida
ya estabas fregado y ahora vienes a joderme a mí. Lo haré para poder dormir.
Sólo por eso.
FUTBOLISTA
II
Lo dices
llorando.
FUTBOLISTA
I
Te ahogas
con cuatro lágrimas.
FUTBOLISTA
II
Piensa en
cómo nos ahogamos nosotros.
HIJO
Búscame, papá.
FUTBOLISTA
I
No tengas
odio.
FUTBOLISTA
II
No tengas
miedo.
LOS TRES
MUERTOS, A CORO
¡Ten
compasión!
III
En la casa. Andrés pone un disco en un viejo tocadiscos;
luego se sienta a escribir una carta.
ANDRÉS
Querida Sandra del Uruguay:
Me llamo
Andrés, tengo 9 años, encontré tu nombre en El Comercio y quiero ser tu amigo
por correspondencia.
Estudio
en el colegio y estoy en tercer año. Me gustan todos los cursos pero más el de
Lenguaje. Cuando sea grande voy a ser escritor. A mi papá le gustaba todo lo
que yo escribía. Su avión se cayó en el mar, frente a Ventanilla. Era el
contador de Alianza Lima, el mejor equipo del Perú. ¿Te gusta el fútbol? A mi
mamá no. A mi abuelo sí, pero sólo para renegar. Toda la vida renegaba hasta
que se enfermó. Dicen que porque era borracho ahora el cuerpo no le funciona
bien. Yo lo cuido aunque me grite porque lo quiero mucho. Me jala el pelo y me
da cocachos pero igual lo quiero, y cuando llora dormido me levanto a taparlo.
Siempre tiene pesadillas. Ahora se quiere escapar al mar para buscar a mi papá,
que nunca apareció. Se llamaba Moisés Barco. Ese es mi apellido, y el de mi
abuelito.
Mañana te
mando esta carta, ya se levantó y tengo que vestirlo antes de ir al colegio.
Contéstame y te cuento más.
Andrés Barco
IV
El niño atiende al abuelo que se pone una camisa sobre
otra.
ANDRÉS
Abuelito...
¿te has vestido solo?
ABUELO
Hoy día
no estoy para ti. No existes. No te veo. (Pausa) Alcánzame el bastón. (Pausa)
ANDRÉS
No existo. No me
ves.
ABUELO
¡Alcánzamelo,
carajo! (Lo recibe)
ANDRÉS
¿Qué se
dice?
ABUELO
¡Fuera! (Busca
entre cajas de cartón)
ANDRÉS
(Desde
la puerta) Esas cosas son de mi papá.
ABUELO
Yo agarro
lo que me da la gana. Necesito un mapa de la ciudad. Tengo que llegar a la
playa.
ANDRÉS
En la
bolsa verde.
ABUELO
Ya sé. (Se
viste)
ANDRÉS
Abuelo...
te estás poniendo otra camisa.
ABUELO
¿Y a ti
qué?
ANDRÉS
Ya tienes
tres. Esa es la cuarta.
ABUELO
Tengo
frío, huevón. ¿Qué hacen acá mis libros? ¿Los van a botar?
ANDRÉS
Mi mamá
quiere vender todo. No tenemos plata.
ABUELO
¿Y por
qué no te vende a ti? Qué va. Niños como tú se regalan.
ANDRÉS
¿Vas a
tomar tu té?
ABUELO
¿Dónde
está la ociosa de tu madre? ¿Durmiendo? Ella se llena de pastillas y a mí me
dicen borracho. ¿Cuál es el mar?
ANDRÉS
La parte
azul donde acaban las líneas.
ABUELO
Ya sé,
miércoles, pero no lo veo. Señálame.
ANDRÉS
Acá. (Señala
el mapa)
ABUELO
Ahí me
espera. Donde está la señal de la cruz. ¿Tú la dibujaste?
ANDRÉS
Mi mamá.
ABUELO
¿Dónde
están mis anteojos?
ANDRÉS
Los
rompiste hace tres meses.
ABUELO
¿Y ahora
cómo llego? ¡No puedo caminar si no tengo anteojos!
ANDRÉS
No te
vayas. Tengo que abrigarte. Tu desayuno está en la mesa.
ABUELO
Para eso
está tu madre, maricón. ¿Dónde puse las llaves? ¿Cuál de todas es la llave de
la casa?
ANDRÉS
No puedes
salir.
ABUELO
Me tiro
por la ventana.
ANDRÉS
Ese
llavero es viejo. ¿De dónde lo has sacado?
ABUELO
Son las
llaves de mi vida. Y a ti qué te importan. (Pausa) Vas a llegar
tarde al colegio.
ANDRÉS
No
interesa. Voy a esperar hasta que mi mamá se despierte. ¿No quieres pan?
ABUELO
A ti qué
te importa. (Pausa. Come) Me va a hacer falta. El bombero más
flaco muere primero. ¿Sabes que yo fui a la guerra con Ecuador?
ANDRÉS
¿Ah, sí?
¿Quién ganó?
ABUELO
Perú,
pues, huevón. Perú ha ganado sólo esa guerra. Yo mismo tuve que ir para
ganarla. Y también nos daban pan duro.
ANDRÉS
¿Por qué
no escuchas tu radio?
ABUELO
No tiene
pilas.
ANDRÉS
Hace tres
meses que no tiene pilas y todos los días lo escuchas.
ABUELO
¿Ah, sí?
Pero hoy es diferente. Soy otro. Tengo algo que hacer.
ANDRÉS
¿Qué
cosa?
ABUELO
No me
acuerdo. ¿Y mi bastón?
ANDRÉS
En tu
mano.
ABUELO
¿Y el
silbato? El de tu padre.
ANDRES
Toma, no
lo pierdas. (Pausa) Si me esperas, voy contigo.
ABUELO
¿Adónde?
No voy a salir.
ANDRÉS
Ayer me
contaste tus sueños.
ABUELO
Nadie se
acuerda de sus sueños. ¿Acaso la vida es sueño? Y si la vida es sueño, ¿para
qué mierda dormimos, ah? Responde. (Silencio) Ya vengo.
ANDRÉS
Espérame,
abuelito. (Lo besa en la frente) Me despido. (Toma sus cuadernos)
ABUELO
¿Y esa
carta? Ten cuidado. Las cartas que no se mandan se incendian solas en el cajón.
(Pausa) ¿No te estabas yendo? Chao.
ANDRÉS
Chao. (Andrés sale)
ABUELO
¿O sea
que no me acompañas? Conste que te lo pedí por las buenas. Me buscaré un amigo.
¡Maricón!
V
Mamá
y el marido muerto toman café a la luz de una vela.
MAMÁ (enamorada)
¿Te gusta
la iglesia de Jesús María?
Si te
hago la misa ahí... ¿te quedas?
¿Y si la
hacemos en La Punta, cerca al mar?
(Silencio)
Nunca me
contestas.
Siempre
fuiste así, de aire.
No se te
puede agarrar.
¿Por qué
vienes, entonces? ¿Por el café?
¿Es lo
único que hago bien?
Contigo
me gusta la oscuridad.
Contigo
no tengo miedo.
Contigo
todo.
Pero no
sabes querer. Sólo sabes irte.
¡Espera!
¿Voy a
volver a verte?
Te gustan
las cosas escondidas, al vuelo.
Así nos
casamos.
¿Así te
escapabas también?
¿Con
quién te fuiste?
Seguro
que tienes otra en el fondo del mar.
¡Perdón,
perdón! No vuelvo a molestarte con mis celos.
Prométeme
que voy a soñar contigo otra vez.
Sí
puedes.
Tú eres
el que decide mis sueños.
Cuando se
cumpla tu año, tienes que...
¿No?
¿Cómo que
nunca más?
No me
digas eso.
Hasta
muerto me haces sufrir.
(Pausa)
Se te
acabó el café.
No digas
nada. Sólo dame un beso.
No. No
apagues la luz.
(El
aparecido sopla la vela)
VI
En la calle. El abuelo toca un timbre y grita hacia el
segundo piso. Alguien asoma arriba. Luego aparecerá otro vecino en otra
ventana.
ABUELO
¡Cabo
Mendieta! ¡Cabo Mendieta!
HOMBRE
¿Quién
es?
ABUELO
¿Dónde
está el Cabo Mendieta?
HOMBRE
No me
grite. Acá no vive ningún Mendieta.
ABUELO
¿Cómo que
no? Yo lo deje acá después de su fiesta de despedida.
HOMBRE
¿Cuándo?
ABUELO
En el año
81. El primero de abril del 81. ¿Seguro que no está?
HOMBRE
No.
ABUELO
El
bombero que fue topógrafo del ejército, Oscar Mendieta.
HOMBRE
¿Cómo
era?
ABUELO
Calvo.
HOMBRE
¿Viejo?
ABUELO
No tanto.
Como yo. Tenía mapas, sogas, equipo. Un hombre muy preparado. Lo necesito para
ir hasta Ventanilla.
OTRO
HOMBRE
Para
Ventanilla tome la 28, los carros azules.
ABUELO
¿Y
Mendieta? ¡Pásele la voz! Él fue mi jefe. Quería ser comandante general.
Estudioso, trabajador. Hasta camilla tenía, brújula, flotadores... Salió porque
se quebró la pierna derecha.
HOMBRE
¿Un
viejito cojo? ¡Ya sé! Acá vivía su hija.
EL OTRO
¡Ah, ése!
Pero él se murió hace tres años. Se lo llevaron cargado y no regresó.
HOMBRE
Después
se mudaron. Ya no vive aquí.
EL OTRO
Ya no vive.
ABUELO
¿Y no ha
dejado nada? Era marino. No puede ser. Si era menor que yo. ¿Por dónde se lo
llevaron cargado?
HOMBRE
Por allá,
a la asistencia.
ABUELO
¿Y la 28
por dónde se toma?
EL OTRO
Por allá
también.
ABUELO
Eso es
una señal. Ya sé dónde está Mendieta.
(Sale)
VII
Andrés lee en su colegio.
ANDRES
Tarea de
Composición Titulada: El mejor peruano de todos.
Para mí,
el mejor peruano es Miguel Grau. Dicen los libros que era un buen padre y un
buen marinero. Hundió varios barcos chilenos pero a los enemigos los rescató
del mar y no les disparó con la metralleta como hacían ellos. Nunca se rindió y
murió peleando, por eso estoy orgulloso de él. Y también estoy orgulloso de mi
papá, de mi mamá y de mi abuelo. Mi papá murió en el mar como Miguel Grau. Mi
mamá dice que ella se va a la guerra todos los días. (a los demás) No se
rían, en serio. (Sigue) Y mi abuelo dice que hoy va a sacar a mi papá
del mar. Está un poco loco porque ya está viejo, pero dicen que todos los
héroes son locos. Va a irse al mar, va a buscar un bote y se lo va a robar para
meterse remando hasta la parte oscura donde acaba el Perú. Allí está mi papá,
porque nunca lo encontraron. Allí están todos los que murieron en el mar, como
Grau. Todos los papás que los niños peruanos extrañamos están en la línea negra
donde termina el mapa. Algún día seremos grandes y también seremos papás.
Saldremos a buscar trabajo como mi mamá o a buscar a nuestros hijos como mi
abuelito, y sabe Dios lo que encontraremos. Dice mi mamá que siempre hay que
vivir contentos porque el futuro va a ser peor. Yo quisiera que a todos nos
vaya bien, que no nos roben y no nos maten. Quisiera ser un héroe, o un
futbolista que mete goles, o un profesor bueno con los niños para que todos me
quieran. Yo no quiero ser chiquito como me dicen las señoras en el mercado.
Cuando yo crezca ya van a ver que no soy como piensan. Y me van a querer todos
y me va a saludar la vecina de trenzas, la que no me hace caso, la que tiene
bicicleta. No se rían. Cuando yo sea grande voy a ser un héroe muy bueno y
todos me dirán: míralo, igualito a Miguel Grau.
VIII
Mamá en un taller de costura, en una entrevista de trabajo.
MAMÁ
¿Si yo sé
coser? Claro que sí. Todas las mujeres sabemos.
¿Cómo es
el escudo del Perú? Arriba hay un caballito, ¿una vicuña? Y un árbol, y un
cuerno de la abundancia.
¿Cuánto
pagan la hora? Yo puedo bordar lo que quieran. ¿En mi casa? ¿Acá? No importa.
El horario tampoco.
¿Cómo?
¿Bordar arbolitos paga más que bordar cuernos? ¿Por qué? El cuerno es más
fácil, más grande, tiene razón. ¿Cuántas monedas tiene? ¿Y cuánto pagan? No
importa. ¿Comienzo hoy? Hilo verde, dorado, marrón... ¿me van a dar agujas?
¿Y si se
me acaba el hilo dorado, cómo queda la cosa? Todo depende de un hilo, ¿no?
¿Me da un
adelanto?
Qué lindo
es el escudo del Perú.
IX
Frente al mar, en Ventanilla, dos pescadores advierten al
abuelo que mira absorto al horizonte.
PESCADOR
I
Abuelito,
¿a dónde va? Tenga cuidado porque el mar es peligroso. PESCADOR II
Traicionero.
PESCADOR
I
En este
mar se ahogan los veraneantes.
PESCADOR
II
El
sobrino de Tula.
PESCADOR
I
Acá se
murió Alianza Lima. Ahí mismito, al frente suyo... PESCADOR II
Y los
hijos de la Hortensia... ¿usted se enteró?
PESCADOR I
¿Ve esa
mujer que está allá, llorando? Acá se perdió el “Santa Rosa tercero”, un bote
lleno de pescadores. Salieron a recoger hace como un mes y no volvieron.
PESCADOR II
El mar
los recogió a ellos.
PESCADOR
I
Dicen que
las almas de los futbolistas se abrazan de los nadadores y los hunden...
PESCADOR II
Hacen
hueco a las redes.
PESCADOR
I
Rompen el
fondo de las bolicheras.
PESCADOR
II
Este es
el mar de las calaveras, abuelo. No se vaya a meter.
PESCADOR
I
No te
oye, creo, está medio loco, ¿no?
PESCADOR
II
Hace
muecas.
PESCADOR
I
Habla con
el cielo.
PESCADOR
II
¿Qué
miras, abuelo, los botes? ¿Quieres un paseo en bote?
PESCADOR
I
¿Adónde
vas, viejo?
PESCADOR
II
Abrígate.
¿No sientes ese airecito? Sopla el viento de la muerte.
X
Andrés en su casa: vuelve del colegio. En paralelo, su
abuelo en el mar.
ANDRÉS
¿Abuelito?
¡Abuelito! ¿Dónde estás? No me digas que te fuiste. Yo te iba a acompañar.
ABUELO
Mendieta,
por fin apareces. Mira, tengo el agua al cuello. ¿Te acuerdas del pozo en el
Rímac, cuando salvamos al viejo? Un viejo se mete sin saber, son audaces los
viejos porque no tienen nada que perder. En cambio los niños son audaces porque
son cojudos...
ANDRÉS
Abuelito,
¿dónde estás? Virgencita, si me devuelves a mi abuelito yo te juro que hago lo
que quieras. Lo acompaño a donde sea. Hago lo que me pida. Abuelito, ¿donde
estás?
ABUELO
No te veo
bien, Mendieta. El agua me da frío. Todo lo he planeado como en los buenos
tiempos. Conté los postes: 11, hasta el primer bote. Apenas llegue lo desato y
a remar. Mendieta, tú a la derecha, como cuando pateábamos puertas para
meternos al fuego. Pero el agua es otra cosa, Mendieta. Me pican los ojos. Me
duelen los pulmones. Esa no es tu cara, Mendieta. Es esa mujer que me llama en
sueños. Si hubieras llegado a Comandante yo te hubiera contado lo que pasó con
ella... Ahora no, ¿no ves que...? Sálvame, hombre, ¿no ves que me estoy
hundiendo?
ANDRÉS
Devuélvelo,
Virgencita, y te juro que yo... (Pausa) ¡En Ventanilla! ¡Se fue a
Ventanilla! (Sale corriendo)
ABUELO
El silbato... no suena en el
agua. Ya no me pican los ojos. También el frío quema, Mendieta. No me digas que
te moriste, ¿cuándo? ¡Mendieta, no me dejes solo! ¡Los bomberos en pareja,
Mendieta! ¡En pareja viven, en pareja mueren! ¡Mendieta!
(Oscuridad)
XI
Mamá pone el disco que tocó Andrés al comenzar la obra.
Baila. Se detiene entristecida. Suspira y lo saca del
tocadiscos.
MAMÁ
Nunca más
voy a llorar con este disco. Voy a bordar hasta quedarme sin dedos, y lo
primero que va a tener es su bicicleta, te juro por Dios que se la compro
aunque me muera de hambre. Ya no me vas a hacer llorar. (Baila en silencio)
¿Y a qué hora llega este chico? Toca este disco y se pone a llorar, lo pone y
lo pone y lo pone... y yo no lo puedo parar. Ya no habla. Yo lo voy a cuidar.
Ya no cuenta chistes. De repente oyó el disco y se escapó. De repente no vuelve
por culpa de esta canción. Estábamos bailando el día que tú... Nos tocaron la
puerta y no escuchamos. Volvieron a tocar y abrimos, y apareció la vecina,
llorando. Y la bruta, delante de mi Andrecito... Desde ese día... (Pausa)
¿Por qué se demora? ¿Y si le ha pasado algo? (Tocan) No puede ser. No
están tocando. No están tocando. No son malas noticias. (Tocan) ¡No
es-tán to-can-do! (Pone el disco a todo volumen, se cubre los oídos y se
para de espaldas a la puerta. Tocan con insistencia)
XII
Tocan con desesperación. Un hombre abre la puerta desde
dentro y Andrés cae de rodillas, afuera.
ANDRÉS
Profesor...
mi abuelito se ha... se ha perdido. (Llora)
PROFESOR
¿Pero
cómo? ¿Qué pasó? Entra...
ANDRÉS
Yo no lo
quise acompañar. Creí que no iba a ir...
PROFESOR
¿Adónde?
ANDRÉS
¡A
Ventanilla! El no quería que yo vaya. ¡Él me pega siempre, no fue mi culpa!
PROFESOR
¿Qué ha
pasado?
ANDRÉS
Se ha
escapado, ¿no le he dicho?
PROFESOR
Siéntate.
Cálmate. El se puede cuidar solo, ¿no dices que es bombero?
ANDRÉS
Era, ya
está viejo. Mi mamá me lo encargó. Me va a decir que no lo cuidé bien...
PROFESOR
Tranquilo.
Descansa. Yo voy a buscar a tu mamá.
ANDRÉS
Si ella
viene me va a castigar, profesor. Y yo no tengo la culpa.
PROFESOR
Ya va a
aparecer. Si está tan viejo, no ha llegado lejos.
ANDRÉS
Está
loco, profesor. Habla solo. Tiene pesadillas. Se olvida de quienes somos. Yo
era el único que sabía su plan...
PROFESOR
Tómate
esto, estás helado...
ANDRÉS
¿Usted no
tiene frío, profesor? ¿No siente frío? Como si estuviera metido en una tina
helada...
PROFESOR
Estás
desabrigado. ¿Desde qué hora saliste a buscarlo?
ANDRÉS
Llegué
del colegio a las tres y no estaba.
PROFESOR
Tanto
frío y tú sólo en camisa.
ANDRÉS
¿Usted
también siente el frío? (Tocan) Mi mamá. No abra.
PROFESOR
Tranquilo.
ANDRÉS
¡Dígale
que yo no tengo la culpa! (Se cubre la cabeza con una manta).
XIII
La puerta se abre, ahora en la casa de Andrés. Aparece el
abuelo de pie en el umbral, chorreando agua.
ABUELO
¿Dónde
está ese chiquillo de mierda?
MAMÁ
Papapa,
¿dónde está Andrés?
ABUELO
Tengo
frío. Que me traiga mis pantuflas.
MAMÁ
¿Qué
haces todo mojado? ¿De dónde vienes? ¿Y mi hijo?
POLICÍA
Lo
encontraron en la playa y lo trajimos en patrullero.
MAMÁ
¿Y mi
hijo? ¿No estaba con él?
POLICIA
No nos
dijeron. Lo sacamos del muelle, metido abajo entre los pilotes. Casi se ahoga.
MAMÁ
Viejo
loco, ¿dónde está mi hijo? ¡¿Dónde?!
ABUELO
El mar es
grande, el fuego avisa, el aire lo hace crecer y la tierra se los come a todos.
MAMÁ
¿¡Dónde
esta Andrés!?
XIV
El profesor abre su puerta. Un vecino asoma.
UNA
VECINA
Profesor,
están buscando al niño.
PROFESOR
¿Su mamá?
UNA
VECINA
Dicen que
el abuelito...
PROFESOR
¿Qué
pasó?
UNA
VECINA
Ya lo
encontraron. Está con pulmonía.
PROFESOR
Andrés,
despierta. Regresó. Vamos a tu casa.
XV
Recostado al borde de la cama, Andrés acompaña al abuelo.
Luego se sienta y lo toma de la mano.
ANDRÉS
No creas
que me he dormido, abuelito. Te estoy cuidando. Si me hubieras llevado no estarías
así. ¿Por qué no dices nada? Siempre hablas de noche, dormido. Pero hoy... (Pausa)
¿no estarás...? (Silencio) No puedo. Tengo miedo. (Silencio. Pasos) ¿Quién está ahí? ¿Quién es? Abuelo, mira... ¿Mamá? ¿Papá?
¿Quién eres? (De pie)
MIGUEL
GRAU
Soy Miguel
Grau. Vengo del mar. ¿Dónde está mi viejo barco?
ANDRÉS
Tú estás
muerto, ya te hundiste.
MIGUEL
GRAU
Yo sigo
navegando por el revés de la noche. Y necesito un marino.
ANDRÉS
El no es
marino. Es bombero. Está viejito, ya no puede hacer nada...
MIGUEL GRAU
Mañana me
lo llevo a buscar a los perdidos. Él sabe ganar guerras. Los chilenos no van a
poder con nosotros.
ANDRÉS
¿Pero no
lo ve?
MIGUEL
GRAU
Mañana
vengo por él. Duerme y sueña con el mar, niñito. Nadie entiende el destino de
los héroes. Abrígate, niñito, estás temblando.
Transición.
XVI
Andrés y el abuelo duermen en sus camas. Mamá los cuida.
Andrés despierta.
MAMÁ
Pobrecito.
Este viejo loco va a volver loco a mi hijo.
ANDRÉS
¿Mamá?
MAMÁ
¿Andrés?
¿Quieres venir conmigo? Mejor no. Tienes que cuidarlo.
ANDRÉS
¿Tu crees
en los sueños, mamá?
MAMÁ
¿Por qué?
ANDRÉS
Es que
soñé...
MAMÁ
No me
cuentes. ¿Estás bien?
ANDRÉS
Sí. ¿Y
tú? Qué raro...
MAMÁ
¿Que no
esté durmiendo? Ya no quiero dormir más. Mira: yo misma lo bordé.
ANDRÉS
El árbol
está chueco.
MAMÁ
Seguramente,
pero yo lo hice. Mira mis dedos: parecen alfileteros.
ANDRÉS
¿Quieres
que te cure?
MAMÁ
Tengo que
llegar temprano.
ANDRÉS
Entonces
no voy al colegio.
MAMÁ
¿Puedes
faltar hoy?
ANDRÉS
Para
cuidarlo, sí.
MAMÁ
Cobro y
voy a comprar hilos. Y tengo que ver algunas cosas para la casa... Y los
remedios de papapa... ¿Cómo se le ocurrió irse hasta allá? (Andrés se encoge
de hombros. Pausa)
ANDRÉS
Hay que
vigilarlo para que no se escape.
MAMÁ
Con esa
fiebre no puede ni pararse. A las 5 vinieron a ponerle otra inyección. Si se
pone mal...
ANDRÉS
...le
aviso a la vecina.
MAMÁ
Descansa.
Ayer te asustaste. No va a pasar nada, mi amor. Chao. (Sale)
ANDRÉS
Chao. (Pausa) Abuelito, ¿estás soñando?
ABUELO
Ya voy.
Ya agarré el bote.
ANDRÉS
¿Dónde
estás?
ABUELO
En el mar
de sangre. Es una bandera. Mira la espuma en el centro. ¿Dónde estás, Moisés?
¿Por qué no gritas?
ANDRÉS
Abuelo,
descansa...
ABUELO
¡Grita,
mierda, que no te veo!
ANDRÉS
No está,
abuelito, no hay nadie...
ABUELO
¡Grita,
carajo!
ANDRÉS
¡No hay
nadie!
ABUELO
(Llora dormido)
ANDRÉS
No te vas
a levantar. Te voy a amarrar a la cama. Estás caliente.
ABUELO
¿No ves
el fuego? Mírala, me está llamando. Mendieta, déjala en paz. Ella viene por mí,
la mujer de espuma. Voy remando en una tina por un mar de incendios.
ANDRÉS
Abuelo...
no me des miedo... ¿Abuelo? ¡Abuelo! (Se acerca asustado. De espaldas, le
habla sin mirarlo) ¿Qué estás soñando, abuelo?
XVII
El profesor ante sus alumnos, en clase.
PROFESOR
A ver,
este poema quiero que lo lea el alumno Barco. ¿Alumno Barco? ¿No ha venido? (Pausa.
Suspira) Entonces lo leo yo.
Donde acaban los mapas de la pena
no se acaba el Perú, como tampoco
se acaban los gemidos de este loco
que ve en el horizonte una cadena.
Del corazón del mundo nace un grito
llamando a mi país que no contesta.
No termina en lo oscuro la floresta:
lo no reconocido es infinito.
Qué conjunto asombroso de accidentes,
cuántos muertos y plumas y durmientes
han formado el gran río que se adentra
en la conciencia de este Dios dormido
que confundió la gloria y el olvido.
No se acaba el Perú. Mas no se encuentra.
XVIII
El abuelo
uniformado, con una medalla en la mano, habla con la sombra de otro bombero.
Señor Comandante General del
Cuerpo de Bomberos del Perú, nombrado en 1917 y muerto en 1943, representado
por el oficial Oscar Mendieta. Con la mayor cortesía lo he convocado a este
sueño porque me veo en el imperativo moral de retornarle la Medalla al Valor
que me entregara en 1929, y a pedirle castigo ejemplar para un impostor y mal
bombero, el que habla. ¿Se acordará de mí? Cabo Salvador Barco, Medalla al
Valor, imagínese: ¡si he sido un cobarde! ¿Recordará cómo me la dieron? Yo
tenía 20 años cumplidos y uno de voluntario cuando ocurrió el gran incendio. Y
aunque dicen que arriesgué mi vida, que di todo de mí, que entré al fuego a
salvar gente como quien se mete a una tina, es falso. Hasta meterme en una tina
me resultó... tan difícil. Sí, saqué tres o cuatro personas, tal vez 20, pero
no fue nada del otro mundo. ¡40 cuadras ardiendo daban tantas oportunidades de
ser héroe! Pero en medio de todo yo pecaba.
Estaba enamorado y en vez de
salvar más personas me distraía pensando en ella. Vivía frente a mi casa, en
Santa Beatriz. Yo la veía todas las noches desde mi ventana. Su ropa caía, mis
manos se mojaban y mi boca se secaba. Nunca llegué a hablarle. Era tan pura,
tan blanca, tan ajena. Tenía 16 años y no sabía que la espiaba. Pensaba en ella
cuando apagaba una casa, una carreta o lo que sea. Por eso ponía tanto ardor en
mi tarea. Por eso gané la medalla que hoy devuelvo porque esconde mi pecado, mi
pasión, mi cobardía. Yo mojaba rescoldos pensando que la cubría, que la besaba,
ella era la llama y yo la manguera. Y en esa época esperaba esta medalla, la
ceremonia, las fotos en el diario La Prensa para ganarme aunque sea una mirada
de ella, un poco de amor calladito y lejano. Eso me hizo correr cuando oí la
alarma, salí del bar, llegué a la Bomba, me vestí y me dijeron: “¡40 cuadras
arden!” Y yo respondí para ella, en silencio: “hoy por ti me hago héroe”. Salimos
de rojo los bomberos de moco negro y casi me muero al ver que esas 40 cuadras
eran ¡las de Santa Beatriz! Me metí primero a mi casa y luego a todas las de su
cuadra salvando a tanta gente nada más para que parezca casual nuestro
encuentro en la última puerta, esa que calculé no iba a quemarse hasta que nos
encontráramos, yo con el agua verde, ella con sus lenguas rojas. ¡Por eso
quiero devolver esta medalla! ¡Porque el cálculo me falló! Cuando llegué a su
puerta, la casa estaba vacía. Su gato corrió encendido como un vómito del
infierno, las cortinas, el techo y la alfombra se volvían humo y luz delante de
mí y yo no podía gritar su nombre porque no lo sabía! Llegué al último
ambiente: un baño de pino con una gran tina al centro, y allí, cubierta de agua,
estaba ella entre la espuma, los ojos húmedos, invisible y tímida. “Salga”,
grité, “yo la salvo!” Pero ella no se paraba porque estaba desnuda, y me di
cuenta que prefería morir antes que mostrarse así. Entonces le dije: “le doy mi
ropa si usted quiere...” y ella se acurrucó más entre el jabón y sus hervores,
le dio miedo imaginarme desnudo, yo temblaba y la casa también, y caía mi sudor
ardiendo como caían las vigas, y entonces, Mendieta, Señor Comandante, no supe
qué hacer, no resolví nada mientras la tina burbujeaba y mi traje se
blanqueaba, y ella levantó un dedo como pidiendo apoyo, pero la casa se vino
abajo y no recuerdo más.
Amanecí hospitalizado, vivo de
milagro, pero ella nunca apareció. Se la comieron las brasas y yo durante años
me culpé de mi duda y de su muerte, y cada 10 años lloré y sufrí en sueños por
ella, viéndola con el dedo arriba. Cuando cumplí 60 me percaté de que debí
desnudarme y entrar con ella en la tina, debí morir mojado y abrasado para no
pasar el resto de mi vida en ascuas, debí apretarla para irnos juntos a la
Gloria o al Infierno. Esa es mi carga, Señor Comandante. Una culpa tan horrible
que ni siquiera tiene castigo. Cuando cumplí 70 soñé que esta medalla me hería
el pecho y me ampollaba los dedos, porque no la merezco. Y si la devuelvo hoy
es porque he prometido, en un sueño final, encontrarme con ella. Volví a verla,
¿sabe? Y me di cuenta de que su dedo en alto no era un pedido sino una cita:
espérame en el cielo, como el bolero, allá te veo. Y desde entonces busco un
atajo para llegar a ella. Y desde entonces busco a mi hijo y lo busco a usted.
Para encargarle a mi nieto, que está medio loco, y a mi nuera la fastidiosa.
Para devolverle este escudo inútil, porque ella me espera desnudo, Señor
Comandante. Ojalá nomás que usted no se moleste ni haga sonar sirenas, porque
apenas nos abracemos... se va a incendiar el cielo.
Gracias por todo, Mendieta,
Comandante. Hasta pronto.
XIX
Andrés escribe. Se da la vuelta y se sorprende. El abuelo
se ha levantado y se viste, a duras penas.
ANDRÉS
Abuelito...
¿a dónde vas?
ABUELO
Qué tal
pregunta: ¿no escuchas el radio? Las seis de la tarde, hora oficial peruana de
la Marina de Guerra.
ANDRÉS
Estás con
fiebre. Estás mal.
ABUELO
Pero no
estoy peor. (Se calza)
ANDRÉS
Si sales,
te vas a morir. Duerme.
ABUELO
Dormir,
morir, ¿qué tanto te preocupas? ¿Eres hombre o qué? ¿Qué tanto escribes?
¿Cartas? Los que escriben no saben estar solos. Miedoso, déjame pasar.
ANDRÉS
No, no te
vayas.
ABUELO
Ya salió
la luna roja. Mañana a las doce se cumple el año, es hoy o mañana. Me dejas
salir o te pego.
ANDRÉS
Pégame.
ABUELO
¡Sal de
ahí!
ANDRÉS
No tienes
correa.
ABUELO
Sal, niño
loco, déjame pasar.
ANDRÉS
¡Espera!
¡Yo te acompaño!
ABUELO
¿Y tú
para qué sirves?
ANDRÉS
De a dos,
en pareja, ¿no dijiste? (Pausa)
ABUELO
Tú no
eres mi nieto. ¿Vas a venir? (Sonríe) Tenemos que ir. Mendieta, en el
carro te explico. Si no voy acabo junto al diablo, ¿te imaginas cómo se cansa
un bombero en el infierno? ¿Qué haces?
ANDRÉS
Termino
mi carta.
ABUELO
Mendieta,
mujeriego, apúrate que se cae el techo. Pero no le pidas perdón: cuando
empiezas a pedir perdón ¡no acabas nunca! ¿Y tu bicicleta?
ANDRÉS
Mi mamá
la vendió.
ABUELO
Entonces
nos vamos en la 28. En el camino te explico. Yo llevo el pito. ¿Sabes nadar?
ANDRÉS
No.
ABUELO
No
importa: Dios te enseñará.
XX
Mamá y su empleador.
MAMÁ
¿Cómo que
la mitad? ¿Acaso estaba tan mal? ¿Y por qué me las recibe? Porque las va a
vender, ¿verdad? ¿A mitad de precio? Bueno, me voy a corregir, pero deme lo que
sea... ¿Banderas? Ya. Sí. ¿Es más fácil? Mire cómo se mueven, qué viento, ¡qué
frío! ¿No siente como si alguien le soplara el cuello? Huele a mar, ¿verdad?
¿Qué estará haciendo mi hijo? Escuche, esa música... esa canción... (Se
angustia) Deme lo que sea pero rapidito, por favor. Es que me ha dado frío.
¡Mire cómo bailan las banderas! ¿Y esa música de dónde sale? Sólo falta que
toquen la puerta, como ese día... (Pausa) Ya vengo.
XXI
El profesor toca la puerta de la casa de Andrés.
PROFESOR
¡Andrés!
¡Andrés Barco!
Toca. Espera en silencio.
Andrés aparece y lee su carta.
ANDRÉS
Querida
Sandra del Uruguay:
¿Cómo estás? Yo estoy bien pero mi
abuelito no tanto. Anoche se metió al mar y casi se ahoga, y ahora se está
yendo a Ventanilla de nuevo. Creo que sospecha que mi mamá lo quiere internar y
quiere cumplir su sueño antes de mañana. Como pasado se cumple un año del
accidente de mi papá lo quiere buscar en el mar. No puede pasar del año porque
según mi abuelo el alma se condenaría. Quiere que lo ayude y voy a ir con él
para cuidarlo. De paso vamos al correo y te dejo esta carta bien corta porque
tengo apuro. Ya me explicó su plan y creo que está fácil. Mañana te cuento qué
cosa pasó. ¿Cuándo me contestas? Dime si crees que los sueños se cumplen. Ojalá
mi mamá llegue tarde hoy.
MAMÁ
¿Andrés?
¿Papapa?
ANDRÉS
Si no nos
encuentra se va a asustar...
PROFESOR
Yo estoy
tocando hace media hora...
MAMÁ
Profesor...
¿dónde se han ido?
ANDRÉS
Chao, nos
vemos, me despido con cariño, Andrés.
MAMÁ
¡Andrés!
¡Andréeeeees!
El profesor la toma de la mano y sale con ella.
XXII
En el muelle de pescadores de la playa de Ventanilla.
ABUELO
Lo han
amarrado más cerca. Hay que llegar al bote.
ANDRÉS
Pero la
puerta está con candado...
ABUELO
Por
abajo, de tronco en tronco...
ANDRÉS
No te
metas, abuelito... te va a dar pulmonía...
ABUELO
¿Y
entonces cómo, Mendieta? Está cerca. Me duele todo.
ANDRÉS
¡Abuelito!
ABUELO
No pasa
nada, es el humo, Mendieta. Anda tú primero. Baja.
ANDRÉS
¿Tú me
esperas? No te pares. Si voy yo, ¿te quedas quieto?
ABUELO
Sí.
ANDRÉS
No te
levantes y voy, ¿sí? Yo voy. Yo bajo. El agua está fría. Te dejo mis zapatos.
Yo no sé nadar, abuelito.
ABUELO
Si no lo
salvamos nos jodemos. Sé hombre, carajo, ¡sé hombre!
ANDRÉS
Pero tú
no te metas, ¿ya? Yo voy. Salto y caigo cerca, y luego me agarro... Sí puedo. Sí
voy a poder. Sólo un salto. Uno. Dos. Tres.
Salta y se hunde en el mar.
ABUELO
Mendieta...
¿a dónde vas? No te veo.. No te veo.. (Vuelve a caer sentado y se desmaya)
Música intensa. Andrés lucha con el mar.
Aparecen los futbolistas y la mujer de velo blanco.
Patalea, resopla, llora tratando de gritar y salvarse.
Cae en la orilla y se queda quieto. Silencio.
Brota del agua una sombra.
SOMBRA
Andrés,
soy Jonás. Salí de la ballena para llevarte a la orilla. Flota, ven... Vamos,
arriba, no te hundas...
ANDRÉS
No te
conozco. No voy contigo.
Otra sombra se acerca al salir la primera.
SOMBRA
Andrés,
soy Gepetto, el papá de Pinocho. A mí también me comió la ballena buscando a mi
hijo. ¿No me quieres acompañar?
ANDRÉS
¿Adónde?
SOMBRA
¿Ves la
luz? Es mi fogata. Esa luz nos va a salvar.
ANDRÉS
No
quiero. Tengo miedo.
SOMBRA
Sólo es
frío. Ven y te calentarás.
ANDRÉS
Eres un
cuento. Vete.
La sombra desaparece y aparece otra más grande.
SOMBRA
Andrés...
¿sabes quién soy?
ANDRÉS
¿Miguel
Grau?
SOMBRA
Vengo a
cuidarte. El mar no es para los niños. Yo te voy a defender. Tu pobre abuelo se
quedó en la orilla. Tú lo salvaste, niño valiente. Vamos con los héroes, ven.
ANDRÉS
¿Cuál es
tu barco?
SOMBRA
La noche.
¿No tienes sueños? Te llevaré cargado. Duerme, Andrés. A todos nos toca
descansar. El único que no duerme es el mar.
Oscuridad.
XXIII: El padre ausente.
El padre aparece delante del telón y habla a platea.
PAPÁ
A ver,
¡arriba las ganas! (Ríe) ¿Qué cara de muerto es esa, si el único muerto
soy yo?! ¿Qué tanto lloran, si ya aparecí? Soy yo, señoras y señores. Soy
Moisés Barco, y vengo a decirles que no me busquen más. Y a cambiarles la cara,
también, qué feos se ponen, ¡mozo! ¡Chela para todos! (Ríe)
Así era
nuestra vida, todo el año viajábamos, cada dos o tres domingos, para jugar de
visitantes. Por eso me gustaba ser contador del equipo, para conocer el Perú a
fondo mientras le hacía barra a mi Alianza Lima. Y para conocerlo bien a fondo
tenía una hembrita en cada ciudad. ¿No ven que yo era contador, y a las
hembritas les gusta el cuento? (Ríe)
Así era
mi viejo también, yo me acuerdo...
Éramos
como los marineros: teníamos un amor en cada estadio.
En Piura
una negrita, Pocha. En Arequipa una universitaria, en Tumbes... en Cuzco...
pero la mejor era la pucallpina.
Qué rica
charapa. Malena se llamaba.
Llegábamos
a provincia y ahí estaban las noviecitas, en el terminal, en el aeropuerto.
Íbamos a la cancha, reconocíamos el lugar y en la noche, antes de las chelas,
todos estábamos en una cama con nuestra chibola. Algunos chiquillos eran
tranquilos, otros eran fieles, pero los mayores éramos pendejos. Qué risa. (Ríe)
Pensar que me siguen buscando. Si supiera mi mujer... Hay situaciones que
te hacen feliz mientras son secretas, pero apenas alguien se entera, sufres,
sufres... (Suspira)
Malenita
me dio la idea. “Quédate conmigo, vente a vivir al monte conmigo, móntame todo
el día, pégame si quieres pero sácame de mi casa y hazme tuya, escapémonos ya”.
Malenita me contaba que sus viejos la zurraban, como mi papá a mí cuando él llegaba
borracho.
La
chibola nunca me llevó a su casa, mejor, ella tenía 19 añitos y los señores
podían sospechar, la gente en provincias es bien cerrada. Menos Malenita. (Ríe) Además, tengo
pinta de casado, ¿no? ¿De qué tengo pinta? “De pendejo”, me decía ella, y nos
reíamos. Qué rico era cansarse encima de su cuerpo, qué contraste con mi casa,
mi viejo con arteriosclerosis, mi mujer siempre triste, siempre debiendo, mi
hijo medio zonzo escribiendo en un cuaderno, pensando el pobre que lo que
escribe es chistoso...
(Suspira) ¿Hay algo malo en querer ser
feliz? ¿Tomarse una chela, tirarse una hembrita, contarse unos chistecitos, qué
tiene de malo? ¿A quién le hace daño la felicidad? Pero en Lima todos éramos
opacos, grises. Y pensar que mi barrio de perdedores se llama La Victoria. Allá
en Pucallpa era otra cosa, la sangre hierve, todo se te para, todo, de veras.
Ella sabía que hacer para convencerme. En tres visitas me metió la idea en la
cabeza. “Mira -me dijo- es fácil: agarras la plata del estadio mientras están
jugando, te compro una libreta electoral con nombre falso y nos vamos en el
avión que lleva a Puerto Maldonado, o en lancha nomás, del muelle al infinito”.
Todos los muelles te llevan al infinito cuando estás enamorado. Cuando la volví
a ver, me decidí. La muy viva había comprado un maletín negro igualito al mío.
Ya tenía el plan: lo llenaba de piedras, me lo entregaba y yo le pasaba el
firme, el que tenía el billete. Corría a comprar mi documento falso y listo,
fácil, allá todos los narcos tienen libreta falsa. Iba al aeropuerto, compraba
los pasajes y yo llegaba a las 5 en punto. 5 y media salíamos a Puerto
Maldonado y Lima, si te vi, no me acuerdo. (Ríe) Yo le dije que sí, sólo
verla me emborrachaba de felicidad, me convenció, ¿cómo iba a dudar entre una
chica de 19 añitos y la gorda que tengo en la casa? Nueva vida, nueva mujer,
otro mundo. Ni siquiera sentí remordimiento, a la mierda, dije, me corto el
pasado como quien se corta... el pelo. (Ríe)
Esa noche
me destrozo en la cama, feliz, enamorada como yo, nos mirábamos y salían
chispas... (Suspira. Pausa)
Bajé
después al barcito, a la vuelta del hotel. Pucallpa estaba vacío con tanto
terrorismo y tantos narcos. La gente vivía asustada, y a nosotros nos daba
miedo chupar con un militar, ¿y si nos ponían una bomba? Es que íbamos en un
avión de la Marina y los pilotos eran navales, pero igual chupaban. Esa noche
todos estábamos felices, menos el utilero Echevarría y el copiloto, Estrada. En
medio de la borrachera, el chato Echevarría me jala a un costado y me dice con
su voz de pito: “chochera, ¿tú me puedes prestar billete?” “¿Cuánto?” le
pregunté, “porque no he traído mucho”
“No seas
huevón, hombre” me dijo, “el billete de la taquilla”.
“Ni
hablar”, le dije, “el equipo es sagrado y su plata también”.
“En Lima
te devuelvo”, insistió, “acá me han ofrecido un pase tremendo, meto la vaina
entre la ropa y lleno el avión de coca, en Lima la merco al toque y te pago,
¿sí?”
“No.”
“Te doy
intereses.¡Te pago el doble!”
“No,
enano”, le grité, “no”. Me miró con odio y con miedo, como pidiéndome que no le
cuente a nadie. Pensé que me iba a cagar la fuga, si a medio partido se metía
en la boletería y no me encontraba... pero no. El pobrecito murió en el avión,
no hubo ni que buscarlo porque flotó abrazado a las pelotas de fútbol. (Ríe.
Suspira. Pausa) Y el otro raro también me pidió plata, el copiloto.
“Barco,
¿me puedes ayudar?” me dijo. Me explicó que a su mejor amigo, otro naval como
él, lo habían mandado a la selva y los terrucos lo habían matado. Quería
comprar armas y reclutar gente para vengarse, y para eso me pidió plata de las
entradas, prestada. Qué prestada, ¡regalada! Le dije que no y me contestó con
rabia: “igual mañana no vuelo, me quedo a matar terrucos” y me amenazó con
malograr el avión para que se caiga si no le daba la marmaja. Igual le dije que
no y quedé como un valiente. ¡Claro pues, si yo sabía que no iba a subir a ese
avión! (Ríe)
Dormí
como un niño y al otro día, serio, callado, llegué al estadio, conté la plata
de la taquilla y llené el maletín. Ella apareció y cambiamos la maleta al
toque. Nadie nos vio. Le di un beso y la despaché rapidito porque quería
largarme ya.
A las 4 y
20 tomé un taxi al aeropuerto y cuando llegué, no estaba. Es que no es fácil
hacer una electoral. Y encima sin mi foto, pensé en ese momento: si no le he
dado mi foto, ¿qué cara voy a tener en ese documento? (Ríe) Me reí
esperándola. A las 5 salía el avión a Madre de Dios y a las 6 el que regresaba
a Lima con el equipo.
4 y
media: nada.
4 y 40,
me preocupé. ¿Y si la asaltaron? Era flaquita, chatita, si le robaron me jodí,
pensé.
10 para
las 5 y nada. Me desesperé. Creí que la habían matado, que en ese mismo momento
los choros la estaban violando. El avión a la selva estaba retrasado pero ya
había llegado. No supe qué hacer y corrí hacía la pista, paré una mototaxi y le
pedí que me lleve a la calle Mundo. Ella me había dado su dirección, aunque
nunca fui, porque sus papás...
Mundo
169.
Corrió el
mototaxista, llegamos a la calle y buscamos el número. (Ríe) Qué risa,
carajo, qué gracioso. “No existe” me dijo, aunque ya hace rato que me había
dado cuenta.
“¿Y no
hay otra calle Mundo?” le pregunté hecho un huevón, y él me remató diciendo:
“no señor, no hay más mundo que este”.
La calle
estaba llena de putas, de mariconcitos y hotelitos baratos, y yo sentía que
todos se reían de mí. Y yo también me reía. Volví al aeropuerto por si acaso,
subí y bajé del avión que iba a la selva pero ella, obviamente, no estaba. Se
había hecho humo con la plata. Su historia era falsa. Sus papás, su amor,
seguro que hasta los gritos en la cama eran falsos. (Pausa) No sé por
qué me buscan. (Suspira. Silencio. Silba)
Me senté
a silbar en el water del aeropuerto con mi maleta llena de piedras y decidí no
subir al avión. ¿Se imaginan llegar a Lima y que me metan preso por choro, por
ratero, por estafar al club de mis amores? Y peor, ¿qué explicación iba a dar?
Mi mujer se iba a enterar de que había querido largarme con una amante, los
demás se iban a reír de mí, no sabía a dónde largarme, pero al avión no subía
ni de vainas.
Y de
repente... de repente sentí una palmada en el hombro. Una mano chiquita,
cariñosa, tibia. Levanté los ojos y... ¿saben a quién vi? (Pausa)
Al
utilero. Ya eran las 6 y media, en el fokker ya estaban los jugadores y sólo
faltaba yo. Pensaban que me habían asaltado, tres policías vinieron asustados,
me levantaron de los brazos y yo temblé. Uno me alcanzó la maleta y me dijo:
“¡cómo pesa! ¡Está llena de plata! ¡Y usted la deja en el piso como si nada!”
Me reí nomás. Me escoltaron hasta la escalera. El utilero me miraba con cara
burlona, y en la ventana vi al copiloto. No había desertado. ¿Y el otro habría
comprado la coca? Qué va, sueños de
borracho.
Y
entonces subí al avión.
Busqué un
sitio al fondo y me acomodé. Y al ponerme el cinturón de seguridad me lo crucé
en la barriga, sujetando con él también la maleta negra. No quería que la abran
ni de broma. Pensaba en cómo iba a explicar todo. Y de repente, no sé por qué,
se me ocurrió que era culpa de mi viejo. Él me había celebrado siempre la
pendejada, él siempre había tenido otra hembra, incluso delante de mi abuela se
paseaba con las sinvergüenzas. Él me enseñó a chupar, él me hizo aliancista, él
debería estar buscándome ahora y no mi hijito, pobrecito, tenías que venir tú,
¡viejo de mierda! ¡Viejo asesino! ¡Lo mataste como mataste a mi primer hijo!
¿Qué edad tenía yo, 18? ¿17? Y cuando te enteraste hiciste abortar a mi novia,
que se volvió loca por tu culpa, y su viejo me sacó la ñoña, y tú no hiciste
nada, ¡nada! ¡Tú siempre odiaste a los niños! ¡A mí siempre me amenazabas con
venderme, con darme en adopción! ¡Yo hice todo lo que me enseñaste para caerte
bien, para ser patas, para vivir en yunta, en pareja como los bomberos de los
que tanto hablas! Pero no. Siempre me trataste como a un leproso, a un perro. Y
a mi hijo lo basureaste, y mira cómo acabé. ¿Para qué me buscan, carajo? ¿No se
dan cuenta de que nunca voy a aparecer? Estoy al fondo, amarrado a una maleta
llena de piedras, llena de odio, llena de rabia contra ti. Y mira lo que ha
pasado, mi pobre hijito...
(Suspira. Retoma)
Subí al
avión, me senté y me amarré. Me reía solo como un loco, y lloraba con disimulo.
Me había quedado sin amor, sin familia, sin libertad, sin plata, sin equipo...
Y de
repente el avión comenzó a sacudirse. Afuera sólo oscuridad. Adentro se
apagaron las luces. “El mar de Grau”, pensé, “un buen Barco muere en el mar”. Y
me reí porque si el avión se caía, al único que le iba a convenir era a mí. De
repente, a la derecha, vimos afuera una bola de fuego. Y abajo apareció otra,
paralela, al mismo tiempo. Allí nos dimos cuenta de qué cerca estaba el agua:
la otra bola de fuego era un reflejo. Me abracé a la maleta. El avión reventó.
Nos hundimos. Todos pataleaban, lloraban, se peleaban con el agua. Yo estaba
tranquilo. Me quedé callado. Me acordé de ti.
XXIV
Frente al mar de Ventanilla, junto al muelle.
PESCADORA
¡El niño
está en el agua, miren! Abajo del muelle...
PESCADOR
Hace rato
que lo están buscando...
PESCADORA
¿Y el
abuelo?
PESCADOR
Se lo han
llevado a su casa....
PESCADORA
¡La mamá,
llámenla! ¡Está por allá, en la playa!
PESCADOR
Una
sombra se lleva al niño...
PESCADORA
(Se santigua) Ay Dios
mío...
PESCADOR
Es un
hombre, mira, lo está agarrando...
PESCADORA
¡Lo está
trayendo!
PESCADOR
Vamos,
vamos...
El profesor, mojado, vuelve del mar con Andrés en brazos.
Lo reanima. Andrés respira.
MAMA
¡Andrés!
Lo abraza.
PESCADORA
¿Usted
sabía que estaba ahí?
PROFESOR
Él me
contó.
MAMÁ
Gracias,
profesor... (Él carga al niño, ella lo ayuda)
XXV
En un cuarto de hospital. Médico, Mamá y Profesor.
DOCTOR
El niño
no tiene nada. Está descansando. Sabe Dios cómo hizo para no ahogarse.
PROFESOR
Estaba
flotando.
MAMÁ
Pero no
sabía nadar.
DOCTOR
Está
fuera de peligro. El que me preocupa es el abuelito, tiene pulmonía. ¿Cómo lo
dejan irse a la playa en ese estado?
MAMÁ
Se
escapó.
DOCTOR
Además
está golpeado.
PROFESOR
¿Lo
habrán asaltado?
DOCTOR
Le han
pateado las costillas, la espalda. ¿Quién lo encontró? (Pausa)
MAMÁ
Yo.
Tirado en la arena.
DOCTOR
Y por él
encontraron al niño.
MAMÁ
No. El no
quiso ni hablarme.
PROFESOR
Yo
encontré al chico.
DOCTOR
El
viejo... no sé... tal vez esta noche... (Silencio)
MAMÁ
Yo me
quedo, doctor. (Silencio)
XXVI
La mujer de velo blanco llama con el dedo a alguien, desde
fuera de escena.
En el centro aparece la cama del abuelo, flotando hacia
ella. Él lleva un pijama a rayas azules.
La mujer ríe y baila.
Oímos barras, multitudes, gente en el estadio.
Aparece a un lado otra cama con Andrés dormido. La mujer lo
señala.
El viejo mira al niño con desprecio y va hacia ella.
La mujer lo detiene y lo hace caer. El abuelo en su cama
yace ahora junto al nieto.
La mujer de velo blanco desaparece.
Quedan dos cuerpos inertes en dos camas blancas en un
cuarto de hospital.
XXVII
Mamá, sentada entre las camas de su hijo y del abuelo, cose
banderas.
Entra el profesor.
PROFESOR
Buenas
tardes.
MAMÁ
Buenas.
PROFESOR
¿Cómo
durmieron?
MAMÁ
Ellos,
muy bien.
PROFESOR
Y usted,
nada. ¿Cuántas banderas ha cosido?
MAMÁ
Más de
veinte. ¿Y esa pelota?
PROFESOR
Un regalo
para él.
MAMÁ
Ah. (Suspira)
PROFESOR
Descanse
un momento.
MAMÁ
No puedo.
Anoche quise, pero... (Silencio)
PROFESOR
¿No se
han despertado?
MAMÁ
Andrés ya
comió. El viejo habla dormido.
PROFESOR
¿Usted lo
golpeó?
MAMÁ
¿Perdón?
PROFESOR
Anoche,
cuando lo encontró. ¿Usted lo golpeó, cierto? ¿Y al niño lo golpea también?
MAMÁ
No, no,
fue... un arranque. Es que él lo metió al mar, estoy segura. Nunca lo quiso.
Nunca quiso a nadie. Profesor, no piense mal de mí...
PROFESOR
Disculpe.
Es que no me gustaría que Andrés...
MAMÁ
Él me
habla de usted, bastante. Lo quiere mucho.
PROFESOR
Me dijo
que quiere ser profesor.
MAMÁ
Todo
quiere ser. Cartero, futbolista, contador, bombero... (Vencida) Este
viejo tiene la culpa. Toda la plata se me va en sus remedios, y sus locuras
afectan a mi hijo...
PROFESOR
Su hijo
es fuerte, señora. ¿Señora?
MAMÁ
El sueño
me gana.
PROFESOR
Duerma,
duerma. Mañana regreso. (La mujer duerme sentada. El profesor la cubre con
una bandera y con otra tapa a Andrés). Estás temblando, Andrés. Mejórate.
Cuando te levantes te prometo que jugamos un partido. (Deja la pelota y
sale).
XXVIII
La mujer de velo blanco silba su canción.
La cama del abuelo se mueve y todo lo demás desaparece.
Con su radio en la mano, el abuelo vuela en su cama. Oímos
el ruido de un avión. Silencio.
Vuelve a oírse la ovación del público.
El abuelo, vestido de futbolista, baja de la cama. Calienta
el cuerpo dando saltitos saludables, alegres.
La mujer lanza papel picado y serpentinas.
El público ovaciona al abuelo.
El abuelo toca el piso y se persigna. Levanta los brazos
con euforia y gira, saludando a las tribunas. Ha dejado el radio en el suelo y
al lado, el silbato.
La luz se apaga, excepto sobre él. La ilusión se esfuma, la
música de espanto del inicio de la obra vuelve a sonar. Los fantasmas aparecen
de pie detrás del viejo, que se cubre la cabeza con los brazos.
La mujer de velo blanco muestra una tarjeta roja. El abuelo
mira y entiende.
Suena una canción aliancista: “Se va, se va...”
El abuelo vuelve a persignarse y decide salir. Cae más
papel picado.
Los muertos se desvanecen.
Una voz microfónica comienza una vieja frase que no
finalizará.
VOZ
“Atención,
cambio en el equipo de Alianza Lima...”
El estadio grita.
CORO
¡Abuelo,
corazón! ¡Abuelo, corazón!
El abuelo sale entre vítores, por la platea. Desaparece
llevando de la mano a la mujer de velo blanco.
Un bombo en la tribuna suena como un corazón. Un
electrocardiógrafo pita indicando el final.
Sólo quedan en el escenario el pequeño radio portátil y el
silbato. Oscuridad.
XIX
En el cuarto del hospital, el niño despierta de golpe,
sentándose en la cama.
Suena en una radio cercana una voz marcial.
VOZ
18
cero-cero horas. Hora oficial peruana controlada por la Marina de Guerra.
Se levanta tratando de no despertar a Mamá. Se acerca al
abuelo. Va a tocarlo pero tiene miedo y desiste.
Toma la cartera de su mamá. Saca un lapicero y algunas
monedas. Se abriga con cualquier cosa y sale, llevándose la pelota.
En otro punto de escena, escribe una carta.
ANDRES
Querida
Sandra del Uruguay:
Mañana se
cumple un año desde que se cayó el avión de mi papá. Ayer fui con mi abuelito y
no pudimos meternos al mar, y anoche en sueños me dijo que sin flotador no se
puede hacer. Hoy día vuelvo a ir. Estoy llevando una pelota porque flotan bien,
y voy a buscar cualquier bote para irme por él. Ojalá no me pierda. Yo no creo
que encuentre nada pero siento que debo ir, se lo prometí a mi abuelito y cómo
él está muy enfermo quiero cumplir la misión. Llevo el pito como dijo mi
abuelito. El se queda durmiendo porque tiene fiebre. Yo también estoy mal. Ya
me voy. Tengo náuseas. Ojalá mi mamá mande esta carta, la escribí mientras ella
dormía y la metí en su cartera. Y ojalá que algún día me respondas.
Nos
vemos. Voy y vengo. En la próxima te cuento.
Firma :
Andrés Barco
XXX
El niño se va, dejando la carta y llevando silbato y
pelota. Toma una prenda de abrigo al salir.
Los muertos silban la canción triste.
El profesor se levanta sonámbulo.
PROFESOR
Estoy
soñando con fútbol. Todo el Perú piensa en fútbol. Los niños duermen en el
colegio y sueñan que meten un gol, que campeonan, que se lucen. ¿Qué peruano no
sueña con eso? Pero nada se cumple. El Perú es un país de sueños donde todos
siguen dormidos. El Perú es un mendigo sentado en una bomba de tiempo. El Perú
es una fiesta donde no dan comida.
Una silla cae.
Hay que
despertar a los niños. Si se duermen en clase ya nunca regresan. Hay que apagar
los televisores, hay que cantar en la calle...
Un cuadro cae. Los muebles tiemblan.
¿No ven
que se juntan las paredes y se cierran las fronteras? Ya no hay que soñar, hay
que levantarse. Que no se callen las campanas. Que suenen las sirenas de los
bomberos. Basta de muertos colgados en las paredes. El Perú no tiene paredes.
Sáquenle las sábanas. Ábranle los ojos. ¿No ven que estamos dormidos?
La casa tiembla. Los muertos silban.
PROFESOR (grita)
¡¿No ven
que estamos dormidos?!
XXXI
Música, viento, olas.
En un muelle a oscuras, apenas alumbrado por un pequeño
foco amarillo, un niño aparece. Lleva puesta una camiseta del Alianza Lima.
Se esconde. Pasan pescadores, vigilantes, sombras.
Al irse, reaparece. Avanza hacia un bote, lo desamarra y se
prepara a saltar.
ANDRES
En este
me voy.
Se abraza a la pelota y se arroja al agua negra.
Oscuridad. Olas. Silencio.
De repente, chapoteos. Alguien nada. Luego silencio y
después, remos que se abren paso débilmente sobre el agua.
Se siente, apenas audible, el silbato triste del niño
desesperado.
En el centro de escena aparece Andrés, sentado en su bote,
mojado, remando. La pelota está con él. Rema. La luz lo aísla. Los extremos de
cada remo se hunden en las tinieblas.
ANDRES
Ahora sí
te voy a encontrar, papá. (Sopla el
silbato)
¿Papá?
¿Qué haces metido en la oscuridad?
Hace
mucho rato que estoy remando. Antes de las doce te tengo que encontrar.
No quiero
tener miedo nunca más. No quiero que desaparezcas. ¿Por qué no regresaste? Voy
a aprender a jugar bien, ya verás, voy a ser escritor, vas a estar contento.
Las olas
me dan miedo. La oscuridad.
Me da
miedo pensar que te has ido y estar hablando con el aire.
Me da
miedo creer que no estás. Si te has ido, ¿por qué no te despides? No quiero
llorar todas las noches, papá. No quiero ver así a mi mamá. Si tú estuvieras la
noche sería blanca. El agua estaría tibia. Habría más luna, papá, y no esta
luna roja que da miedo. Yo hubiera cambiado para ti, hubiera aprendido a jugar
mejor. A silbar como tú. Siempre me decías de chico, cuando íbamos al estadio:
“si te pierdes, silba. ¡Silba fuerte y te encontraré!” Y como no sabía me compraste
el silbato, ¿te acuerdas? Escucha: estoy silbando.
(Sopla el pito)
Tú me
enseñaste.
(Sopla)
¿Quieres
que silbe con la boca? (Trata) Me sale, ¿no? (Silba mal la tonada
triste que oyó en el tocadiscos) Esa canción te gustaba. Mamá me ha
escondido el disco. ¿Cuándo vas a regresar para bailar con ella? ¿Cuándo vas a
aparecer, aunque sea para decir que ya no vuelves?
¿Cuándo?
(Pausa)
Me canso,
papá... ¡me canso!
¡No puedo
seguir remando!
(Pausa)
¿Dónde
estoy? Me voy a perder si no apareces. Me voy a morir por tu culpa, papá.
¡Aparece!
¿Cómo voy
a encontrarte si no se ve nada?
Silba,
papá. (Silencio) ¡Silbaaaaa!
Deja de remar, cansado y desolado. Mira al vacío. Sopla el
pito, ya sin aire. Se cansa nuevamente y se hace un largo silencio.
De repente, gritos de hombre alrededor del niño.
Manos secas y fuertes brotan de la oscuridad y se aferran
de los bordes del bote. Andrés se cubre la cara, espantado. Las manos jalan la
embarcación y tras ellas aparecen cuerpos negros vestidos con prendas raídas.
Son hombres que lloran acezantes mientras trepan al bote de Andrés.
UN HOMBRE
Suban
todos... ¡nos salvamos!
LOS OTROS
-
Nos encontraron, Virgencita
santa...
-
¡Milagro!
-
¡Y sin luna!
UN HOMBRE
EMOCIONADO
Somos
pescadores, del “Santa Rosa tercero”... ¡hace un mes que estamos perdidos!
OTRO
Pensamos
que ya nadie nos iba a buscar...
OTRO
Hay
motor... está bueno... ¡y tiene combustible!
OTRO
Pensamos
que nos íbamos a morir... y mira quién nos salva...
OTRO
A las
doce de la noche... ¡mira mi reloj, hijito!
EL
PRIMERO, AGRADECIDO
Quién te
ha mandado, papito? (Sonriente, tomándole el rostro) Dime: ¡¿quién te
mandó?!
Lo abrazan sin esperar respuesta. Algunos lloran. Otros
ríen incrédulos. Uno de ellos abraza a Andrés, otro enciende el motor. El bote
parte hacia la luz.
XXXII
Andrés escribe su última carta.
Querida
Sandra del Uruguay:
al final
no encontré nada, pero pasó algo muy bueno. He salido en los periódicos porque
salvé a unos pescadores sin querer. Te mando el recorte con mi foto. Mi mamá me
compró bicicleta y ahora saldré a pasear con mi antigua vecina, ¿te acuerdas
que te conté?. Después voy a jugar fútbol con mi nueva collera, porque la
Beneficencia nos ha dado una casita a dos cuadras de la Plaza Grau y nos hemos
mudado. Pero sigo en el mismo colegio con un profesor buena gente que siempre
viene a visitarnos a la casa. Mi mamá le cocina y encima los dos me ayudan con
las tareas. También me regalaron un mapa gigante del Perú y lo he colgado en mi
cuarto. Todavía tengo pesadillas, pero todos dicen que no hay que hacerles caso.
Ahora quiero ser marinero, o de repente corredor de autos. Mi mamá dice que así
de locos somos los de mi familia, y que me va a cuidar mucho porque soy el
último de todos. Pero sin que se dé cuenta, yo soy el que la cuida a ella.
Ahora cose escarapelas. Te mando una. Feliz Navidad.
Con
cariño, Andrés Barco.
Guarda la carta, el recorte y la escarapela en un sobre de
aristas blanquirrojas. La mete en su bolsillo, monta su bicicleta y sale.
Tras él ha entrado un cartero muy viejo con un sobre blanco
y celeste. Lo estira hacia el niño que se aleja sin tomarlo y luego lo dirige
hacia el público, buscando quién lo reciba.
Telón.
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